
Rosa Amor del Olmo
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Tesis del artículo. Galdós defiende mantener el statu quo en Marruecos: España no puede —ni debe— embarcarse en aventuras expansionistas. Una guerra “como la de 1859” sería popular y quizá “gloriosa”, pero estéril. Su propuesta es pragmática: orden interno en España, ejército organizado y, mientras tanto, no tentar la suerte en África.
Contexto que late entre líneas. El texto se escribe en plena “carrera por África”, con Francia asentada en Argelia y Túnez, y Gran Bretaña controlando Egipto, Malta, Chipre y Gibraltar. El sultán Mulay Hassan I convalece; su eventual muerte podía abrir una sucesión violenta. Galdós sabe que cualquier vacío de poder activaría a las potencias.
Lectura internacional (muy moderna).
- Anticipa una lógica de equilibrio: “si Inglaterra llegara a poseer también Marruecos, el Mediterráneo sería inglés”; con Francia, casi lo mismo. Conclusión: mejor no alterar el tablero.
- Desconfía de los “halagos artificiosos” de Italia y Alemania que animan a España a intervenir “en nombre de sus derechos históricos”: los ve como maniobras para molestar a Francia. Es una radiografía clara del cinismo europeo de poder.
España, espejo de sí misma. La frase “tener política exterior es un lujo” condensa su crítica al régimen de la Restauración: antes de soñar hegemonías, orden en casa. Rehuye el patrioterismo barato: reivindica prudencia y recursos antes que gestas.
El nervio retórico.
- Arranque con guiño: “Providencia cristiana y musulmana” → ironía que desinfla el sectarismo.
- “Despertar a cañonazos” → fórmula ambigua: describe sin adornos la praxis europea (civilizar a golpe de artillería) y, a la vez, la deja en evidencia por brutal e hipócrita.
- Predominio del tono clínico sobre el épico: Galdós habla como estratega, no como tribuno.
Puntos ciegos (y de época). Aunque critica el aventurerismo, comparte el léxico hierático de su siglo: “barbarie”, “beneficios de la civilización”, tutela europea. Reduce la política marroquí a inestabilidad y armas, y minusvalora los esfuerzos reformistas del propio sultanato. Su horizonte es eurocéntrico y paternalista, incluso cuando es prudente.
Aciertos de fondo.
- Diagnóstico de que España pondría la sangre y otras potencias recogerían los frutos en una intervención “concertada”.
- Lectura lúcida de la dimensión mediterránea: quién controle la orilla sur altera todo el equilibrio.
- Idea de una conferencia internacional para sostener el statu quo: intuición premonitoria de la vía multilateral que décadas después cristalizaría en conferencias sobre Marruecos.
Qué nos dice hoy. El texto funciona como antídoto contra el gesticulismo: advertencia contra guerras “populares” de alto coste y bajo rendimiento; denuncia de alianzas interesadas que empujan al pequeño a hacer el trabajo sucio; y una lección incómoda: sin capacidad estatal real, la gran política exterior es humo.
Para usar en columna o clase (tres hilos rápidos).
- Equilibrio vs. gloria: por qué la lucidez geopolítica de Galdós vale más que la épica de 1859.
- Hipocresía civilizatoria: la Europa que “despierta a cañonazos” como espejo del discurso humanitario armado.
- España y el “lujo” exterior: una constante histórica entre ambición y capacidad.
Notas de detalle útiles.
- El “río Aruluya” es el Muluya, frontera oriental; el oasis de Fignig, Figuig.
- “Posesiones africanas” alude al pequeño pero sensible archipiélago de plazas (Ceuta, Melilla, peñones, Chafarinas), no a un proyecto magrebí amplio.

Marruecos
Madrid, octubre 15 de 1887
I
La cuestión de Marruecos la encuentro resuelta, o por lo menos aplazada, a mi llegada a Madrid de un viaje por Alemania. No solo vela por nosotros la Providencia cristiana, sino la musulmana, porque el Sultán ha sanado de su peligrosa enfermedad, librándonos así de las graves complicaciones que nos habría traído su muerte. La sucesión a la Corona es en aquel país un problema difícil, porque casi siempre se decide por las armas. Nuestras posesiones africanas correrían quizás algún peligro, y de aquí la determinación de enviar tropas a reforzarlas.
Pero el problema marroquí no se plantea exclusivamente entre España y el imperio vecino. Todas las potencias que tienen o figuran tener intereses en la costa africana reclaman su parte de intervención, y de esto resulta una cuestión muy parecida a la antiquísima e insoluble de Oriente. España no aspira, como algunos creen, a la conquista del Magreb, empresa dificilísima si no imposible, para lo cual no tenemos fuerza ni recursos, Sus aspiraciones se limitan al sostenimiento del orden de cosas existente allí, a que se establezca una regularidad política y a que los intereses europeos estén debidamente garantizados, única manera de que Marruecos empiece a disfrutar de los beneficios de la civilización. Cierto que una campana como la de 1859 seria popular en España; pero, aunque ahora resultase tan gloriosa para nuestras armas como entonces lo fue, sus resultados serían nulos. Iguales o quizá mayores inconvenientes hallarían cualquiera otra potencia.
Una acción concertada de todas ellas quizás sería menos estéril; pero falta saber cómo se repartirían los papeles. Es probable que en este caso llevase España la parte más dura en la acción militar y la menos importante en los beneficios consiguientes.
Aunque Italia y Alemania han expresado la opinión de que España debería intervenir sola con poderes de las demás potencias, por razón de sus derechos históricos, estos son halagos artificiosos que debemos acoger con mucho recelo. Quizás el único objeto de esta proposición sea molestar a Francia, cuyas pretensiones son conocidas de todo el mundo, y aunque la Republica no está para meterse en muchas aventuras, desde que se creyó próxima la muerte del Sultán, mostrose inclinada a realizar sus planes de rectificación de fronteras en el rio Aruluya y en el oasis de Fignig.
II
Ha de tenerse en cuenta que cualquier potencia que dominase en la costa marroquí habría de alcanzar por este solo hecho una preponderancia tan grande que no sería posible restablecer el equilibrio.
Si Inglaterra, que ya posee Egipto, las islas de Chipre y Malta y el peñón de Gibraltar, llegara a poseer también Marruecos, el Mediterráneo seria inglés y ningún poder ni antiguo ni moderno seria comparable al suyo. De Francia puede decirse casi lo mismo; de modo que todas las hipótesis conducen a la conveniencia de dejar las cosas como están.
Alegrémonos de la salud de Muley Hassan y celebrémosla como un gran bien, porque nos evita un sin fin de complicaciones. Bastante tenemos que hacer en nuestra casa para meternos ahora en la del vecino. Ahora solo se trata de saber si habrá o no una Conferencia diplomática para sostener el statu quo. Probable es que no haya nada y que sigan las cosas como hasta aquí, el imperio africano sumido en la barbarie, esperando el día en que la civilización europea le despierte a cañonazos. Nuestro deseo es que para entonces nos coja con más recursos, con un ejército bien organizado y en situación de poder tener política exterior. Por el momento este lujo nos está vedado.















