Galdós entre la marginación interesada y la determinación democrática

Antonio Chazarra

Galdós ha venido sufriendo el olvido y el desprecio de una derecha anticuada, dogmática y tradicionalista. Una vez más, se ha puesto de manifiesto con motivo de la, en buena parte fallida, conmemoración del centenario de su desaparición.

Sus detractores han procurado, no sólo denigrarlo sino que su legado progresista y democrático siga vinculado a un silencio glacial. Afortunadamente, la verdad ya era concebida por los griegos clásicos, como hija del tiempo.

Para algunos, los sabios avisos y advertencias de Galdós, lejos de caer en el olvido están muy presentes. Tal vez sea cierto que la historia es una concatenación de hechos con un predominio trágico. Hay que saber verlo y pedagógicamente explicarlo.

Galdós, a estas alturas, sigue vinculado por sutiles hilos al búho de Atenea, que ulula al caer la tarde…  cuando se avecinan las tinieblas nocturnas. Para sus detractores, llenos de soberbia y muchas veces de ignorancia… es un pasado que intentan orillar.

A don Benito hay que leerlo entre líneas. Sólo así se capta su significación progresista y democrática. Hay que saber descubrir su defensa de la moderación, la tolerancia y la justicia tan alejadas de lo que los griegos llamaron “hybris”.

Iniciaré este ensayo con unas palabras de Ortega y Gasset que ponen de manifiesto la actitud resentida y revisionista de la derecha tradicional: “La España oficial, fría, seca, protocolaria, ha estado ausente en la unánime demostración de pena, provocada por la muerte de Galdós”.

Mientras la España dogmática y añeja mostraba su desprecio, otros, ya en vida, advirtieron y ensalzaron sus virtudes. Así, Leopoldo Alas “Clarín” advertía, con su penetración característica, que: “Galdós no debe su popularidad a las vergonzosas transacciones con el mal gusto, sino al vigor de su talento, a la claridad, franqueza y sentido práctico y de justicia que revelan sus obras”.

Fue un escritor mucho más culto de lo que algunos se niegan a reconocer. Al igual que Cervantes acostumbraba a citar, de forma indirecta, a sugerir más que mostrar explícitamente sus planteamientos y a establecer una complicidad basada en guiños inteligentes con sus lectores.

Ramón Pérez de Ayala es un autor, hoy un tanto olvidado, pero que merece la pena seguir leyendo. En sus “Máscaras” pone de relieve la relación estrecha y profunda entre Galdós y Cervantes.

Estos y otros planteamientos han sido sistemáticamente dejados de lado, por una crítica mostrenca y quizás, por influencia del nacional catolicismo, bastante rencorosa. Pérez de Ayala revela de forma clara y directa esta relación: “Las similitudes y correspondencias entre Cervantes y Galdós son tantas y tan manifiestas que casi huelga señalarlas. Cervantes creo el género novelesco, este modo característico de la Edad Media; Galdós lo ha llevado a su término más cumplido de perfección y madurez… Cervantes y Galdós, como dos montañas, fronteras y mellizos, están separados por un hueco de tres siglos”

Por su  parte, José Martínez Ruiz “Azorín”, en “Lecturas españolas” nos legó unas hermosas, lúcidas y penetrantes palabras: “Galdós, ha trabajado para que despierte España y adquiera conciencia de sí misma”. Azorín ha sabido captar, admirablemente, el legado y el mensaje que hace de don Benito un autor tan moderno y tan cercano a nosotros.

Otros muchos textos y comentarios podrían añadirse a los expuestos, pero finalizaré con unas palabras sinceras y, desde luego, pertinentes de Buero Vallejo, que forman parte de su respuesta  a una encuesta sobre la realidad de Galdós, promovida por el diario Ya, en mayo de 1976… es decir, poco tiempo después de la desaparición del dictador. El motivo de la encuesta era valorar la importancia de los Episodios Nacionales.

Buero, desde luego, se moja. Afirma, por ejemplo, “que Galdós es genial y que su obra sigue viva”. No se limita a eso, invita a leerla a quienes “se resisten a ello”, añadiendo con sagacidad, que siguiendo la estela de “quienes se permitieron anteriormente, desdeñarlo”.Agrega, poco después, que “la crítica más lúcida –Gullón, por ejemplo-  ha demostrado la pasmosa modernidad de la creación galdosiana”.En una fecha de la que nos separan, casi cincuenta años, se atreve a conjeturar que “dentro de un siglo, Galdós va a ser más moderno, esto es más permanente, que los “modernos” que hoy lo desprecian”.

No se conforma con esto, expone, también, que la de don Benito es una literatura social que completa y vivifica la tarea de los sociólogos. Finaliza, sus certeras reflexiones poniendo de relieve que una de nuestras mayores deficiencias es la de “olvidar o desconocer cómo fue verdaderamente nuestra historia”. 

