Es ya una vergüenza no ser europeos más que por la geografía, por la ópera italiana y por el uso desenfrenado de los automóviles. B. Pérez Galdós (El Liberal, 6-IV-1907)
Elena de Paz de Castro Università degli Studi di Torino
B. Pérez Galdós (El Liberal, 6-IV-1907)
La imagen que de Galdós podía tener el lector italiano allá por 1909 era la de un escritor de gran fama en España, progresista, anticlerical, y tan prolífico como inconformista. Apelativos forjados al calor de novelas —ya traducidas en Italia— como Doña Perfecta o Gloria y afianzados con el drama Electra, cuyo polémico éxito años atrás había hecho que al nombre de Galdós fuera asociado indefectiblemente el sintagma «l’autore d’Elettra». Además, la plena dedicación del novelista a la actividad política, desde que en 1907 consiguiera su acta de diputado por el partido republicano, le había deparado una notable presencia en los diarios italianos, sin duda mayor de la que habría logrado solo por sus méritos literarios. Menciones fugaces a Galdós como participante en mítines, como redactor de manifiestos programáticos o de encendidos discursos, de cartas abiertas e incluso de alguna petición de indulto aparecían en las noticias referentes a la turbulenta política española de aquellos días. En octubre de 1909, sin embargo, dos importantes cotidianos, La Stampa de Turín y el milanés Corriere della Sera, van a ofrecer un testimonio directo del escritor. La repercusión internacional que tienen la guerra del Rif, las huelgas y disturbios en Barcelona, y sobre todo la condena a muerte de Francisco Ferrer induce a algunos periódicos italianos a enviar corresponsales a España para obtener información de
primera mano. Galdós es entonces uno de los cabecillas de la facción de los republicanos e impulsor de la alianza entre estos y los socialistas.
Se ha resuelto a lanzarse a la plaza pública a pesar de su avanzada edad, de sus problemas en la vista cada vez más acuciantes y de su convicción —tal y como confiesa a Teodosia Gandarias— de la falta de entrañas de la política. El 6 de octubre publica en El País y El Liberal el manifiesto «Al pueblo español», un llamamiento de alerta ante el desastre al que parece verse abocada la nación. Su propósito es el de despertar conciencias y reclamar la restitución de las libertades y de la voz al ciudadano, alentando a sus correligionarios republicanos a ser «los primeros que acudan a levantar un fuerte muro entre España y el abismo». Justo al día siguiente La Stampa se hace eco del escrito en el suelto
«Pérez Galdós suona a raccolta» («Pérez Galdós llama a cerrar filas») y poco después, el 19 de octubre, recoge las declaraciones del novelista en un servicio especial acerca de la grave situación española. En media columna escasa, «Un colloquio con Galdós» sintetiza las ideas de quien habla en calidad de diputado republicano con miras a la propaganda de su grupo político: el republicano es un partido cercano al pueblo, no radical sino inclusivo, y bien preparado para gobernar en cuanto las urnas se lo permitan. Galdós aprovecha la oportunidad de disponer de un interlocutor extranjero y muestra su preocupación por la imagen de España en el exterior tras los últimos acontecimientos causados por la actitud intransigente y reaccionaria del Gobierno. Punto delicado para el novelista, cuyo espíritu mal casaba con el provincianismo dominante.
Entre esa entrevista de La Stampa y la publicada por el Corriere della Sera bajo el título «Pérez Galdós e l’”España nueva”», transcurre una semana de gran efervescencia. Con el polvorín de Marruecos como telón de fondo, cae el gabinete de Antonio Maura, Segismundo Moret ocupa la jefatura del Gobierno y el domingo 24 una multitud recorre las calles de Madrid en una manifestación de protesta convocada por las autodenominadas
«fuerzas democráticas». La del Corriere es una entrevista de mayor enjundia, más a la medida de un escritor que a la de un activo militante. El periodista —que firma con las iniciales S. T.— reproduce la charla que mantiene con Galdós una mañana en su casa del barrio de Argüelles. Invita a descubrir a un hombre tranquilo y discreto, que aun comprometido políticamente, no pierde de vista que su verdadero campo de batalla ideológica es el literario y no el de las tribunas parlamentarias. Su fuerza está en la pluma. Quizá por ello, tras repetir lo ya expuesto en La Stampa acerca de los republicanos, Galdós se demora en aclarar ciertos aspectos de su obra. Como no podía ser menos, el de su anticlericalismo saldrá enseguida a colación. Según él, es asunto que se ha malinterpretado, incluso en el extranjero, pues su intención no es combatir el sentimiento religioso, sino el predominio de la Iglesia en la vida y en la política españolas.
