Los Episodios Nacionales: Una interpretación crítica y pedagógica del siglo XIX

La interpretación, a través de la novela, de la historia contemporánea de España, la hizo Galdós ateniéndose, con sorprendente veracidad a los acontecimientos históricos en cuanto tales. Enrique Tierno Galván

Antonio Chazarra

I.   Las piezas dispuestas en el tablero

Galdós no es sólo un gran novelista es, también, un patriota y un pensador preocupado por los problemas de la sociedad que le tocó vivir y por el destino colectivo de los españoles.

Toda persona culta, antes o después, tiene un encuentro con Galdós. El novelista canario es adictivo. Cuando el encuentro es en la juventud, se devoran las novelas y los Episodios Nacionales. En la madurez, después de una serie de experiencias, se regresa a él de forma reflexiva y sólo entonces se comprende la sabiduría que encierra su obra.

Suele decirse que se lee poco. Puede que sea cierto pero en el metro, en el autobús y en las bibliotecas públicas puede verse a personas leyendo, especialmente mujeres.

Era frecuente, hace unos años, afirmar que Galdós estaba anticuado y que había dejado de ser interesante para el mundo de hoy. ¡Craso error! Es más actual que nunca y como el Guadiana se oculta… pero siempre reaparece.

Lo que sí es cierto, es la enorme dificultad de enfrentare a los tópicos, porque estos son pertinaces y muy difíciles de superar. En este breve ensayo voy a hablar de los Episodios Nacionales, que es tanto como decir de una historia novelada del siglo XIX, donde vamos a encontrar, lacerante y brutal, el problema de las dos Españas y los estragos que causa a la convivencia  el enfrentamiento cainita.

Todas las series son interesantes. Para mí tiene un especial interés la Tercera, con episodios emblemáticos como La campaña del maestrazgo, uno de los preferidos del propio Galdós o Zumalacárregui, tan ilustrativo de la forma que tenía don Benito de recoger información mediante entrevistas, visitas a los lugares donde transcurrieron los hechos… comportándose  de una forma moderna a la hora de afrontar los acontecimientos.

En cada época, en cada momento histórico se ha recepcionado a Galdós de forma distinta, lo que indica la enorme riqueza y versatilidad del novelista para aportar nuevas visiones, nuevos enfoques críticos y nuevas perspectivas  a cada generación.

Pasó, definitivamente, la época de las tertulias al calor del fuego. Quienes se enfrentan aquí y ahora a los Episodios Nacionales encuentran una interpretación profunda y desgarrada de la historia de España, con su fanatismo, su atraso, sus intentos fallidos de modernización, el enorme peso-muerto del inmovilismo y las dificultades de todo tipo que han encontrado siempre para arraigar entre nosotros, las ideas de libertad, convivencia, tolerancia, laicismo e interés por los conocimientos científicos y humanísticos de los países europeos de nuestro entorno.

Benito Pérez Galdós, pese a las descalificaciones que sufrió tachándole de “garbancero” es, por el contrario, un autor dotado de una viveza narrativa encomiable, pero al mismo tiempo, está muy al día de lo que sucede en Europa. Baste indicar que asimiló el mundo de Charles Dickens, y que incluso llegó a traducir obras suyas como The Pickwick Papers  lo que indica, de paso, su dominio de la lengua inglesa. La influencia de Dickens es patente tanto en ciertos personajes, avarientos y desalmados  como la descripción de determinados ambientes lóbregos.

En uno de sus varios viajes a París, tuvo la oportunidad de leer a Honoré de Balzac, uno de cuyos libros compró en un puesto a orillas del Sena. De inmediato supo apreciar la construcción de un universo repleto de posibilidades y de múltiples variaciones. Los personajes transitan de unas novelas a otras y proporcionan la visión de que el lector vive instalado en el “universo Balzac” del que es un habitante más. Es evidente como Galdós, también, supo edificar su propio universo y poblarlo de hombres y mujeres que transitan de unas obras a otras y que ofrecen un cuadro humano de la sociedad.

Se ha llegado a decir que Galdós sabe comunicarnos “el vivir, el sentir y hasta el respirar de las gentes”. No se conformaba nunca con lo logrado, gustaba de experimentar y de abrirse a nuevas formas expresivas. Es significativo, a este respecto, su interés –no por tardío menos interesante- por los novelistas rusos con toda su tristeza eslava y con su mundo desgarrado y violento a las espaldas.