Para valorar la transcendencia de Galdós, hay que atreverse a atravesar el túnel del tiempo rescatándolo de las garras de sus detractores. Don Benito se negó con inteligencia y discreción, a participar de ese auténtico lavado de cerebro al que otros se entregaron.

Para degustarlo hay que buscar hasta encontrar, los ángulos atractivos de su lectura. Bien mirado, lleva a cabo una sistemática demolición de mitos sin especificar que lo está haciendo.

Hoy, todavía restan pesadas losas de granito, que aún no se han levantado. La labor de una crítica audaz, debe ser a mi juicio, emprender sin dilación esa tarea.

La sociedad española, en buena medida, sigue siendo estática y acartonada. No pocos nostálgicos se refugian en una visión histórica, anticuada,  asfixiante y revisionista. Sin embargo, el fantasma o el ángel del cambio, está agazapado y dispuesto a emerger a poco que se le ayude. La España embalsamada ni es, ni ha sido nunca, la verdadera.

Plutarco, cuya lectura proporciona sabiduría no exenta de elegancia, afirma en una de sus vidas paralelas que “en una lucha civil, el peor se lleva el poder”. No estaría de más, desde luego, meditar este pensamiento… que nos transporta al problema de las dos Españas.

Galdós muestra personajes que viven, se entregan a sus pasiones, fracasan, se rehacen… algunos se resignan y practican una suerte indigna de servilismo, otros buscan la redención en una lucha contra la adversidad, los prejuicios y supersticiones reinantes.

La historia ha venido siendo, desde tiempos inmemoriales, escenario de “engaños e injusticias”. Sutilmente, Galdós invita a enfrentarse a ese estado de cosas aunque haya que pagar un precio alto por esa insumisión.

Quizás no se haya reparado suficientemente, en que el miedo atenaza con fuerza a muchas de sus criaturas que a veces… no encuentran otra vía de escape que la enajenación. Es más que probable, que también eso lo aprendiese de Cervantes.

La sombra de las amenazas es a veces tan demoledora como sus peores realizaciones. Me parecen admirables “sus vencidos” que desafían el poder de lo establecido… con una secreta y profunda esperanza de futuro.

Galdós se convierte, para quien quiera verlo, en “memoria crítica de su tiempo”. Desde luego, no es poco. Quizás merezca la pena profundizar en esa perspectiva. En don Benito hay dudas, mas casi siempre está exento del concepto judeocristiano de culpa.

Juan Valera, novelista y diplomático, puso de manifiesto como Galdós puede y debe ser comparado con Honoré de Balzac y Charles Dickens. Difícilmente, un francés renegaría o despreciaría a Balzac, ni un británico a Dickens. Sin embargo, para una derecha inculta, dogmática y resentida, hacerlo con Galdós se ha convertido casi en un deporte.

Estas son las palabras de Juan Valera: “en mi sentir aparece el señor Pérez Galdós como novelista de primer orden, digno de ser comparado con Balzac, en Francia y con Dickens en Inglaterra, así por el esfuerzo creador con que presta movimiento, vida y carácter a sus personajes, como por la observación fiel y por la exactitud con que nos pinta el ser y el vivir de nuestra clase media”.

Una vez más, Azorín, acierta a enunciar y valorar su legado. “don Benito Pérez Galdós, en suma, ha contribuido a crear la conciencia nacional; ha hecho vivir España con sus ciudades, sus pueblos, sus paisajes, sus monumentos”, desde luego no es poco.   

Una vez más me atrevo a sugerir que, hay que leer y releer a don Benito, deshaciendo la corteza de hielo con la que han pretendido hibernarlo. Quizás los valores intrínsecos de la cultura estén presentes en el modo y la forma de abordar la realidad.

Don Benito tiene presente en muchas de sus páginas, que los recuerdos de los conflictos pasados pueden ser la semilla y la base de un futuro distinto. Muchas de sus obras tienen la virtud de hacernos salir de nosotros mismos y de revivir realidades –que condicionan nuestro presente- Aunque sólo fuera por eso, amplían nuestro horizonte y nos ayudan, no sólo a comprendernos a nosotros mismos, sino a comprender a los otros.

Galdós, intenta en todo momento transcender el tribalismo en una sociedad donde los dicterios de la tribu siguen condicionando las costumbres y la visión del mundo.

Nos muestra que merece la pena, creer en un horizonte de progreso y justicia que nos aleje de un presente dogmático y nos aproxime a la utopía. La verdad –lo que don Benito entiende por verdad- casi siempre, permanece oculta y hay que aprender a buscarla leyendo entre líneas y valorando como era y que peso tenía la fuerza de “un pasado cerrado”.