En obras como Ángel Guerra o Electra ha pretendido señalar la nefasta influencia que llega a tener una educación religiosa adulterada y en concreto la de los jesuitas. Pero no se trata solo de una cuestión religiosa: es indispensable una completa regeneración del país que alcance igualmente a la economía, a la política, a la entera sociedad. Galdós defiende una España nueva, moderna, que se enfrente vigorosa a la España con anteojeras, reaccionaria y trasnochada. Se enorgullece de estar contribuyendo a esa regeneración también con sus Episodios. Desde el primero de ellos
—y ya van cuarenta y dos con el recién salido, España trágica— ha querido exaltar los sentimientos de patria y libertad, valores que animan el genio español. Los Episodios conforman una memoria colectiva de pugna entre la tradición y las nuevas ideas. Las palabras de Galdós revelan a un hombre firme en sus ideales (por encima de la circunstancia republicana), a un hombre que no escatima esfuerzos y todavía con empuje suficiente y sobradas esperanzas. Así, no sorprende que se despida abruptamente y considere terminada la entrevista cuando el reportero lo interpela con una nota de escepticismo: ni la duda ni la desconfianza tienen cabida para él en el otoño de 1909. Todo eso llegará después; en hora más
tardía, su entusiasmo irá cediendo sin remedio, aunque no el talante, inalterable hasta el final.
Damos a continuación el texto íntegro de ambas entrevistas con sus respectivas traducciones.
Un colloquio con Pérez Galdós
Pérez Galdós, l’illustre autore di Elettra, l’uomo di cui la Spagna è giustamente orgogliosa, da tre anni circa ha molto sacrificato la letteratura alla politica.Gettatosi nella mischia degli intellettuali spagnuoli, che formano i capi politici nel paese, Pérez Galdós è uno dei capi repubblicani e in pari tempo rappresentante repubblicano di Madrid alla Camera dei deputati.
Ho parlato con lui della situazione interna, dell’opera e dell’avvenire del partito repubblicano.
Egli mi ha detto: «Il nostro partito guadagna ogni giorno numerosi aderenti, poiché le idee repubblicane sono conformi allo stato d’animo della maggioranza del popolo spagnuolo. Inoltre è certo che la politica di reazione o di repressione del Governo attuale e l’attività eccezionalmente rigorosa della Chiesa oggi sono fattori assai vantaggiosi per la nostra propaganda. Numerosi sono quelli in Ispagna che sono indifferenti, o che esitano fra la monarchia e la repubblica; ma che, urtati dalle offese continue che vengono fatte alla libertà individuale, si disporranno dal nostro lato. Se dura questa politica, ho la convinzione assoluta che, se le elezioni in Ispagna fossero veramente libere, se si facessero senza l’intervento del Governo negli scrutinii, se avvenissero come in Francia, in Inghilterra ed in Italia, il partito repubblicano spagnuolo avrebbe alla Camera dei deputati la maggioranza. Madrid, che è la residenza della Corte e centro del Governo, ha, non ostante la predominanza enorme di funzionari e salariati dello Stato, tredeputati repubblicani su otto che rappresentano la capitale alla Camera.
»Non siamo un partito omogeneo: siamo al contrario un partito eterogeneo, che comprende radicali, liberali avanzati e persino un cattolico. Noi non abbiamo avuto finora l’appoggio del partito socialista, ma lo abbiamo per la situazione attuale: un accordo è intervenuto fra questo partito e noi, ieri sera, per manifestare la nostra opposizione al Governo; ma oggi, non ostante tutto, il nostro partito è quello che ha il maggior avvenire. Pure dichiarandoci soddisfatti dei benefici che porta al partito repubblicano spagnuolo l’attitudine intransigente e reazionaria del Governo, la nostra coscienza si ribella contro i procedimenti che hanno destato la giusta indignazione degli stranieri contro il Governo spagnuolo. Noi provocheremo una grande dimostrazione per le strade di Madrid, lunedì prossimo, dimostrazione a cui assisteranno i delegati repubblicani e socialisti dei principali centri della Spagna. Crediamo che il Governo autorizzerà questa dimostrazione: se non l’autorizza siamo risoluti a fare in ogni modo la nostra dimostrazione».