Hemos esbozado, más arriba, que en cada momento histórico hay que leer y releer a los clásicos porque siempre tienen algo nuevo que comunicarnos. Galdós es, desde luego, un clásico. ¿Cómo hay que enfrentarse a sus obras “aquí y ahora”? Con valentía, espíritu crítico y modestia. El peso del pasado aún es muy fuerte. Estamos todavía recorriendo una tortuosa trayectoria para consolidar la democracia y sus valores, para modernizar las estructuras de nuestro país, para superar los problemas territoriales y para, definitivamente, dejar atrás un estado de cosas, propias de la España profunda a las que don Benito, constantemente, remite. Si somos capaces de superar esos obstáculos, se abrirán ante nosotros oportunidades que proyectarán una imagen democrática colectiva donde podamos entendernos y trabajar por un futuro común en paz.

Prosigamos nuestra andadura tras este excurso. Tengo la percepción de que Galdós para componer sus obras, actúa como si de un arquitecto se tratara: dispone los materiales, los alza del suelo y sabe sustentar sus experiencias y su peripecia vital con firmes pilares y con maestría en la elaboración de caracteres, partiendo de un plano o boceto inicial.

Don Benito era perfectamente consciente de los peligros a los que se exponía y de la inercia y el poder de destrucción que poseían aquellos a los que criticaba. Por eso, con humor canario  y sabiamente es capaz de, en ocasiones, atacar de frente y en otras seguir una sentencia de su tierra que aprendió de adolescente: “paso de buey, tripa de lobo y hacerse el bobo”. No logró evitar la dureza de los ataques pero, frecuentemente los palió, abriéndose  a un abanico de posibilidades interpretativas, en ocasiones con una ambigüedad calculada. 

Admiro a quienes tienen algo que decir y saben hacerlo, logrando envolvernos en un universo levantado con palabras. Galdós sabía muy bien lo que quería: combatir la intransigencia, denunciar el afán de la iglesia por controlar férreamente las conciencias, poner de relieve las consecuencias del fanatismo  así como mostrar unos segmentos sociales caracterizados por el quiero y no puedo, ociosos y en declive… en tanto que una clase media, dinámica y activa pero minoritaria se veía impotente para afrontar, con éxito,  los cambios necesarios.

Es, a todas luces, ilustrativo, que se muestre a favor de la redistribución de la riqueza y en contra del inmovilismo que nos ata al pasado.

En estas circunstancias ¿cuál debía ser su “modus operandi”?: fundir lo histórico y lo novelesco de forma activa y dinámica. Lo histórico sirve de telón de fondo mientras la acción la protagonizan personajes que podríamos calificar perfectamente de intrahistóricos. No renuncia, asimismo, a dejar una estela de elementos simbólicos para que el lector pueda ir estableciendo las correspondencias oportunas.

En definitiva, puede afirmarse que Pérez Galdós poseía un sentido de la historia que le hace ser objetivo y veraz a la hora de describir los hechos… pero sabiendo darles una interpretación política e ideológica.

II. ¡Que España despierte y adquiera conciencia de sí misma!

José Martínez Ruiz “Azorín”, comenta pasajes galdosianos en varias de sus obras y, lo que es más importante, como noventayochista los interpreta en un sentido histórico y trágico… pero abierto a la esperanza.  En Lecturas españolas, expresa de forma rotunda lo que viene a ser el programa de regeneración galdosiana. Acierta a reflejarlo con un titular, que resume a la perfección, lo que don Benito se propuso y que sirve de frontispicio a este epígrafe. 

Los Episodios Nacionales están llenos de vida, de entusiasmo… de frustración. Por sus páginas van desfilando auténticas alimañas, personajes que se preocupan del bien común, quienes tratan de imponer, a sangre y fuego, sus rígidas y excluyentes leyes morales y quienes tienen recias e inclusivas convicciones y espíritu abierto. Hay criaturas que viven atrapadas en una red de supersticiones, otras que practican una crueldad brutal… y quienes se entregan a los demás con una fuerza surgida de sus ideales, de su bonhomía y de su afán de fraternidad.

Galdós en sus episodios va trazando una línea donde engarza reflexiones certeras sobre la condición humana… buscando descubrir los principios de las cosas.

Uno tras otro los episodios van componiendo un mosaico variado y lleno de aristas y matices, a veces estremecedor, a veces sereno, siempre mostrando como se ha ido desarrollado la historia de España. A ellos, dedica la inteligencia y la pluma de don Benito, muchas noches en vela. Con paciencia y gran capacidad creadora y narrativa va describiendo los hilos de las decisiones de las que depende que triunfen los ideales o que la intransigencia  conduzca a un callejón sin salida, una vez más.