Es más, no está lejos de considerar la cultura como un bien común. Desde luego, no es poco. Habría que explorar esa perspectiva. Las costumbres añejas y con olor a incienso han intentado siempre, ”imponer su código”. Es encomiable el intento de sacudirse ese pesado yugo y atreverse a tener ideas propias.

Mostrar sus intenciones exige acrobacias y ejercicios dialécticos mucho más complicados de lo que opinan quienes tienen una visión “plana” de su prosa.

Puede afirmarse que Galdós tiene de heterodoxo mucho más de lo que se ha venido afirmando. En cierto modo, es un contestatario que no vacila en arremeter contra las convenciones que considera opresivas.

No pocos de sus adversarios, no son otra cosa que torpes tramoyistas. Probablemente, se inspiró en Cervantes para crear y dar vida a “sus conmovedores lunáticos y lunáticas”.

Tampoco vacila en demostrar la hipocresía de los paños litúrgicos, que intentan cubrir una vaciedad moral. No se detiene, asimismo, a la hora de criticar la inepcia de quienes actúan como si poseyeran “la llave” de la verdad y tuvieran la capacidad de condenar y de absolver, de abrir y cerrar, todas las puertas.

Muestra mucho más instinto e inteligencia del que han sabido apreciar nunca sus detractores. Para Galdós, la barbarie permanece agazapada tras muchas esquinas y a la menor ocasión, se manifiestan con toda su brutalidad y fanatismo.

Podría, también, explorarse que algunas de sus páginas tienen “una música secreta” que hay que saber escuchar para valorar su transcendencia y  a veces su doble sentido. Tras las tinieblas… será posible hallar la luz, si se sabe seguir el sendero adecuado.

Antes de poner fin a estas reflexiones sobre la actualidad de Galdós, voy a referirme a una faceta suya, casi desconocida: la de crítico de arte. Lo que puso de manifiesto en su viaje a Italia y que resplandece en algunas de sus colaboraciones periodísticas, como las aparecidas en el diario “La Nación”, en fecha tan temprana como 1868.

El malintencionado calificativo de “garbancero” se desvanece con el solo hecho de leer y repasar sus comentarios sobre Historia del Arte, contenidos en estas colaboraciones.  

La faceta del Galdós periodista es poco apreciada. Sin embargo, su espíritu contestatario se manifiesta, con creces, en estos artículos. Le gustaba ser polémico e incluso provocador, mas de forma sutil.  

Voy a hacer unas consideraciones sobre su artículo “Imperfecciones”. Su lectura disipará toda apreciación vulgar y chabacana. Comenta tres retratos emblemáticos: el de “Lisa del Giocondo”, es decir, la célebre Gioconda de Leonardo da Vinci; el de “Lucrezia di Baccio del Fede” de Andrea del Sarto y el de «Beatrice, Condesa de Oxford» de Anton van Dyck.

A Galdós le encanta sorprender, adoptar puntos de vista poco explorados y, por tanto, originales. En este caso lo hace señalando “la belleza y el atractivo” de la imperfección. Indicando que el canon de belleza clásico no es el apropiado para apreciar estas tres pinturas.

Así lo indica expresamente: “Y sin embargo, ninguna de las tres es bella en el sentido clásico de esta palabra. Lejos de ser correctas, algunas de sus facciones se desvían señaladamente del prototipo tradicional”. Para añadir poco después… “No hubieran suministrado a Fidias una pequeña porción del ideal griego. Son tres magníficos ejemplares de la belleza femenina, de una belleza mundana y convencional, si se quiere, pero belleza al fin”.

No duda en atreverse a poner en solfa criterios y cánones convencionales. “A los ojos de estas figuras se asoma un alma, y la belleza griega no tiene alma, a pesar de sus admirables condiciones artísticas”.

Comenta, asimismo, “El alma se simboliza en  un determinado accidente corporal, y el secreto de la pintura es encarnar en la desviación de una línea, en una protuberancia, en una depresión, los rasgos y movimientos de la gran fisonomía del espíritu”.

Finaliza rematando la faena. “Ninguna de las tres es bella, rigurosamente hablando; pero merced a una imperfección, Lisa es linda, Lucrecia es bonita y la de Oxford es guapa”.

Podrá estarse o no de acuerdo con sus apreciaciones mas, están fuera de toda duda, sus conocimientos de la historia del arte y su capacidad para buscar ángulos y perspectivas originales desde las que abordar… y hasta contravenir los cánones artísticos clasicistas.

Hay que reivindicar al Galdós culto y hasta elegante y al Galdós, que podríamos llamar, predemocrático y que entrelíneas aspira –como han entrevisto y analizado diversos escritores y críticos de distintas épocas- a un país menos rancio, más abierto y, especialmente, más europeo.

En definitiva más moderno, donde haya dejado huella la herencia de la Ilustración… menos adormecido y menos sometido a castas tradicionalistas reaccionarias.

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