La Stampa, 19-X-1909
Una conversación con Pérez Galdós
Pérez Galdós, el ilustre autor de Electra, el hombre de quien España se siente con razón orgullosa, lleva ya unos tres años sacrificando la literatura a la política. Lanzado a la palestra de los intelectuales españoles que dirigen la política en el país, Pérez Galdós es uno de los líderes republicanos y al mismo tiempo diputado por Madrid en el Congreso.
He hablado con él a propósito de la situación interna, de la actividad y del porvenir del partido republicano.
Me ha dicho: «Nuestro partido gana cada día más adeptos, porque las ideas republicanas están en sintonía con el estado de ánimo de la mayoría del pueblo español. Además, es verdad que la política de reacción y represión del actual Gobierno y el rigor excesivo de la Iglesia son hoy factores muy propicios para nuestra propaganda. Muchos son en España los indiferentes y también los que vacilan entre monarquía y república, pero a causa de las continuas agresiones a la libertad individual irán pasando a nuestro bando. Si durase esta política, estoy absolutamente convencido de que el partido republicano español alcanzaría la mayoría en la Cámara de los Diputados, siempre que las elecciones en España fueran verdaderamente libres, sin intervención del Gobierno en los escrutinios, como ocurre en Francia, Inglaterra e Italia. Madrid, donde reside la corte y está el Gobierno, tiene, pese al predominio de funcionarios y asalariados del Estado, tres diputados republicanos entre los ocho que representan la capital en la Cámara.
No somos un partido homogéneo, sino heterogéneo, que incluye a radicales, liberales progresistas y hasta un católico. No hemos contado hasta ahora con el apoyo del partido socialista, pero ahora sí lo tenemos, dada la situación actual: ayer por la tarde se firmó un acuerdo con este partido para manifestar nuestra
oposición al Gobierno; hoy, a pesar de todo, nuestro partido es el que tiene mejor porvenir. Incluso declarándonos satisfechos de los beneficios que reporta al partido republicano español la actitud intransigente y reaccionaria del Gobierno, nuestra conciencia se rebela contra unos procedimientos que han provocado la justa indignación de los extranjeros contra el Gobierno español. Vamos a promover una gran manifestación por las calles de Madrid el próximo lunes, manifestación a la que acudirán los portavoces republicanos y socialistas de las principales delegaciones de España. Creemos que el Gobierno la autorizará: si no lo hace, estamos dispuestos a llevarla a cabo de uno u otro modo.
La Stampa, 19-X-1909
Pérez Galdós e L’España nueva
Don Benito Pérez Galdós, per la natura delle sue opinioni politiche e per le sue particolari attitudini letterarie, parrebbe dover essere oggi alla Spagna quello che all’Italia fu vent’anni or sono Felice Cavallotti. Ambedue uomini di azione — azione tribunizia e parlamentare — doubles di scrittori, essi hanno determinato con la loro attività bilaterale una corrente notevole di condotta e di idee sopra una parte della loro generazione. Il confronto, da lontano, regge. Ma basta vedere per un momento Pérez Galdós per convincersi che egli è un tipo essenzialmente diverso da colui che or fa qualche lustro era uno dei capi della democrazia italiana; e questa convinzione poi è per sempre ratificata udendo la parola dello scrittore spagnuolo. Cavallotti, anche negli anni maturi, recava nell’aspetto, nel gesto, nell’accento una certa qual foga spontanea è trasandata che ricordava in lui il soldato, il pamphlétaire d’una volta; era come il palinsesto di un’educazione e di una cultura romantica bohème. Pérez Galdós, benché oggi non sia molto vecchio — è nato a Las Palmas nelle Canarie nel 1845 [sic] — mostra invece una tranquillità, una pacatezza, che si rivelano congenite, abituali; anche in gioventù quest’uomo, nato e cresciuto fino a 18 anni in un’isola popolata in gran parte da inglesi protestanti, deve essere stato così tranquillo e pacato come lo si conosce ora.