El campo de batalla, que es la piel de toro, queda esquilmado. La fuerza obscura y malsana del cainismo reaparece una y otra vez y de sus cenizas surgen  nuevos enfrentamientos radicales. A un autor se le conoce especialmente a través de sus páginas, de las convicciones que expresa  y de la destreza del universo  que es capaz de poner en pie.

Los Episodios Nacionales tienen a veces un cariz desagradable, violento y crispado. Son  el escenario de enfrentamientos civiles, derramamiento de sangre, búsqueda de la aniquilación del adversario y ausencia de compasión. Es difícil que alguien ponga un poco de sensatez en medio de esas contiendas pensando en el futuro y en una España  donde la paz social deje atrás ese auténtico infierno.

Las páginas galdosianas de los episodios son un reguero de sangre, pero, también, late en ellas la esperanza de un mundo mejor, a través de los sueños, ideales y palabras reconfortantes de algunos personajes entrañables.

Don Benito tiene un afán pedagógico y una intención nítidamente regeneradora. Advierte, con claridad, que uno de los males patrios fundamentales es la ignorancia. Por desidia, por comodidad, por querer mirar hacia otro lado nuestra historia es tan desconocida como mal asimilada.

Necesita ser divulgada con veracidad, pero con sencillez, para ir dejando un poso de inquietud y de espíritu crítico, a fin de que los lectores desentrañen los hechos expuestos y hagan una lectura cabal. Por eso, levanta de forma consciente e intencional un mosaico de las vicisitudes y enfrentamientos del siglo XIX y una interpretación ética y política de las causas, motivaciones  y claves que es preciso que el lector maneje para poder penetrar en el universo galdosiano que constituyen los Episodios Nacionales

A mi juicio, estas novelas históricas están perfectamente planificadas. Iban a ser cincuenta, desglosadas en cinco series de diez. Por un cumulo de circunstancias la última queda incompleta. Así, de los cincuenta episodios previstos se vieron reducidos a cuarenta y seis.

¿A qué se debe? A diversas razones, entre las que destaca su quebrantada salud, su progresiva pérdida de visión, las dificultades económicas que lo van cercando y una lúcida conciencia de que las fuerzas le van faltando.

Los Episodios galdosianos fueron escritos en dos momentos claramente diferenciados. En su conjunto abarcan de 1872 a1912. Las series I y II están compuestas en seis años, los que van de 1873 a 1879.

La suspensión temporal de la composición de los Episodios pudo ser definitiva. En 1898, año del Desastre, que daría nombre a la tan traída y llevada generación decide continuar la tarea interrumpida. Galdós es ya un hombre maduro que participa del pesimismo generalizado y que adopta una actitud regeneracionista para explicar y explicarse de donde provienen nuestros males y que le pasa a esa España enferma.

Las series III, IV y los seis Episodios de la V fueron escritos entre 1898 y 1912. Don Benito toma conciencia de los peligros de todo tipo que se desprenden de ignorar la historia. Consecuentemente, se entrega a la labor de llenar de contenido ese vacío.

El panorama es desolador. El país está arrasado. Cunde el pesimismo. Falta pulso político. El analfabetismo, la pobreza y unas condiciones miserables de vida, se extienden por doquier. Urge reaccionar y ofrecer opciones de signo liberal y progresista a tantos males.  Este es, otra vez, el propósito que actúa de fuerza motriz… para impulsarlo a finalizar el proyecto inacabado.

Probablemente hayan leído en alguna ocasión que los Episodios Nacionales están inspirados en las obras de Erckmann-Chatrian que novelaron la Revolución Francesa y las campañas napoleónicas.

Es esta una verdad a medias. Émile  Erckmann y Alexandre Chatrian fueron unos novelistas franceses que narraron, con fuerza y destreza, episodios como el de Waterloo, título de una de sus obras, intentando explicar momentos relevantes de la historia de su país. Ambos eran de ideas republicanas. Fueron alabados por Víctor Hugo, Emilio Zola entre otros, mantuvieron frecuentes enfrentamientos con la censura.

Galdós conoció este proyecto, pero hay que decir, con toda justicia, que los Episodios Nacionales superan ampliamente el modelo, tanto por su valor pedagógico como por ofrecer una completa interpretación de esos años turbulentos. Hoy día, nadie se acuerda de ellos, en tanto que los Episodios galdosianos ocupan un lugar destacado en la historia de la literatura española del XIX. Por su espléndida fusión de lo histórico y lo novelístico, su visión del mundo en la que se propone dar voz a una España minoritaria pero laica y liberal, la abundancia de símbolos y las innovaciones técnicas y literarias que hacen de Galdós un experimentador consciente de muchos recursos vanguardistas sus novelas históricas son de una altura excepcional.  Por otra parte, contienen una visión trágica de nuestro país, pero, también, unos firmes fundamentos éticos que permiten tener confianza en la idea progresista de que el futuro irá dejando atrás las lacras del pasado.

