
Rosa Amor del Olmo (A. Nebrija)
Juanita la Larga es una de las últimas novelas de Juan Valera, publicada por primera vez en 1895 cuando el autor contaba ya con setenta añosbordedelarealidad.blogspot.com. La acción se sitúa en Villalegre, un pequeño pueblo andaluz de mediados del siglo XIX inspirado en las localidades cordobesas de Cabra y Doña Mencía. Don Paco, respetado secretario del ayuntamiento local y mano derecha del cacique don Andréss, es un viudo de 53 años que goza de posición acomodada y prestigio en la comunidadbordedelarealidad.blogspot.com. Su vida ordenada da un vuelco cuando se enamora perdidamente de Juanita, una muchacha humilde de 17 años, bella y trabajadora, conocida en el pueblo como “la Larga”. El apodo alude a su madre Juana (también apodada la Larga), con quien Juanita ha vivido una existencia modesta pero honrada, marcada por el hecho de ser hija extramatrimonial de un oficial fallecido tiempo atrás.
A partir del surgimiento de este amor inesperado entre Don Paco y Juanita, la novela desarrolla las tensiones y obstáculos que la pareja enfrenta en aquella sociedad tradicional. En un primer momento, Juanita misma se muestra reticente ante los avances de Don Paco, espantada por la considerable diferencia de edad que los separa. Sin embargo, poco a poco Don Paco logra conquistarla con sus virtudes cultas y caballerosas, demostrando la nobleza de sus intenciones. Cuando el sentimiento entre ambos comienza a florecer, surge la presión social del entorno: los habitantes de Villalegre empiezan a murmurar y juzgar la relación. Paradójicamente, no es tanto la brecha generacional lo que escandaliza a los vecinos, sino la distancia en clase social y, sobre todo, el origen ilegítimo de Juanita, fruto de una relación juvenil de su madre solterabordedelarealidad.blogspot.com. En la España rural de la época, ese estigma pesa fuertemente, alimentando la hipocresía y los prejuicios de muchos personajes. Algunos critican el romance por envidia hacia la joven (por su belleza y la atención que recibe), otros por resentimiento al haber sido rechazados en sus propias pretensiones amorosas, y la mayoría esgrime las normas morales vigentes como excusa para oponerse.
Entre las figuras que se interponen en el idilio destaca Doña Inés, la hija adulta de Don Paco. Devota en apariencia y de reputación intachable, Doña Inés ve con indignación la relación de su padre y actúa como principal antagonista, conspirando para separar a los enamorados. Incluso preferiría que Juanita ingresase en un convento antes que verla casada con Don Paco. El propio Don Paco, a pesar de su carácter firme, llega a temer el juicio y la cólera de su hija, a quien considera una verdadera “furia del averno” bajo piel de corderobordedelarealidad.blogspot.com. Por otro lado, el cacique Don Andrés Rubio, hombre poderoso en la comarca, también está interesado en Juanita y siente herido su orgullo al no ser correspondido. La situación se complica con malentendidos y chismes alimentados por personajes secundarios –como Antoñuelo, amigo de la infancia de Juanita, cuya imprudencia provoca varios disgustos– y por episodios como el escándalo suscitado cuando Juanita osa vestir un elegante traje de seda en la misa de Pascua, gesto que muchos consideran “pretencioso” para alguien de su clase. Estos incidentes ponen a Don Paco en una posición comprometida, debatiéndose entre la pasión sincera que siente y el deber de mantener las apariencias y la paz con sus convecinosbordedelarealidad.

A pesar de las vicisitudes –intrigas familiares, habladurías maliciosas y las convenciones estrictas de la época– el amor auténtico entre Don Paco y Juanita prevalece. La joven, que al inicio temía por su honor y reputación, finalmente reafirma con valentía su cariño por Don Paco, dispuesta incluso a abandonar el pueblo y sus comodidades por él si fuese necesario. En el desenlace de la novela, triunfa el amor sobre los prejuicios: la pareja consigue contraer matrimonio, demostrando que sus sentimientos han vencido las barreras de la edad y las presiones sociales. Este final feliz confirma el carácter esencialmente optimista de la obra, que presenta la unión de Juanita y Don Paco como una recompensa merecida tras superar numerosas pruebas, enviando un mensaje sutil pero claro: el verdadero amor puede imponerse a las convenciones de una sociedad hipócrita.
