La lengua gallega: patrimonio cultural en la encrucijada lingüística

Rosa Amor del Olmo (A. Nebrija)

La lengua gallega (galego) es uno de los mayores tesoros culturales de Galicia, un idioma milenario que ha sobrevivido a siglos de marginación y continúa siendo núcleo de la identidad gallega. Hoy en día comparte estatus cooficial con el castellano en la Comunidad Autónoma, pero vive una situación delicada: por primera vez, el uso del español ha superado al del gallego en la propia Galicia. Esta realidad plantea interrogantes sobre el futuro del gallego frente al castellano y acerca de qué medidas son necesarias para proteger el valor cultural e identitario de la lengua en la sociedad actual.

El gallego no es solo un medio de comunicación, sino el más preciado patrimonio inmaterial del pueblo gallego, aquello que identifica a Galicia y le da un lugar único en el mundo. Tras un esplendor medieval, el gallego sufrió siglos de relegación –los “siglos de silencio”– en que apenas se usó por escrito y quedó limitado al ámbito rural y familiar. Aun así, la perseverancia de las clases populares y el esfuerzo de intelectuales del Rexurdimento en el siglo XIX lograron rescatarlo como principal elemento de identidad y base de la cultura gallega.

Hoy, instituciones y sociedad celebran ese legado. Cada 17 de mayo, el Día das Letras Galegas rinde homenaje a escritores en gallego, subrayando la riqueza literaria y simbólica del idioma. No es extraño escuchar que la lengua gallega es la principal seña de identidad de Galicia. Incluso desde el gobierno autonómico se reconoce con orgullo que el gallego fue y será una seña de identidad esencial. En suma, el gallego forma parte del alma cultural gallega: perderlo sería empobrecer la diversidad cultural de España y romper un vínculo vivo con siglos de historia y tradiciones propias.

Pese a su valor patrimonial, el gallego enfrenta una erosión en su uso social frente al castellano. Las encuestas sociolingüísticas más recientes reflejan una pérdida de hablantes habituales de gallego y un avance del español en prácticamente todos los ámbitos. Menos de la mitad de la población gallega habla habitualmente gallego, y el monolingüismo en castellano ha crecido con fuerza.

El cambio generacional agrava esta tendencia: las nuevas generaciones utilizan mucho menos el gallego que sus mayores. Solo un 16% de los niños y adolescentes se comunican mayoritariamente en gallego, mientras que más de la mitad habla exclusivamente en castellano. La consecuencia es un quiebre en la transmisión intergeneracional: cada vez más padres jóvenes optan por el español con sus hijos. El resultado es que incluso el ámbito familiar, tradicional refugio del gallego, se está castellanizando.

Esta situación configura un claro fenómeno de diglosia: la mayoría de gallegos son bilingües en diverso grado, pero tienden a reservar el gallego para contextos privados o rurales, usando el castellano en la vida pública y profesional. Persiste la idea –heredera de antiguos prejuicios– de que el castellano es la lengua del progreso, mientras el gallego se asocia a lo rural o las clases bajas. Además, la población se concentra cada vez más en ciudades, donde el castellano predomina, mientras el medio rural pierde habitantes. La llegada de migrantes de otras regiones o países también incrementa el uso del español como lengua común. En conjunto, el entorno sociocultural actual favorece al castellano, poniendo al gallego en una situación de franca desventaja en su propia tierra.

El gallego en la educación: desafíos en las aulas

La escuela es un frente crucial en la supervivencia del gallego, y a la vez uno de los ámbitos donde más sufre. Aunque el gallego es asignatura obligatoria y lengua vehicular en parte del currículo, numerosos estudios constatan un efecto castellanizador al entrar en la escuela. Muchos niños de hogares gallegohablantes comienzan a abandonar el gallego progresivamente a medida que avanzan de curso, adoptando el castellano en el patio y con sus compañeros.

El cambio se consolida en la adolescencia. Para Secundaria, gran parte de aquellos alumnos que hablaban gallego en casa terminan usando mayoritariamente castellano con sus pares. La presión del grupo empuja a los niños a integrarse usando la lengua dominante entre sus amigos: si el recreo, los dibujos animados y las redes sociales están en castellano, los chicos perciben el gallego como “lengua de clase” y lo relegan.

A esto se suma que las políticas lingüísticas educativas de la última década han sido tibias o incluso regresivas. En 2010, un decreto redujo la presencia del gallego como lengua vehicular en ciertas materias para dar más espacio al castellano y al inglés. Este cambio supuso la ruptura de un consenso anterior y, según expertos, contribuyó a reforzar la tendencia a la castellanización entre los jóvenes. Hoy casi un 30% de los menores de 20 años no sabe hablar gallego o lo hace con dificultad.