No quisiera finalizar este apartado sin indicar algunos ensayistas e investigadores que con inteligencia y penetración han abordado los Episodios Nacionales, bien con una visión de conjunto como Hans Hinterhäuser o analizando en profundidad determinados episodios como Carlos Vázquez Arjona en su Cotejo histórico de cinco episodios nacionales de Benito Pérez Galdós. No pueden entenderse estas referencias como una guía bibliográfica, que es amplísima, sino como unos textos que en su día me ayudaron a aventurarme en el intrincado universo de los episodios galdosianos. Tiene, asimismo, interés el discurso, del que es autor Gregorio Marañón, que leyó en el XIII aniversario de la muerte de don Benito, que lleva por título Galdós y su historia de España. Contiene algunas ideas sugestivas que permitirían un comentario más amplio.

Algunos pensadores regeneracionistas, primero  y Enrique Tierno Galván, después también, dedicaron páginas sugestivas a los Episodios Nacionales galdosianos. No me resisto a citar, aunque sea de pasada y no pueda dedicarle un comentario más extenso, al ensayo de Rosa Chacel, publicado en la revista Hora de España, Un hombre al frente: Galdós. Finalmente, creo que es de justicia citar a María Zambrano, la pensadora malagueña que, con su teoría de la razón poética, concede  una atención pormenorizada a los personajes femeninos de Galdós. Sus méritos no acaban ahí, sino que la metodología empleada  para abordar y comprender la importancia simbólica de algunas mujeres emblemáticas que aparecen en la extensa obra galdosiana es, sin duda, encomiable y esclarecedora. 

III. Consideraciones sobre las cinco series de los Episodios Nacionales…a vista de pájaro                     

Signo característico de aquellos turbados tiempos. Allí están la masonería, las trapisondas del 20 al 23, la furiosa reacción, los apostólicos, la primera salida del pretendiente para encender la guerra civil…

Benito Pérez Galdós

Sirvan estas palabras, procedentes de la pluma de Galdós colmo botón de muestra de ese lienzo extremadamente violento, brutal y en blanco y negro que ha constituido nuestra historia. Goya en alguno de sus caprichos y aguafuertes lo plasmó con enorme precisión.

Galdós no se propone imponernos nada sino establecer una cierta complicidad con el lector para exponerle otros puntos de vista, mostrarle la realidad tal y como él la ve y sutilmente llevar las aguas a su molino. Su propósito es formar, generar opinión primero y, luego entretener, siguiendo al pie de la letra la aspiración  latina de enseñar deleitando.

Tiene la idea seminal y el íntimo convencimiento de que es el pueblo, como sujeto colectivo el que hace la historia. Quizás, por eso, tantos personajes suyos son heroicos, firmes, abnegados y con sus acciones saben que están llevando a cabo una empresa meritoria. Sus antagonistas, en muchos casos, tampoco ignoran que son una fuerza de oposición al cambio. A unos y a otros, don Benito los coloca en primer plano, en tanto que aquellos personajes históricos ocupan en la mayoría de los casos un discreto segundo escalón.

Galdós es un novelista de una pieza, domina las diferentes técnicas narrativas y sabe admirablemente como mover los hilos. Pongamos por caso, su utilización del perspectivismo, tremendamente avanzada y hasta vanguardista o su acertada elección de los diferentes tipos de narrador que se adecuan perfectamente a los distintos vericuetos de la trama.

Es un novelista moderno. Me atrevería a decir que con plena conciencia de ello. Sus Episodios Nacionales son novelas históricas que obedecen a un propósito político y a una visión ética de la realidad. Los críticos que se han ocupado de las novelas y de los Episodios, como es el caso de Ricardo Gullón, dan testimonio de estas afirmaciones, lo mismo cabría decir de los análisis ponderados de J.F. Montesinos, del acertado criterio de Ortega Munilla cuando lo califica, con un punto de exageración  de creador de la novela española o las páginas brillantes surgidas de la pluma de Ortega y Gasset, sobre el significado de Galdós en relación con la historia.