L’ho trovato (anzi dovrei dire l’ho finalmente trovato, poiché nei giorni passati, giorni febbrili di fermento politico, era difficile riuscire a scovare qualche deputato, sempre affaccendato alle Cortes, nelle commissioni, nelle adunanze di gruppo) l’ho trovato nello studio, laggiù in una casetta dei quartieri nuovi all’est di Madrid, seduto allo scrittoio nell’atteggiamento raccolto e discreto di un umanista dipinto da Dürer o da Holbein il giovane. Contrariamente alle consuetudini dei madrileni, i quali come i veneziani vanno a letto alle ore piccine della notte e si alzano assai tardi il giorno, Pérez Galdós ha il lavoro mattiniero: alle nove egli era già da tempo occupato a scrivere, a correggere bozze di stampa; un berrettino da touriste calcato sulla testa, fumando uno di quei sigari nazionali lunghi come siluri e cattivi come la peste, l’autore di Elettra mi è venuto incontro con passo breve ma sicuro, uscendo dalle quinte di un leggìo di legno grezzo posto sulla tavola, che insieme alle colonne di volumi accatastate intorno me lo aveva dapprima completamente nascosto.
—Lei attende a qualche nuova opera drammatica?
—Ah, no; è un pezzo che ho dovuto lasciare da parte la letteratura. La politica in questi ultimi tre anni ha avuto ragione sull’arte, e mi ha preso tutto il tempo e tutte le energie.
—Ma ora, ora che la situazione pare migliorata, lei potrà tornare al suo lavoro di scrittore; la Spagna attende ancora da lei qualcuna di quelle opere così sincere nell’affermazione della coscienza moderna. Dopo tutto, dato il carattere della sua produzione, anche essa è di propaganda sociale, morale e politica.
—Questo potrebbe esser vero, ma nel momento ciò che mi preme maggiormente è la preparazione del partito repubblicano per le prossime elezioni.
—Saranno sicure queste elezioni?
—Sicurissime, perché non credo sincera la tregua che i conservatori hanno promesso al nuovo governo liberale: se Moret si deciderà a fare una politica veramente e sanamente liberale, avrà contro di sé tutte le forze clericali. Quindi ha bisogno di una Camera rinnovata, venuta su da scrutini condotti con probità, con onestà: onestà e probità relative, si intende, perché certe consuetudini di corruzione e di coartazione elettorali non si bandiscono in Ispagna da un giorno all’altro.
—E quale sarà il contegno dei repubblicani di fronte al Governo?
—Tutti i partiti estremi dovranno sostenere i liberali, perché non bisogna ora guardare tanto per il sottile a ciò che essi furono e che forse avrebbero ancora voglia di essere, ma occorre pensare al danno maggiore di aver al potere un Ministero sul tipo di quello che è caduto ieri.
—E il partito repubblicano otterrà un vantaggio nelle future elezioni?
—Certamente, noi guadagneremo molti seggi, poiché i voti di cui disponiamo nel paese sono tanti che ci potrebbero assicurare, sotto un regime più ossequiente alla volontà degli elettori, una maggioranza alla Camera. La repubblica è desiderata nel nostro paese da più di quelli che non si creda: ci sono dei repubblicani avanzati, dei repubblicani moderati, e perfino dei repubblicani cattolici.
—Questi ultimi non nutriranno una soverchia simpatia per lei e per la sua opera, che è di intonazione decisamente anticlericale.
—La mia attitudine riguardo alla religione è stata spesso fraintesa, svisata. Nei miei drammi ho cercato non di combattere il sentimento religioso, ma ho voluto portare la coscienza nazionale a capire quali debbono essere i limiti dell’influenza della Chiesa nella vita e nella politica. Io sono recisamente nemico dell’educazione confessionale e della curvatura che danno alle anime deboli, ai sentimenti appena sbocciati il monasticismo, la scuola dei gesuiti. Oltre che in Elettra, nella mia novella Ángel Guerra
ho messo in luce il contrasto fra uno spirito anelante alla libertà e le aspirazioni angosciose del misticismo. È la Spagna che è, in lotta contro la Spagna che fu.
—E questa Spagna attuale potrà ottenere la vittoria?
