
Una nota por el aniversario del nacimiento del excelso poeta Antonio Machado
Rosa Amor del Olmo
En la vasta geografía literaria de Antonio Machado, hay un territorio menos transitado pero profundamente fértil: el de Juan de Mairena. Mientras muchos evocan al poeta de la melancolía castellana, del «caminar se hace camino», pocos se detienen a explorar a ese maestro apócrifo que cuestiona, ironiza y enseña desde la trinchera del pensamiento.
Publicado en 1936, Juan de Mairena es una obra que escapa de los géneros. No es ensayo, no es ficción, no es diario ni tratado: es todo eso a la vez. Su protagonista es un profesor de retórica que se dirige a sus alumnos y al lector con aforismos, paradojas, dudas, provocaciones. No enseña lo que debe saberse, sino lo que debe preguntarse. El resultado es un libro que respira libertad en tiempos de dogma.

Mairena (y con él, Machado) desconfía de las verdades rotundas. «La verdad es la mentira menos mentirosa», dice. También: «Todo necio confunde valor y precio». O esta otra, luminosa y amarga: «La misión del maestro no es la de dar enseñanzas acabadas, sino la de enseñar a dudar de lo que se aprende». Y más allá de la frase brillante, hay una actitud: la de quien sospecha del poder, de la retórica vacía, de la educación como adoctrinamiento. En plena gestación de la Guerra Civil, Juan de Mairena enseña a pensar, a discutir, a dudar. Y eso, en 1936, era revolucionario.
No hay en este libro exaltación directa de la patria, pero sí una profunda preocupación por el porvenir del ciudadano. No hay arengas, pero sí principios. El maestro Mairena no pretende convencer, sino despertar. Y lo hace desde el humor, desde la lógica invertida, desde una especie de filosofía popular. ¿Cómo no recordar, leyéndolo hoy, a tantos docentes que siguen peleando contra la estandarización, contra la cultura de la consigna?
Una de las virtudes de Juan de Mairena es su vigencia. Pocos textos dialogan con tanta lucidez con el presente, desde el aula hasta la plaza. Machado no predicaba desde la autoridad, sino desde la conciencia de la fragilidad de toda certidumbre. En tiempos donde las opiniones se disparan antes de pensarse, Mairena susurra: «La inteligencia no consiste en la rapidez con que se responde, sino en la calidad de las preguntas que uno se formula».
En los tiempos actuales, tan llenos de certezas gritadas, de trincheras ideológicas, de pedagogías domesticadas, volver a Juan de Mairena es volver a un humanismo crítico, libre, con humor y con ética. Un humanismo que no pontifica, pero no se calla. Que no adoctrina, pero no se rinde. Que no sermonea, pero siembra.
Antonio Machado, en la piel de Juan de Mairena, no quiso dejar un sistema. Dejó una actitud. La del maestro que duda. Que duda de todo salvo de la necesidad de pensar por uno mismo.
Coda
Tal vez por eso Mairena nos habla hoy con más urgencia que nunca. En una época en la que la información abunda pero la reflexión escasea, en la que se pontifica más de lo que se escucha, la lección de este maestro ficticio resulta más real que muchas cátedras. «Pensar es una labor de zapa», decía. Yo añadiría: escribir también lo es.
Y en ese ejercicio de zapa, Juan de Mairena nos recuerda que la inteligencia más valiente no es la que afirma, sino la que pregunta. Quizás por eso, cuando uno termina de leerlo, no sale con más respuestas, sino con más ganas de vivir preguntando. Y eso, en estos tiempos, es una forma de resistencia.