El reto educativo, por tanto, no solo pasa por planes de estudio, sino por lograr que el gallego tenga presencia normalizada en la vida escolar integral –desde el aula hasta el recreo, las excursiones y las actividades culturales– de modo que hablarlo resulte natural y positivo para las nuevas generaciones.

Presencia en los medios de comunicación

En la era de la información global, el futuro de una lengua depende en gran medida de su visibilidad en los medios y las nuevas tecnologías. Aquí, el gallego encara serias dificultades para competir con el aluvión de contenidos en castellano e inglés que consumen diariamente los gallegos. La oferta mediática en gallego es limitada en comparación con la castellana: existe una radiotelevisión pública íntegramente en gallego, así como algunos diarios digitales, pero los grandes periódicos y radios usan casi siempre el castellano.

El consumo cultural juvenil está aún más castellanizado. Apenas hay dibujos animados o series infantiles dobladas al gallego en los canales de TV, y en plataformas como Netflix o Disney+ la opción de audio o subtítulos en gallego es rara. La falta de soporte tecnológico-lingüístico hace que muchos jóvenes asocien el gallego con ámbitos formales pero no con el entretenimiento.

No obstante, se vislumbran algunos avances gracias a la presión social: en los últimos años plataformas de streaming comenzaron a incorporar doblajes y subtítulos en gallego para ciertos contenidos populares. También existen iniciativas ciudadanas para visibilizar la lengua en la prensa y en internet.

Uso cotidiano y desafíos en la vida diaria

Más allá de la escuela y los medios, el desafío mayor para el gallego es mantenerse vivo en el día a día de la gente. En Galicia, casi todo el mundo entiende el gallego, pero hacer una vida 100% en gallego resulta casi imposible en la práctica. Los hablantes tropiezan con barreras al intentar usarlo en ámbitos administrativos, legales o comerciales, donde el castellano sigue siendo dominante.

En la esfera laboral y urbana, la presión por pasarse al castellano es fuerte. En las ciudades gallegas es común que dos gallegoparlantes terminen hablando en castellano por inercia, especialmente en ambientes profesionales. Esta dinámica provoca que hablar gallego requiera a veces un esfuerzo consciente adicional, una especie de “estrés” por mantenerte en una lengua minorizada frente a otra dominante.

Aun así, Galicia conserva espacios donde el gallego resiste con vigor, sobre todo vinculados a la cultura popular y el mundo rural. En muchos pueblos, mercados o romerías el gallego fluye espontáneo como lengua habitual. El reto es conectar esos usos tradicionales con la realidad urbana y moderna, para que el gallego se pueda hablar con igual facilidad en una aldea que en un centro comercial de A Coruña.

Política lingüística y el debate sobre su protección

La situación del gallego no es solo un fenómeno cultural, sino también el resultado de decisiones políticas. Galicia cuenta con un marco legal favorable en teoría: el Estatuto de Autonomía declara el gallego lengua propia y obliga a los poderes públicos a garantizar su uso normal en todos los ámbitos. Sobre ese consenso se construyeron políticas de normalización que introdujeron el gallego en la enseñanza y en los medios públicos.

Sin embargo, la política lingüística se ha politizado. En 2010 un decreto redujo la presencia del gallego en la enseñanza y rompió el consenso previo. Desde entonces, las políticas de protección han sido débiles y, según expertos, han contribuido al retroceso del idioma.

El debate público se mantiene abierto: unos reclaman medidas más contundentes para la protección del gallego, desde asegurar su uso en la administración y la justicia hasta incrementar su presencia en la cultura y la tecnología; otros denuncian cualquier iniciativa como imposición y defienden que debe promocionarse en positivo, de manera voluntaria. Muchos coinciden, en cualquier caso, en que la lengua no debería ser un arma partidista, sino un patrimonio común.

Conclusión: compromiso con un futuro bilingüe y plural

La lengua gallega es mucho más que un idioma regional: es la voz colectiva de un pueblo, la memoria de generaciones y un patrimonio cultural irremplazable. Permitir que se apague supondría empobrecer no solo a Galicia, sino al conjunto de lenguas que conforman la identidad española.

El futuro del gallego está en manos de sus hablantes. Ninguna ley bastará si los gallegos no asumen la responsabilidad de hablarlo, transmitirlo y exigirlo en su vida diaria. Al mismo tiempo, no se trata de contraponerlo al castellano, sino de garantizar un bilingüismo equilibrado en el que ambas lenguas convivan con dignidad.

La elección está abierta: o una Galicia bilingüe y orgullosa de su lengua propia, o una Galicia que la arrincona hasta convertirla en recuerdo. La respuesta dependerá de la voluntad colectiva de quienes hoy, con cada palabra, deciden si el gallego sigue siendo lengua viva en el siglo XXI.


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