—Io ne sono certo: è questione di operare con pazienza, con tenacia sopra i temperamenti intorpiditi da una tirannide secolare del pensiero. Io ho cercato (perdoni se parlo troppo di me) di completare questo sforzo di rigenerazione con opere storiche, gli Episodios Nacionales di cui l’ultimo volume apparso è España trágica. Sono studi della storia spagnuola durante il periodo che va dalla battaglia di Trafalgar alla rivoluzione del 1868, esposti in forma di novella, e dove centinaia di caratteri immaginari sono stati introdotti in mezzo ai personaggi storici. Ho voluto con tali Episodios consolidare il sentimento del valore della razza e della patria, e fissare attraverso le maglie della realtà storica l’importanza della lotta fra la tradizione e le nuove idee che hanno invaso la Spagna. Così non mi sono accontentato a definire i limiti del conflitto, ma, col sussidio della narrazione storica, ho tentato di concretare la soluzione del problema, avvolgendo nella questione religiosa la questione economica, la questione politica. Ho cercato questo soprattutto, che la mia opera dirigendosi per le vie diverse della storia, della novella, del dramma suscitasse emozioni artistiche di ordine differente, fosse una, coerente, costante a ridestare le energie morali.
Pronunziando queste parole senza nessun calore di retorica, ma con un accento sincero di semplicità, Pérez Galdós confessava a uno straniero il fascino singolare che egli ha saputo esercitare sopra i suoi contemporanei.
Quest’uomo, lontano per caratteristiche esteriori, per educazione, per colore psicologico dalla maggior parte dei suoi connazionali, pare che tenga in pugno la loro anima proprio per forza di contrari. Le stesse eroine dei suoi drammi, delle sue novelle spargono un influsso di attrazione per ragioni uguali: esse sono creature dotate di una sentimentalità appena marcata, complessa nell’evanescenza delicatissima della loro vita interiore, che è altrettanto estranea al romanticismo delle donne di Gauthier, di Victor Hugo, di Mérimée, quanto el mantón de Manila è sconosciuto a una signora della buona società di Madrid, di Barcellona. Il merito principale di questo scrittore è di aver voluto darci una pittura veritiera del proprio paese, né troppo bella, né troppo laida: esente dalle esagerazioni di luminosità superficiale degli «esotisti» francesi, che si sono compiaciuti di dipingere delle figure o inconsistenti o false; esente anche da qualsiasi concezione soverchiamente pessimistica.
Poiché tutta l’arte e tutta l’azione pratica di Pérez Galdós sono guidate da un ottimismo solido e sereno. Il letterato non disconosce alla lotta politica un compito di integramento degli ideali propugnati dall’artista. Egli in questo momento si dedica a combattere la reazione (anche oggi che essa ha piegato sotto il peso dell’opinione pubblica) redigendo programmi, stendendo manifesti, parlando dalla tribuna delle Cortes, preparandosi a scendere nelle vie, nelle piazze fra i dimostranti. D. Benito Pérez Galdós è certo uno dei fattori più illuminati e più appassionati della «España nueva». La sua fede non si arresta davanti agli ostacoli di forza repulsiva e di resistenza passiva che i conati dell’educazione moderna trovano in un popolo ignorante, ignaro, sospettoso, impoverito nelle risorse finanziarie e nei domini intellettuali da una compressione subdola, inavvertita, tollerata. Questa compressione, che ha annientato od assopito se non tutto gli scatti generosi, esaltati e convulsionari, almeno quella capacità continua, quella specie di stato sub-febbrile perenne della coscienza morale, che tiene vivo nei popoli civili il sentimento della dignità e della libertà, sarà facilmente distrutta dai riformatori di oggi? Pérez Galdós non ha voluto partecipare allo scetticismo contenuto in questa mia domanda, e si è alzato: il vecchietto aveva da fare, e scusandosi di dovermi congedare, mi ha salutato:
—Venga, venga un altro giorno a trovarmi ancora: c’è tanto da discorrere. Eh, sì, sul rinascimento della Spagna ci sarebbe tanto da discorrere!S.