De los personajes
Juanita “la Larga” se erige como la protagonista que da título a la novela y encarna a una joven de origen humilde pero carácter excepcional. Con 17 años, Juanita destaca por su belleza singular y su porte esbelto heredado de su madre Juana. Pero más allá de lo físico, Valera la caracteriza como una muchacha resuelta, orgullosa y fuerte, dotada de gran dignidad personalbordedelarealidad.blogspot.com. Huérfana de padre (lleva el estigma de ser hija natural, lo que en la época suponía una mancha socialbordedelarealidad.blogspot.com), Juanita ha crecido trabajando junto a su madre y ha desarrollado una notable inteligencia y sensatez. Esta madurez inusual para su edad hace que incluso la culta Doña Inés termine reconociendo en Juanita a una “ministra intelectual” que le sirve de compañía en conversaciones elevadas. Juanita sabe muy bien lo que vale y no está dispuesta a ceder a los mandatos ajenos: no aceptará casarse sin amor, por muchas ventajas materiales o presiones que existanbordedelarealidad.blogspot.com. En efecto, a lo largo de la novela la vemos rechazar propuestas ventajosas (como las de Don Andrés, rico pero detestado por ella) y criticar las desventajas de uniones desiguales en las que faltan cariño y respetobordedelarealidad.blogspot.com. Su fortaleza de carácter la lleva a enfrentarse, de forma quizá ingenua pero valiente, a las habladurías del pueblo. Esa misma firmeza es interpretada por muchos vecinos como arrogancia o descaro, generándole enemistades y envidias en Villalegrebordedelarealidad.blogspot.com. Sin embargo, Juanita se mantiene fiel a sí misma. A pesar de sufrir por momentos la incertidumbre y el temor al “qué dirán”, demuestra capacidad de sacrificio y lealtad hacia Don Paco, dispuesta a arriesgar su posición social por defender su relación hasta las últimas consecuencias. Como heroína literaria, Juanita sintetiza la virtud del amor sincero y la autonomía femenina en un entorno que le es adverso, lo que la convierte en un personaje entrañable y adelantado a su tiempo.
Don Paco es el otro gran pilar de la novela. Con 53 años y viudo desde hace décadas, este personaje representa al caballero honorable de provincia que, contra todo pronóstico, vuelve a abrir su corazón al enamorarse en la madurez. Valera nos lo describe como un hombre de porte distinguido, aún atractivo para su edad, culto y de elevada posición social en Villalegrebordedelarealidad.blogspot.com. Ejerce de secretario municipal y goza del respeto general, siendo solicitado para asuntos de importancia por su preparación y buena reputaciónbordedelarealidad.blogspot.com. Su enamoramiento de Juanita supone para él una especie de renacimiento emocional: la pasión lo rejuvenece y reaviva en él impulsos y deseos largamente reprimidos por su natural prudenciabordedelarealidad.blogspot.com. Don Paco se debate internamente entre dos fuerzas opuestas: por un lado, su amor profundo hacia Juanita, noble y desinteresado, que lo impulsa a desafiar las convenciones; por otro, su temor al escándalo y al rechazo social, alimentado especialmente por la severa censura de su hija Inésbordedelarealidad.blogspot.com. Tradicionalmente cauto y acostumbrado a respetar el orden establecido, Don Paco experimenta un conflicto muy humano: sabe que enamorarse de una muchacha tan joven y de clase inferior luce “a todas luces imposible” según la lógica socialbordedelarealidad.blogspot.com, pero al mismo tiempo siente que esa relación le devuelve la alegría de vivir. A medida que avanza la trama, Don Paco demuestra su integridad y valentía moral al no traicionar sus sentimientos; soporta las presiones de amigos influyentes como Don Andrés, el chantaje emocional de Inés e incluso la posibilidad de arruinar su prestigio, con tal de obrar correctamente con Juanita. En última instancia, Don Paco elige el amor verdadero por encima del interés y del miedo, confirmando su condición de hombre cabal y romántico. Su personaje logra despertar la empatía del lector, pues Valera lo pinta con rasgos muy humanos: vulnerable a la ilusión amorosa pese a su edad, algo indeciso ante el qué dirán, pero fundamentalmente bondadoso y decente. Es, en suma, un galán tardío que encarna la idea de que nunca es demasiado tarde para el amor, siempre que se actúe con honestidad.