Conforme van avanzando los Episodios prevalece lo político sobre lo épico. Puede decirse que pierden el carácter heroico de la primera serie para mostrar, descarnadamente, el carácter sombrío, intolerante y apegado a las tradiciones de tantos habitantes del suelo patrio.

Tiene sentido poner de relieve que lo que está ocurriendo en las semanas o meses en que escribe cada uno de los episodios influye, como no podía ser menos, en su ánimo y en el rumbo que van tomando los acontecimientos. Así mientras se enfrenta a su Zumalacárregui, con el que empieza su tercera serie, está teniendo lugar el desastre de Cavite, ocurrido en Filipinas pero que constituye una de las páginas más negras de la Guerra entre España  y Estados Unidos.

La pérdida de los últimos restos de nuestro imperio colonial, bajo ningún aspecto podía serle indiferente. Su familia había estado y estaba vinculada a Cuba por estrechos lazos.

Lo más fácil es echar la culpa de lo que nos pasa a los demás. La decadencia y el aislamiento se venían gestando desde bastante atrás. Ángel Ganivet lo supo ver con su fina intuición: “no vayas fuera, la Verdad está en el interior de España”. Las causas de nuestros males son intrínsecas: el espíritu cainita, la intolerancia, la falta de perspectiva histórica, el desprecio a toda la novedad foránea… Galdós, en sus Episodios, es capaz de ver con gran clarividencia, que las causas de nuestros males hay que buscarlas en nuestra propia historia con tanta corrupción, tanto “militarote”, ambicioso y golpista, tanto pronunciamiento, tanto inútil derramamiento de sangre y tanta cerrazón…  y tanto fanatismo religioso.

Hay quienes sostienen que los españoles llevamos enquistado, en lo más profundo de nuestro ser, un cierto fatalismo. Las cosas siempre han sido así, nada hace pensar que nuestros males endémicos tendrán remedio. Por eso, es un planteamiento tan cívico, tan decidido, tan moderno, tan progresista el ir enhebrando unos hilos que muestran un camino hacia un futuro mejor, construido a base de inteligencia, educación, libertades y, sobre todo, razón… frente a la eterna sin razón que no ha dejado de empujarnos a la caverna.

No hay que adoctrinar, pero hay que ser muy didáctico. Hay que mostrar y combatir la prepotencia, la mentira, la opresión, el control de las conciencias, la sumisión a los poderosos, las injusticias de todo tipo y… sobre todo, la falta de confianza en nosotros mismos y la ausencia de un proyecto de vida en común.

Don Benito cree en la dignidad del hombre. A partir de estos cimientos lleva a cabo, en buena parte de sus relatos, descubrimientos asombrosos que van marcando el rumbo para que desaparezcan las tinieblas. Los miedos están enquistados y los estragos han ido dejando como reguero no pocas heridas abiertas. Galdós está convencido de que hay que poner algún remedio a todo esto… y que la solución vendrá, necesariamente, de nosotros mismos, de lo que seamos capaces de concebir y plasmar.

Ni mucho menos es sencillo combatir la infamia y a los miserables. Más si se logra tener una visión progresista y un sentido histórico se percibe, con nitidez, que se ensancha  la senda del progreso. La envidia es una mecha que puede provocar y provoca grandes incendios. Es preciso dar aliento a los que sufren y a quienes intentan quitarse de encima el pesado yugo de la servidumbre.

Hay rencores que envenenan la convivencia y degradan la sociedad hasta límites inconcebibles. Alguien tiene que apostar por la necesidad de cambio, mostrando los caminos que conducen a la libertad.

¿Qué es lo que Galdós quiere? Hombres y mujeres capaces de pensar por sí mismos y de tomar, en conciencia, sus propias decisiones. Hay que educar a la juventud presente y confiar en las generaciones venideras. Mientras el miedo y la cobardía puedan más que nuestras aspiraciones de libertad individual y colectiva… seguiremos sin tener salvación posible y continuaremos aplastados por un absolutismo feroz y sanguinario. Por eso, la reacción ha de ser inmediata. No hay tiempo que perder.

Benito Pérez Galdós ingresó en la RAE  en 1897, es decir, en vísperas del Desastre, con un discurso meditado y sugerente: “La sociedad presente como materia novelable”. Hay que señalar que más que un discurso, se puede considerar su divisa. En realidad, no hizo otra cosa. La sociedad española y sus problemas es la fuente de inspiración de toda su obra.

