Los desajustes de la globalización y la persistencia de los problemas no resueltos del imperialismo

Antonio Chazarra

Todo parece indicar que progresivamente vamos a peor. La herencia de la Ilustración nos hizo concebir espejismos que la realidad ha hecho añicos. Hoy, volvemos a tener presente que la violencia y la ley del más fuerte pueden más que los tratados internacionales, la diplomacia o los derechos humanos. Un debate asimismo recurrente, es si la justicia es eurocéntrica o si puede aplicarse con carácter universal. Entre unas cosas y otras así nos va. Estamos desconcertados y nos cuesta mantener la serenidad en medio de las tormentas.

Hoy quiero hablarles de Walter Mignolo y de lo que se dio en llamar, no hace mucho, la Filosofía de la liberación. Es un movimiento sobre el que no se ha pensado demasiado, quizás porque resulta provocativo. Para la Filosofía de la liberación, modernidad y colonialidad son el haz y el envés de una misma cosa.

Walter Mignolo nos habla de decolonialidad. Es sugerente su planteamiento de que para desmantelar las estructuras coloniales de poder, es fundamental repensar y deconstruir los conocimientos ligados a ellos y la penosa herencia que han dejado tras de sí.

Un enfoque, probablemente necesario aunque poco practicado, es concederle mayor importancia a los problemas no resueltos del colonialismo y la descolonización. Los fantasmas que se pretenden arrojar por la puerta, regresan por la ventana, volviendo a hacerse presentes. En realidad nunca desaparecieron aunque nos hiciéramos la ilusión de lo contrario. 

Concepciones de dominio estratégico y delirios de mandatarios como Donald Trump, Vladimir Putin y otros,  ponen de manifiesto que las políticas imperialistas y los problemas no resueltos vinculados a ellas, vuelven a hacerse presentes.

Últimamente le doy bastantes vueltas a lo que escribió Karl Marx sobre la teoría del derrumbe y sus mecanismos.  

De hecho, el prescindir apresuradamente de análisis y  criterios, que nos han servido de soporte para analizar la realidad, es un factor que ha influido no poco en la generación y extensión de una falsa conciencia.  Lo cierto es que hace tiempo que aparecieron y se consolidaron nuevas relaciones de dependencia y nuevas formas de ejercer, por otros medios, políticas netamente colonialistas o neocoloniales, si así se prefiere.

Viejas estrategias criminales y sus justificaciones execrables vuelven a ponerse, sin pudor, sobre el tablero de la historia. En estas circunstancias merece la pena intentar comprender y analizar el pensamiento decolonial de Walter Mignolo.

Es significativo que le influyeron los postulados de Roland Barthes. De hecho, acabó convirtiéndose en un experto divulgador de las teorías poscoloniales. Para situar en sus coordenadas sus análisis, conviene reflexionar detenidamente su obra The Darker Side of the Renaissance: Literacy, Territoriality, Colonization (1995). Existe traducción castellana “El lado más oscuro del renacimiento: alfabetización, territorialidad y colonización”. Edit. Universidad del Cauca, Popayán Colombia, 2016. Quizás el  punto de vista de mayor calado es que el Renacimiento europeo pasó como de puntillas por la colonización de América. 

Es probable que algunos de sus referentes no digan nada o muy poco a los europeos. Más aunque solo sea citarlos ahí quedan. El argentino Enrique Dussel, Rodolfo Kusch o Aníbal Quijano. Quizás una de sus aportaciones de mayor calado sea su concepto de la transmodernidad,  que es tanto como decir la superación crítica de la modernidad.

Dejarse en el tintero estos planteamientos es tanto como ignorar un aspecto importante para el análisis de la colonización y sus problemas no resueltos.  Para Mignolo  la modernidad colonial  generó y mantiene estructuras injustas.

Más allá de criticar las políticas disparatadas de Trump, Putin y otros. Su pensamiento nos muestra una perspectiva para desentrañar las prácticas coloniales que se han venido ocultando interesadamente. Debe ponerse el énfasis necesario en la denuncia de las prácticas coloniales, que lejos de desaparecer lo que hacen en realidad es revestirse de diversas formas adoptando y camuflándose bajo distintos disfraces.