Alrededor de Juanita y Don Paco orbitan varios personajes secundarios que enriquecen el mosaico costumbrista de la novela, a la vez que cumplen roles específicos en el conflicto central. Entre ellos, sobresale Doña Inés, la antagonista principal. Hija única de Don Paco, Doña Inés es retratada como una dama de estrictos principios religiosos y aparente rectitud moral, pero cuyo comportamiento encierra una profunda hipocresíabordedelarealidad.blogspot.com. Escandalizada por la relación de su padre con Juanita, Inés la considera una trepadora que amenaza la honra familiar. Aunque finge respetar y “honrar” a su padre conforme a los mandamientos, prefiere mantenerlo a raya antes que aceptar su romance tardíobordedelarealidad.blogspot.com. Valera la describe con toques satíricos: Inés oculta bajo su fachada devota una naturaleza implacable –de hecho, Don Paco confiesa temerle más que a nadie– y llega a comportarse como una verdadera villana clásica, conspirando a espaldas de los protagonistas. Representa el peso asfixiante de las convenciones sociales y del fanatismo moralista: es ella quien lidera la oposición al matrimonio, azuzando el chisme en el pueblo y manipulando la situación para que Juanita quede en mala posición. Incluso no duda en usar recursos extremos (se insinúa que presiona para alejar a Juanita mandándola al convento) con tal de impedir la unión. Doña Inés personifica así esa doble moral de la sociedad decimonónica: muy religiosa y puritana de cara al exterior, pero movida por la intransigencia, la envidia y el afán de dominio en lo íntimobordedelarealidad.blogspot.com. Su figura añade tensión dramática a la novela y sirve de contraste tanto con la autenticidad de Juanita como con el afecto sincero de Don Paco.
Otros personajes complementan el cuadro costumbrista y aportan obstáculos o apoyos colaterales en la historia. Don Andrés Rubio, el cacique local, encarna al poder caciquil y conservador. Rico hacendado con influencias políticas, Don Andrés ve a Juanita con deseo y cierto capricho: pretende convertirla en su conquista, quizás más por vanidad que por amor. Al ser rechazado en favor de Don Paco, su orgullo herido le lleva a entorpecer el romance: retira su favor político a Don Paco e infunde temor con su desaprobación. Simboliza la voz de la élite tradicional que no tolera que alguien de clase inferior desafíe el orden establecido (en este caso, “atreviéndose” a aspirar al amor del secretario que él apadrina). Está también Juana la Larga, la madre de Juanita, figura maternal de gran fortaleza y sabiduría popular. Juana es una mujer trabajadora (experta cocinera y costurera, se menciona) que gracias a su talento logró una posición decorosa en el pueblo a pesar de su condición de madre soltera. Ella apoya a su hija incondicionalmente y representa la voz de la experiencia y la bondad sencilla. En el otro extremo generacional aparece Antoñuelo, joven amigo de Juanita desde la infancia, que actúa con inmadurez y provoca enredos y celos con sus imprudenciasbordedelarealidad.blogspot.com. Antoñuelo está enamorado en secreto de Juanita y sus acciones impulsivas (bromas pesadas, rumores) generan situaciones de malentendido que complican la trama, aunque en el fondo no es un mal chico sino un instrumento narrativo para crear conflicto. Finalmente, el elenco se completa con personajes típicos de la comunidad rural andaluza: el Cura bonachón que intenta mediar en los asuntos de sus feligreses, el Maestro Don Pascual que aporta erudición al pueblo, o Don Policarpo el boticario, hombre supersticioso que personifica las creencias populares de la épocabordedelarealidad.blogspot.com. Todos ellos, aunque secundarios, están trazados con viveza y contribuyen a pintar un panorama completo de “todos los tipos sociales que podemos imaginarnos en un pueblo” decimonónicobordedelarealidad.blogspot.com. Esta galería de personajes le permite a Valera reflejar las virtudes, manías y defectos de la sociedad rural que conoció, haciendo que la novela tenga una rica dimensión coral más allá de la historia de amor central.