A vista de pájaro como enunciamos en el comienzo de este epígrafe vamos a hacer unos comentarios que espero sean útiles sobre cada una de las series:

PRIMERA SERIE

Es la más épica, la más heroica. Comienza con la batalla de Trafalgar y concluye con la de los Arapiles, que viene a certificar la derrota de las tropas francesas. En ella se pasa revista a la invasión napoleónica y a la Guerra de la Independencia en la que el pueblo representado, simbólicamente, por Gabriel de Araceli, es quien se enfrenta a los invasores en medio de la cobardía e indiferencia cuando no del colaboracionismo  de ciertos segmentos sociales.

Gabriel de Araceli, que inicia la serie como grumete, siendo un adolescente, la concluye como un hombre maduro, curtido y hecho a sí mismo. Es, por tanto, un personaje en evolución que se va construyendo o moldeando y extrayendo experiencias de cada hecho que protagoniza.  

Don Benito utiliza a Gabriel como un emblema de la rebeldía ante el invasor; de ahí, que esté presente en la batalla naval de Trafalgar, en Cádiz, en Zaragoza, en Gerona… y finalmente en la batalla de los Arapiles. Ofrece una visión panorámica de la Guerra de la Independencia. Forzando un tanto las situaciones Gabriel, se va desplazando o se encuentra inmerso en todos los escenarios históricos relevantes. Lucha, vive experiencias… no es, sin embargo, un personaje reflexivo. A diferencia de otras series, no extrae consecuencias de lo que está ocurriendo. Carece de un temperamento analítico.

Galdós advierte, con posterioridad, que su presencia en todos y cada uno de estos acontecimientos resulta difícil de creer para un lector avisado. Sólo puede admitirse si se tiene en cuenta que está representando a un colectivo que es quien se enfrenta a las tropas francesas.

Hay quien ha relacionado a Gabriel de Araceli con el Jim Hawkins de Stevenson, protagonista de la Isla del Tesoro. En ambos casos se trata de un adolescente que va acumulando experiencia y llega a convertirse en  un hombre cabal.

De cada una de las series voy a citar tres o cuatro episodios que juzgo, particularmente, interesantes y me atrevo a sugerir a los lectores que los relean o que se enfrenten a ellos por primera vez. Podríamos hablar, en este caso, de Zaragoza, de Cádiz  o de Juan Martín “El Empecinado”, aunque si hubiera que elegir uno me quedaría, sin duda, con Gerona, donde con un lenguaje muy expresivo narra las consecuencias del cerco a la ciudad: la hambruna, las enfermedades y la desesperación  de los sitiados. Es, probablemente, el episodio más interesante de la Primera Serie. No está protagonizado y, este es el único caso, por Gabriel, sino que describe lo que le han contado de los horrores dantescos que padecieron. Sobre este episodio ha hecho unas consideraciones muy pertinentes el poeta Rafael Alberti.

Galdós es un hombre culto, un excelente cervantista que no va presumiendo de citar a los clásicos pero que salta a la vista que los conoce y muy bien. Por ejemplo, la sombra de Francisco de Quevedo con su “Domine Cabra” se hace presente en el relato con los hermanos Requejo y más adelante encontraremos, sin mucha dificultad, la huella de Tolstoi con su Guerra y Paz.

Finalmente, Galdós describe algunos hechos que son casi inverosímiles. Puede decirse que los Episodios no son historia sino novela, pero como ha apuntado, sabiamente Ricardo Gullón, en esas novelas se puede aprender más que en los tomos polvorientos que con muy poca gracia y escaso rigor, a veces, describen la historia. Lo histórico y lo ficticio están tan bien entretejidos que la lectura resulta amena, describiendo los hechos históricos y los lugares con gran precisión. En realidad, son los personajes con su fuerza los que dan vida a los acontecimientos.

En un momento determinado Gabriel y su prometida, Inés, se ven abocados a participar en la Revuelta contra los Mamelucos, son hechos prisioneros y fusilados en la madrugada del 2 al 3 de mayo en la Moncloa… pero los fusilan mal y sobreviven ambos, quizás porque tienen que seguir protagonizando otros episodios.

SEGUNDA SERIE

Galdós es un novelista de raza. Al comenzar el mosaico de episodios que constituye la Segunda Serie ha advertido que el procedimiento utilizado en la Primera está agotado y que ha de explorar nuevas posibilidades, siempre al servicio de ofrecer una imagen viva, documentada y verosímil  de lo que aconteció.

El tratamiento heroico queda atrás. Aborda ahora el reinado de Fernando VII, el rey felón, el Trienio Liberal y la Década Ominosa. Narra, con especial dureza, el fanatismo, la represión feroz, la ignorancia y la brutalidad de ese periodo que tan admirablemente interpreta Goya en sus dibujos, caprichos, aguafuertes y pinturas negras.