Las potencias colonizadoras se encargaron de crear un sistema que dificultara la capacidad de pensar y de comprender la situación generada y sus consecuencias. Invalidando o retrasando, por tanto,  las posibilidades de rebelarse o de superar dialécticamente las contradicciones.  

Allí donde predominan el miedo y la alienación, no suele surgir el ansia de libertad, aunque el resentimiento acumulado se alimente de odio. 

No puede por tanto extrañar que las nuevas prácticas del colonialismo sigan buscando la explotación de nuevos recursos aunque lo practiquen enmascarándolo bajo diversas formas. Aquí también, es interesante pararse a distinguir las causas de los efectos y negarse a dejar a un lado “la perforación de la memoria” que indague sobre los problemas no resueltos del pasado. 

La configuración de todo poder colonial y de toda política imperialista ha tenido como eje central de actuación, la violencia y las coacciones que iban acompañadas de un ostensible poder disciplinario.

No está de más hacer una mención del carácter universal –o por lo menos universalizable- de un código ético. La llamada Filosofía de la liberación, tiene quizás en este punto, uno de sus aspectos más endebles. Mas es necesario seguir indagando…

En cualquier caso no debemos dejar a un lado estos aspectos ya que son imprescindibles para entender el mundo en que vivimos. Si no mostramos una firme determinación por defender los Derechos  Humanos y una legalidad internacional que ha costado tanto construir, corremos el riesgo de que impere la ley del más fuerte y la eliminación de todo aquello que impida su dominio brutal.

La Historia, como supieron apreciar los clásicos, es sin duda maestra de la vida. Hesíodo en la cita que sirve de preámbulo a estas reflexiones nos hace ver, sabiamente, que quien siembra males para los demás, también se perjudica así mismo, un nada desdeñable aviso para navegantes.

Estamos inmersos en una crisis de civilización, donde la barbarie gana terreno diariamente a la razón y donde la inteligencia artificial y múltiples recursos están al servicio de espurias estrategias de burda manipulación.

El viejo Sófocles en Antígona, nos dejó dicho que la razón de los hombres es el mayor bien que existe. Convendría que no lo olvidáramos y que en esta crisis de civilización que padecemos no nos dejemos arrastrar al abismo, sin oponer resistencia.

Me gustaría concluir estas anotaciones con una valoración de Jenofonte, donde con sagacidad nos hace ver que la traición –hacia los demás y hacia nosotros mismos- es harto peligrosa, ya que es más difícil protegerse de lo invisible que de lo aparente.

El viejo Aristóteles en el Libro III de su Retórica, nos legó unas palabras que no debemos echar en saco roto. Me ha parecido oportuno reproducirlas para rendirle un tributo en estos tiempos de crispación que corremos. Son estas: “Un buen acuerdo es un trofeo mucho más bello que los que se consiguen en las guerras”.

Hannah Arendt es una pensadora a la que se acaba volviendo una y otra vez. Sus ideas son plenamente válidas en el mundo convulso que vivimos. Mucho ha escrito  sobre el totalitarismo y sus orígenes. Por mi parte me gusta tener presente que uno de los efectos perniciosos del totalitarismo es que se adueña de nosotros y acaba por convertirnos en seres obedientes e irreflexivos… sin posibilidad de pensar por nosotros mismos. Los nuevos fascismos –que no son otra cosa que una actualización de lo caduco y obsceno- pretenden exactamente eso, convertirnos en dóciles y manipulables, enarbolando una retórica ferozmente nacionalista y excluyente.

Una última sugerencia. No es nada descabellado pararnos a pensar que uso tiene la mentira en el mundo actual y que pretenden los propagadores de bulos y odio y los que distorsionan la verdad y la objetividad con burdas manipulaciones.

Quizás la tarea más perentoria en este presente lúgubre sea reivindicar y practicar un pensamiento contra la barbarie…

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