Hipocresía social, amor y diferencia de edad
Uno de los ejes temáticos más destacados de Juanita la Larga es la crítica a la hipocresía social en la España rural del siglo XIX. Valera expone cómo en el pequeño mundo de Villalegre impera el qué dirán y la obsesión por la respetabilidad aparente. A través de diversos incidentes y personajes, la novela muestra el choque entre la moral pública y la realidad privada de las personas. Un ejemplo evidente es la ya mencionada actitud de Doña Inés y buena parte del vecindario frente al romance de Juanita y Don Paco: bajo pretextos de defensa de la “moral” y las “buenas costumbres”, se esconden motivaciones menos nobles como la envidia, el clasismo o el orgullo herido. La comunidad, que celebra con devoción fiestas religiosas y mantiene formalmente los valores cristianos, no duda en juzgar cruelmente a Juanita por su origen ilegítimo –un pecado que ella no cometió, pero que carga como estigma–. Esta doble vara de medir es patente en detalles como la indignación general cuando Juanita aparece arreglada con un vestido de seda en la iglesia: muchos vecinos lo toman como una afrenta, considerándolo demasiado lujoso para alguien de su condición social. Detrás de esa reacción se percibe el resentimiento clasista: Juanita es una muchacha humilde que “no debe” pretender equipararse a las señoritas de alcurnia, y cualquier muestra de refinamiento en ella es tildada de pretensión insolente. Irónicamente, quienes la censuran por “inmoral” (por su coqueteo inocente con Don Paco, o simplemente por su belleza libre) son personajes que en privado no son ejemplo de virtud: Doña Inés, tan religiosa de fachada, actúa con odio y falta de caridad; Don Andrés, supuesto pilar de la comunidad, intenta seducir a la joven que podría ser su hija; incluso el párroco y otras figuras respetables prefieren mirar a otro lado ante las injusticias siempre que el orden social no se altere. Valera no carga las tintas de manera panfletaria, pero a través de la ironía y las situaciones narradas pone en evidencia la doble moral reinantebordedelarealidad.blogspot.com. La importancia del buen nombre, las habladurías constantes y la necesidad de guardar las apariencias forman parte del ambiente opresivo que rodea a los protagonistas. De este modo, Juanita la Larga se alinea con otras novelas realistas del XIX que denuncian la hipocresía colectiva, aunque lo hace con un tono amable y optimista, sin caer en el pesimismo moralizante. Al final, el triunfo de Juanita y Don Paco supone también una pequeña victoria sobre esa sociedad pacata: el amor verdadero obliga al pueblo a tragarse sus murmuraciones cuando la pareja se consagra legítimamente en matrimonio, rompiendo el poder del qué dirán.

El amor es, naturalmente, el tema central y motor de la novela, pero presentado bajo una luz peculiar: el amor con diferencia notable de edad. Valera aborda el romance entre un hombre maduro y una mujer muy joven como un “idilio” clásico donde los sentimientos auténticos prevalecen sobre los prejuicios. En un siglo XIX lleno de convenciones, un vínculo romántico así de dispar generacionalmente planteaba interrogantes morales que el autor explora con delicadeza. En Juanita la Larga, el amor romántico se muestra capaz de trascender las barreras generacionales: Don Paco y Juanita, pertenecientes a generaciones diferentes (él podría ser casi su abuelo por años), hallan una afinidad emocional e intelectual que desafía las expectativas. De hecho, la propia Juanita, tras superar sus dudas iniciales, comprueba que Don Paco la trata con un respeto y devoción que ninguno de sus pretendientes jóvenes podría igualar, y admira en él su experiencia y conocimiento. Por su parte, Don Paco encuentra en Juanita una frescura y vitalidad que reavivan su mundo, pero también reconoce en ella a una mujer sensata y capaz de amar con madurez, lejos de la imagen de niña caprichosa que algunos pudieran imaginar. “El amor no tiene edad” podría ser el lema de la obra, que muestra cómo la brecha temporal se vuelve irrelevante cuando hay entendimiento mutuo y voluntades firmes.