Hace su aparición  con fuerza el problema de las dos Españas. ¿Cómo narrar lo que está sucediendo para darle fuerza y realismo? Don Benito se da cuenta de que tiene que variar la aguja de marear y abandonar la narración omnisciente. No es baladí, que los personajes hablen en primera persona, es decir, que cada uno de ellos exprese su visión del mundo, sus ideas, sus contradicciones  y conflictos, su fanatismo, su intolerancia  o su rebeldía, su inmovilismo o su inequívoca voluntad de cambio. 

El protagonista va a ser Salvador Monsalud, personaje un tanto poliédrico y contradictorio; representa a la burguesía liberal, se dice progresista y es masón. Tiene palmarias contradicciones, lo que va dando al relato una riqueza de matices. Como antagonista elige a Carlos Garrote intransigente, fanático, reaccionario e inmovilista. Es un personaje bastante plano, representa a la España varada, opuesta al cambio y que se cree en posesión absoluta de la verdad.

Por si esto fuera poco, el enfrentamiento es cainita dado los lazos familiares que les unen y que ejemplifican, a la perfección el guerra-civilismo y la lucha feroz e inhumana entre hermanos o hermanastros, que viene siendo una constante en la historia de España.

De igual forma, el conflicto se reproduce en los personajes femeninos, Genara, que representa la España tradicional es fanática, beata, intransigente y estéril. Galdós gusta de extremar las posibilidades simbólicas que tienen los personajes y las situaciones. La esterilidad de Genara supone  que está seca por dentro y que ha roto los puentes que la unían a la vida. Por su parte, Soledad que representa la España del futuro, es generosa, abierta, activa y dedica a los demás sus mejores energías. Es una mujer rebosante de vida… y quizás por eso tiene confianza en el futuro.

Es interesante el papel que la Masonería  juega en el episodio “El Grande Oriente”. En este aspecto Galdós es ambiguo. No ignora su influencia, más tampoco oculta sus intrigas, ni sus ambiciones.

Otros episodios sobre los que merece la pena meditar son el Equipaje del rey José  y el que cierra la serie Un faccioso más y algunos frailes menos.

De la Primera a la Segunda serie Galdós da un paso cualitativo. Lo heroico y lo épico dan paso a una visión muy negativa de las causas que imposibilitan la convivencia entre españoles: el fanatismo, la intransigencia, el absolutismo con sus secuelas de corrupción.

En estos Episodios se plantean, con toda su crudeza, los conflictos que se proyectarán a lo largo de todo el XIX y que culminarán en el XX con el Levantamiento Militar, la Guerra Civil y la Dictadura Franquista.

Las dos Españas, el atraso, el fanatismo y la intransigencia a partir de esta serie van a  constituirse, para nuestra desgracia, en los ejes vertebradores de nuestra historia y de nuestra existencia. 

Es más que evidente, que don Benito está hondamente preocupado por los problemas ideológicos y con enorme habilidad se aventura a mostrar descarnadamente los efectos de conciencias deformadas por un tradicionalismo brutal, en uno casos y en otros, por la imposibilidad de superar tantas barreras y tantos muros.

TERCERA SERIE

Es oportuno recordar que entre la Segunda y la Tercera serie transcurren casi veinte años. Galdós es ya un hombre maduro y la madurez da equilibrio. Ha evolucionado y sus ideas se han ido decantando. Es significativo que cada vez se va situando en una perspectiva más analítica y en una línea, inequívocamente comprometida con el  progreso. Lo que culminará con su amistad con Pablo Iglesias y con el primer proyecto interclasista que es la Conjunción Republicano-socialista, que logra llevar al Parlamento al primer diputado de la clase obrera.

¿Puede afirmarse qué Galdós diese por concluidos los Episodios Nacionales con las dos primeras series? Es, sin duda, una buena pregunta. Algo seguía impulsándolo desde dentro a proseguir la tarea. Podía decirse que se vio urgido por problemas económicos, pero opino que la razón fundamental es que sentía una necesidad de seguir hurgando en las heridas abiertas de la sociedad española que a su juicio no habían sido ni suficientemente explicadas ni mucho menos asimiladas por una sociedad adormilada y profundamente alienada. Con todo, quizás el motivo que acabó por poner en marcha la continuación del proyecto fue el desastre del 98.

Galdós comparte ciertos aspectos con los noventayochistas, pero su visión de la realidad es profundamente personal y va por otros derroteros. ¿Qué nos ha sumido en una decadencia tan profunda?, ¿por qué están tan mal empleadas nuestras energías en enfrentamientos brutales y estériles?