Corriere della Sera, 27-X-1909
Perez Galdós y La España Nueva
Por la naturaleza de sus opiniones políticas y por sus cualidades literarias, don Benito Pérez Galdós puede ser hoy para España lo que para Italia fue Felice Cavallotti hace alrededor de veinte años. Ambos hombres de acción —acción tribunicia y parlamentaria— doubles de escritores, han propiciado con su actividad bilateral una notable corriente de conducta y de ideas en su generación. La comparación se sostiene a grandes rasgos, pero basta observar más de cerca a Galdós para convencerse de que es un hombre esencialmente diverso de quien algún lustro atrás fue uno de los jefes de la democracia italiana; y esta convicción se confirma definitivamente escuchando al escritor español. Incluso en sus años de madurez, Cavallotti mantenía en su aspecto, en sus modos y acento un cierto aire de espontaneidad y descuido que en él recordaba al soldado, al pamphlétaire de antaño; era como el palimpsesto de una educación y una cultura romántica bohème. Pérez Galdós, aunque aún no muy viejo —nació en Las Palmas de Gran Canaria en 1845 [sic]— hace gala de una serenidad y un sosiego congénitos, cotidianos. Incluso en su juventud, este hombre nacido y crecido hasta los 18 años en una isla poblada en gran parte por ingleses protestantes, debe haberse mostrado tan sereno y sosegado como se lo ve ahora.
Lo he encontrado (debiera decir que por fin lo he encontrado, porque en los días de febril política era difícil dar con cualquier diputado, siempre ocupados en las Cortes, en comisiones y reuniones), lo he encontrado en su despacho, en una casa situada en los barrios nuevos del este de Madrid, sentado en su escritorio en la actitud recogida y discreta de un humanista de Durero o de Holbein el Joven. Contra la costumbre de los madrileños, que, igual que los venecianos se acuestan y se levantan muy tarde, Pérez Galdós trabaja desde temprano: a las nueve estaba ya desde hacía rato escribiendo, corrigiendo pruebas; con la gorra bien calada, fumando uno de esos cigarros nacionales largos como torpedos y malos como la peste. El autor de Electra se me ha acercado con paso breve pero seguro, separándose de un tosco atril que estaba sobre la mesa, el cual, junto con las columnas de volúmenes apiladas a su alrededor, me lo había ocultado hasta ese momento.
—¿Prepara alguna obra dramática?
—No, hace ya tiempo que dejé a un lado la literatura. La política se ha impuesto al arte en estos últimos tres años consumiendo mi tiempo y energías.
—Pero ahora que la situación parece estar mejorando, usted podrá volver a su oficio de escritor; España espera de usted otra de esas obras tan sinceras en la afirmación de la conciencia moderna. En definitiva, dadas las características de su producción, también esta es propaganda social, moral y política.
—Eso podría ser verdad, pero en este momento lo que más me importa es la organización del partido republicano en vista de las próximas elecciones.
—¿Está seguro de que las habrá?
—Segurísimo, porque no creo sincera la tregua prometida por los conservadores al nuevo gobierno liberal: si Moret se decide a llevar a cabo una política verdaderamente liberal, tendrá en contra a todas las fuerzas clericales. Así que necesita una Cámara renovada, surgida de escrutinios realizados con honradez, con honestidad: honestidad y honradez relativas, se entiende, porque ciertos hábitos de corrupción y de coartación electorales no se eliminan de España de un día a otro.
—¿Y cuál será la actitud de los republicanos ante el Gobierno?
—Todos los partidos extremistas deberán apoyar a los liberales, porque ahora no hay que fijarse tanto en lo que fueron y quizá querrían seguir siendo, sino pensar en el daño mayor de tener un Ministerio similar al ya caído.
—¿Y el partido republicano sacará ventaja en las próximas elecciones?
—Sin duda. Ganaremos muchos escaños porque nuestros votos en el país son tantos que nos podrían asegurar, en un régimen más atento a la voluntad del electorado, una mayoría en la Cámara. En nuestro país quiere la república más gente de lo que se cree: están los republicanos progresistas, los republicanos moderados e incluso los republicanos católicos.
—Estos últimos no sentirán gran simpatía ni por usted ni por su obra, que es de acento decididamente anticlerical.