Ahora bien, Valera no ignora los condicionamientos sociales de este tema: gran parte del conflicto nace justamente de la condena social que anticipan los protagonistas por esa diferencia de edad. Juanita teme convertirse en blanco de la burla y el escarnio –“¿dónde iría yo a ocultar mi vergüenza, arrojada de este pueblo por seductora de señores ancianos?” llega a exclamar–, evidenciando que la mayor amenaza para su amor no es la falta de cariño entre ella y Don Paco, sino la presión externa. La novela subraya que el verdadero obstáculo para los amantes son los prejuicios colectivos (la idea de que un hombre mayor enamorado de una chica joven comete una suerte de abuso, o que una chica que acepta a un hombre mayor lo hace por interés). En ningún momento se percibe que entre Juanita y Don Paco exista una explotación o falta de equilibrio en la relación; al contrario, la iniciativa y la inteligencia de Juanita la ponen a la par de su amado, y ambos se entregan con sinceridad. Valera incluso se anticipa a posibles objeciones prácticas: se menciona que, por la lógica de la vida, Juanita probablemente enviudará joven y podría enfrentar dificultades económicas, pero se deja claro que no la mueve ningún interés material, dado que está dispuesta a renunciar a todo por seguir a Don Pacos. Así, el autor legitima el amor entre ellos como genuino, derribando la idea de que una joven solo podría amar a un hombre mayor por conveniencia. En la resolución feliz (la boda), la novela termina por normalizar esa unión poco convencional, invitando al lector a aceptar que el amor verdadero tiene sus propias “razones” que trascienden las convenciones etarias. Por eso, la crítica ha llegado a definir Juanita la Larga como el “último idilio clásico de la literatura española”, remarcando cómo retoma el esquema del idilio romántico (amor idealizado que vence obstáculos) en una de sus últimas expresiones decimonónicas. El tema de la diferencia de edad, tratado aquí sin morbo y con final optimista, resalta la postura tolerante y humanista de Valera: nos dice que, con honestidad y amor puro, dos personas pueden unirse y complementarse plenamente a pesar de los años que los separan.
Enfoque costumbrista
El estilo narrativo de Juan Valera en Juanita la Larga se caracteriza por una combinación armónica de realismo costumbrista, tono lírico-irónico y una prosa cuidada que busca ante todo el deleite estético. Como buen novelista de costumbres, Valera recrea con detalle y viveza la vida cotidiana de un pueblo andaluz, pintando un cuadro lleno de color local. La ambientación es prácticamente un personaje más: Villalegre aparece como una comunidad pequeña pero bulliciosa, donde todos se conocen y participan de tradiciones festivas, tertulias y rituales sociales que el autor describe minuciosamente. En efecto, la novela es un “retrato colorista y vívido de una sociedad pueblerina de la Andalucía de mediados del siglo XIX”, construido en buena medida a partir de los recuerdos de infancia de Valerabordedelarealidad.blogspot.com. El autor envuelve ese mundo rural en un cierto halo bucólico e idealizado –el propio nombre Villalegre sugiere una aldea dichosa–, presentándonos un escenario casi arcádico con viñedos, fuentes, fiestas de agosto, procesiones de Semana Santa y escenas costumbristas pintorescas. Sin embargo, esa estampa idílica viene matizada por la realidad: Valera no oculta las limitaciones y vicios de la aldea, como el caciquismo, el rígido orden social o la omnipresente murmuración maliciosa. Esta dualidad le da a la novela una tonalidad única, mezcla de idealismo y realismo. Por un lado, es “una obra idílica, alegre como ninguna otra del autor, sin el menor dejo de amargura”–en contraste con novelas más pesimistas de sus contemporáneos realistas–; por otro, se van filtrando verdades humanas y retratos veraces de las pasiones y costumbres del pueblo, hasta el punto de que Valera se jacta de haber sido “más bien historiador fiel y veraz que novelista rico en invención” al componer esta historia. En la carta-dedicatoria inicial de la novela, el propio autor confesaba haber escrito Juanita la Larga “combinando recuerdos” de su juventud cordobesa, afirmando que los usos, caracteres y lances del relato “han podido suceder naturalmente y tal vez han sucedido”, de tan reales que los considera. Valera incluso sugiere que su novela es como un “espejo o reproducción fotográfica” de la gente y el ambiente de su tierra natal. Estas declaraciones evidencian la intención costumbrista-realista de su estilo: reflejar la vida tal cual es (o fue), con la mayor autenticidad posible, y sin intervenir con exageraciones melodramáticas ni tesis moralizantes.
Otro rasgo notable del estilo de Valera en esta obra es su equilibrado manejo de los registros lingüísticos y el cuidado de la prosa. La narración está escrita en un castellano culto, elegante y rico en vocabulario, acorde con la voz de un narrador ilustrado del siglo XIXbordedelarealidad.blogspot.com. Valera demuestra un léxico amplísimo –no duda en emplear términos eruditos, referencias literarias, míticas o alusiones históricas– lo cual aporta profundidad y precisión a las descripciones, aunque puede suponer un desafío para lectores no familiarizados con ese lenguaje decimonónico. Por ejemplo, hay comparaciones y digresiones cultas que reflejan la vasta formación del autor (no en vano fue también crítico y diplomático). Sin embargo, lejos de hacer la lectura pesada, este vocabulario riquísimo suele venir matizado por un tono ameno e irónico que mantiene el texto ágil. Además, Valera logra una interesante polifonía adaptando el habla de cada personaje a su condición social: los caballeros y damas (Don Paco, Doña Inés, Don Andrés) se expresan en formas más elevadas y formales, mientras que los personajes del pueblo llano (Juanita, Juana, Antoñuelo, Don Policarpo) usan un habla popular e incluso coloquial, con giros locales, refranes y alguna que otra expresión vulgar cuando correspondebordedelarealidad.blogspot.com. Este contraste entre lenguaje culto vs. campesino enriquece la verosimilitud de la novela y aporta toques de humor. Valera, en esencia, fue bilingüe en esos registros: podía alternar la fina ironía aristocrática con diálogos llenos de sabor andaluz campesino. Cabe señalar que el diálogo directo en Juanita la Larga es relativamente escaso; predomina la narración en tercera persona, pero cuando los personajes hablan, sus voces suenan auténticas a sus caracteres.
La narración, por su parte, fluye con descripciones mesuradas –nunca excesivamente largas ni minuciosas al estilo naturalista– que enriquecen el texto y sitúan al lector plenamente en los paisajes y las costumbres andaluzas de aquellos añosbordedelarealidad.blogspot.com. Valera pinta escenas costumbristas con gracia y brevedad, de forma casi cinematográfica para su tiempo, deteniéndose lo justo en cada cuadro sin entorpecer el avance de la trama. Este estilo agradable hace que la novela, aun siendo decimonónica, resulte ágil y muy legible, con momentos de sutil humor e ironía. De hecho, el tono general de la obra es ligero y jovial: abunda el humor fino en las interacciones sociales, el sarcasmo al dibujar ciertas ridiculeces de los personajes (especialmente al satirizar la devoción impostada de Doña Inés o la superstición de Don Policarpo) y una mirada comprensiva hacia las flaquezas humanas. No hay tremendismo ni tragedia exacerbada; Valera evita cualquier amargura o moraleja explícita. Esto concuerda con su declaración de principios literarios: “Juanita la Larga no propende a demostrar ni demuestra cosa alguna. Su mérito, si le tuviere, ha de estar en que divierta”, escribió Valera, enfatizando que su objetivo era ante todo el entretenimiento estético. Fiel a la doctrina del “arte por el arte”, el autor rehúye cargar la novela con mensajes ideológicos o tesis sociales rígidas. El resultado es una narrativa limpia y encantadora, donde el lector siente que pasea por un pueblo real, con gente real, asistiendo a una historia de amor contada con ingenio y delicadeza. En suma, el estilo de Juanita la Larga combina lo mejor del realismo costumbrista español –el retrato fiel de ambientes y gentes– con una prosa artística de gran calidad y un tono optimista poco común en la novela del XIX. Esa mezcla hace de su lectura una experiencia envolvente, donde aprendemos sobre la sociedad de otra época a la vez que disfrutamos con una trama sencilla pero encantadora.
Relevancia en el siglo XIX

Juanita la Larga ocupa un lugar importante en la literatura española del siglo XIX, tanto por sus méritos intrínsecos como por su posición histórica dentro de la obra de Valera y de la novela realista. Publicada en 1895 (y por entregas en prensa ese mismo año), se considera a menudo la culminación de la carrera novelística de Juan Valera. De hecho, junto con Pepita Jiménez (1874), es la novela que le dio mayor celebridad literaria al autor cordobés. Si Pepita Jiménez inauguró su éxito, Juanita la Larga lo consolidó dos décadas después, mostrando que Valera seguía en plena forma creativa hasta el final del siglo. La crítica clásica ha elogiado esta obra por ser un broche de oro del costumbrismo idealista decimonónico: el reputado erudito José F. Montesinos la calificó como el “último idilio clásico de la literatura española”, destacando cómo en ella pervive el espíritu romántico-costumbrista en los umbrales del nuevo siglo. En efecto, tras 1895 la narrativa española tomaría rumbos diferentes (llegaría la Generación del 98, el Modernismo, etc.), por lo que la novela de Valera queda como testamento literario de una manera de novelar más clásica, centrada en las pequeñas comunidades, en las emociones íntimas y en un arte depurado por encima de tesis o denuncias sociales directas.