—Mi actitud con respecto a la religión se ha malinterpretado con frecuencia. En mis dramas no he intentado combatir el sentimiento religioso, sino que he querido que la conciencia nacional comprendiera cuáles deben ser los límites de la influencia eclesiástica en la vida y en la política. Soy decidido enemigo de la educación confesional y de la desviación que provoca en las almas débiles, en los sentimientos apenas formados, el monasticismo, la escuela jesuita. Además de en Electra, en mi novela Ángel Guerra he sacado a la luz el contraste entre un espíritu anhelante de libertad y las angustiosas aspiraciones del misticismo. Es la España de ahora, que lucha contra la España que fue.
—¿Y esta España actual puede salir victoriosa?
—Estoy seguro: es cuestión de actuar con paciencia, con tenacidad, en los temperamentos entorpecidos por una secular tiranía del pensamiento. He procurado (disculpe si hablo demasiado de mí mismo) completar este esfuerzo de regeneración con obras históricas, los Episodios Nacionales, de los que el último volumen aparecido es España trágica. Son estudios de la historia española durante el periodo que va de la batalla de Trafalgar a la revolución de 1868, en forma de novelas donde centenares de personajes imaginarios se mezclan con los históricos. Con estos Episodios he querido consolidar el sentimiento del valor de la raza y de la patria, y fijar, a través de las redes de la realidad histórica, la importancia de la lucha entre la tradición y las nuevas ideas que han invadido España. No me he contentado con señalar los límites del conflicto, sino que, con la ayuda de la narración histórica, he procurado dar la solución del problema, enlazando en la cuestión religiosa la cuestión económica, la cuestión política. He intentado, sobre todo, que mi obra, yendo por las vías distintas de la historia, la novela, el drama, suscitase emociones artísticas de orden diferente, fuera una constante coherente, capaz de despertr las energías morales.
Pronunciando estas palabras sin ninguna retórica, sino con sencillez y sinceridad, Pérez Galdós mostraba a un extranjero la singular fascinación que ha sabido ejercer sobre sus contemporáneos.
Este hombre, ajeno por su apariencia externa, por su educación y su psicología, a la mayor parte de sus compatriotas, parece tener el alma de estos subyugada por ser precisamente lo opuesto. Las heroínas de sus dramas, de sus novelas, irradian su atracción por las mismas razones: son criaturas dotadas de sentimientos apenas perceptibles, complejos en la evanescencia delicadísima de su vida interior, tan extraña al romanticismo de las mujeres de Gauthier, de Victor Hugo, de Mérimée, como el mantón de Manila lo es a una señora de la buena sociedad de Madrid o Barcelona. El mérito principal de este escritor es habernos dado una pintura verídica del propio país, ni muy hermosa ni demasiado desagradable: libre de las exageraciones de luminosidad superficial propias de los «exotistas» franceses, que se han complacido en pintar las figuras falsas o inconsistentes, carentes también de toda concepción superfluamente pesimista.
Todo el arte y toda la acción práctica de Pérez Galdós están guiadas por un optimismo sólido y sereno. El literato no niega a la lucha política su función integradora de los ideales propugnados por el artista. En este momento se dedica a combatir la reacción (hoy que ha cedido al peso de la opinión pública) redactando programas y manifiestos, hablando desde la tribuna de las Cortes, saliendo a las calles y plazas con los manifestantes. Don Benito Pérez Galdós es sin duda una de las figuras más lúcidas y apasionadas de la «España nueva». Su fe no se detiene ante las fuerzas contrarias y la resistencia pasiva que los esfuerzos de la educación moderna encuentran en el pueblo ignorante,
inconsciente, desconfiado, empobrecido económica e intelectualmente por una insidiosa presión, inadvertida y tolerada. Esta presión ha adormecido y aniquilado, si no todos los impulsos generosos y exaltados, al menos aquella capacidad continua, aquella especie de estado febril propio de la conciencia moral, que mantiene vivo en los pueblos civilizados el sentimiento de la dignidad y la libertad. ¿Podrá ser fácilmente destruida por los reformadores de hoy? Pérez Galdós no ha querido compartir el escepticismo implícito en mi pregunta y se ha levantado: el viejecillo tenía cosas que hacer y, disculpándose, se ha despedido de mí:
—Venga, venga cualquier otro día a verme: hay mucho de que hablar.
Sí, desde luego, sobre el renacer de España aún hay mucho de qué hablar.
S. T.
Corriere della Sera, 27-X-1909