La importancia de Juanita la Larga radica en varios aspectos. En primer lugar, es un excelente retrato de la sociedad rural andaluza decimonónica, a la altura de las mejores novelas regionalistas europeas. Valera aprovechó su conocimiento profundo de su tierra natal para dejar un testimonio literario de usos y mentalidades (costumbres, lenguaje, jerarquías sociales, creencias) que resulta valioso para historiadores y críticos culturales. A diferencia de novelistas como Emilia Pardo Bazán o Benito Pérez Galdós, que en esos años escribían con tintes más naturalistas y frecuentemente críticos o pesimistas respecto a la sociedad, Valera ofrece en Juanita la Larga una visión más luminosa y equilibrada de la realidad. Sin ocultar los defectos sociales (ridiculiza la hipocresía y satiriza el caciquismo), lo hace con un afecto evidente por sus personajes y escenarios. Este enfoque benévolo y artístico (no panfletario) fue muy apreciado en su momento y constituye una aportación singular: Valera mostró que era posible hacer novela realista sin crudeza ni tesis, defendiendo la autonomía del arte. En sus ensayos, él mismo abogó por la novela como obra de arte autónoma, no supeditada a ideologías, y Juanita la Larga ejemplifica esa teoría llevando al papel un relato que no pretende aleccionar sino deleitar. De ahí que muchos lectores y comentaristas celebren la novela por su amenidad y encanto intemporal. El propio Manuel Azaña, en sus ensayos sobre Valera, subrayó cómo toda la obra del autor se mantuvo dentro de un conservadurismo social y un liberalismo mesurado, sin rebasar ciertos límites ni en moral ni en política. Esa mesura se refleja en Juanita la Larga, que se podría tildar de novela clásica en valores y estilo, pero a la vez progresista en su mensaje sentimental (normaliza una relación poco convencional y reivindica la autenticidad personal frente a la presión colectiva).
Desde una perspectiva crítica moderna, Juanita la Larga suele valorarse positivamente como una joya menor de la literatura española decimonónica. No alcanza quizá la hondura psicológica de Fortunata y Jacinta ni la crítica social descarnada de La Regenta, pero brilla por su equilibrio, sinceridad y fina ironía. Los personajes, especialmente Juanita, han sido elogiados por su vitalidad: parecen salirse del papel, gracias a la pluma experta de Valera que les infunde humanidadbordedelarealidad.blogspot.com. La novela se lee con una sonrisa constante, alternando momentos entrañables, cómicos y emotivos, lo que la hace muy atractiva para el lector. Varios comentaristas destacan lo entretenida y “amena” que resulta la lectura, a pesar de manejar un lenguaje de otra época. Y es que, si bien el estilo elegante y algo arcaizante de Valera puede exigir cierto esfuerzo (por sus frases largas, referencias cultas y vocablos en desuso), esto no opaca la frescura de la historia ni el humor que la recorre. Para un lector contemporáneo, Juanita la Larga ofrece una ventana fascinante a las costumbres del XIX –con sus “situaciones jocosas actualmente trasnochadas, pero que siguen agradando”– y a la vez plantea un tema, el amor entre personas de distinta edad, que sigue siendo relevante y debatido. La novela nos invita a reflexionar sobre cómo han cambiado (o no) las actitudes sociales hacia las parejas disparejas y sobre la vigencia del amor como fuerza transformadora. En última instancia, la crítica la considera una obra entrañable y significativa: entrañable por el cariño y humor con que está escrita, y significativa por ser testimonio de la España rural de fin de siglo y por consagrar literariamente la idea de que el amor verdadero es capaz de superar todas las barreras. Por todo ello, Juanita la Larga mantiene su lugar en el canon literario español del XIX como una novela de referencia del costumbrismo andaluz y del estilo único de Juan Valera, ese escritor diplomático que, según sus propias palabras, solo aspiraba a que sus libros divirtieran y emocionaran, cosa que sin duda esta novela consigue aún hoy. En la historia de la literatura española, Juanita y Don Paco permanecen como símbolos de un ideal romántico tardío, pero imperecedero, en el que la autenticidad y el amor triunfan sobre la mezquindad social.