Por otra parte, algunos críticos y especialistas han visto en esta serie y en las sucesivas un afán experimental, consciente e intencional que dota de una mayor complejidad la lectura; a partir de ahora, nada será plano. Todo tendrá recovecos, segundas intenciones e interpretaciones múltiples.

La serie comienza con las llamadas guerras carlistas. Un error más de Fernando VII al no terminar de decidirse para su sucesión en el trono, entre su hija Isabel y su hermano Carlos, con la Ley Sálica al fondo.  Concluye con la mayoría de edad de Isabel II.

Galdós observa y traslada al papel lo observado con viveza, pasión y, sobre todo, con una admirable fuerza; quizás porque sus modelos están vivos y proceden de hombres y mujeres de carne y hueso.

La visión de España que progresivamente se va imponiendo es profundamente melancólica y triste y está llena de energías desaprovechadas. En las páginas de estos Episodios hay furor, locura, terror… y sobre todo, fanatismo. Don Benito lamenta en su fuero interno el desprecio paladino por el conocimiento y con su agilidad mental, percibe con claridad, lo que de aberrante y enfermizo hay en ese enrarecido ambiente de las Guerras Carlistas… que van dejando a su paso desolación y un río incesante de sangre.

Galdós se ha vuelto más meditabundo, más espiritualista y, en cierto modo, más desengañado. Están presentes, claro está, la avaricia, la ambición y, también, la rectitud y la autenticidad. Sus fuentes de documentación son cada vez más fidedignas como se puede observar en Zumalacárregui, episodio que abre la Tercera serie, pero, también, en Luchana y en la Estafeta Romántica.

Don Benito percibe los valores literarios y expresivos que tiene la ambigüedad. Sus personajes, comenzando por los protagonistas, son ahora un tanto huidizos como es el caso de Fernando Calpena.  La realidad puede ser percibida desde distintos ángulos y perspectivas y esto, sin duda, es un elemento enriquecedor. ¿Quién es Fernando Calpena? Un romántico desarraigado y un tanto ridículo. Sus acciones no obedecen a ideales políticos, sino que se mueven en el resbaladizo terreno del quiero y no puedo.

El verdadero protagonismo lo ostenta en la serie el guerracivilismo, admirablemente reflejado en el cuadro de Goya “A garrotazos”. La visión de España que se desprende es escindida, violenta, cruel y sanguinaria. Sangre, fusilamientos, operaciones de castigo, fanatismo, intransigencia… no hay respiro ni lugar para la paz y el reposo.

CUARTA  SERIE

En la Cuarta serie podemos observar como para Galdós hay aspectos episódicos… que pasan, en tanto que otros, han enraizado y tienen un carácter permanente. Van desfilando cortes, reinados… pero la sombra del enfrentamiento es una constante  hasta convertir el suelo patrio en un terreno estéril, violento, presidido por tormentas de desolación sin apenas tregua.

Galdós tiene muy en cuenta el resultado de sus experimentos narrativos y sabe calcular perfectamente su alcance. Quizás por eso, va a ofrecernos un contraste cuyos resultados no pueden ser más interesantes y fecundos.

Los episodios de esta serie abarcan la mayor parte del reinado de Isabel II. Comienzan con la Revolución del 48 y acaban con su derrocamiento, como consecuencia de los sucesos de 1868, que trajeron consigo experiencias, que pudieron ser positivas, pero que quedaron reducidas una vez más, a intentos fallidos como el breve reinado de Amadeo I de Saboya, en el que Galdós puso tantas esperanzas o la Primera República, que una especie de locura colectiva se encargó de dinamitar. 

Se pregunta dolorosamente ¿qué es España? Hace una lectura más meditada y reflexiva, trasladando a los lectores su idea de que hemos tocado fondo y de que las cosas ni pueden ni deben seguir así; necesitamos paz. Es más urgente que nunca la integración social. Hemos de dejar de mirar al pasado y proponernos colectivamente metas de futuro.

Me parece un episodio de lo más original Carlos VI en la Rápita ya que pone el dedo con maestría en la llaga sobre algunos males patrios, que parecen no tener solución, ya que se repiten hasta la saciedad. Asimismo, son relevantes Prim, con cuyo asesinato, en el que todavía, permanecen en penumbra, aspectos sin esclarecer… y la siniestra mano que movía los hilos o La de los tristes destinos, un retrato impresionante con el que se cierra la serie de una Isabel II desbordada por los hechos, influida por la iglesia católica y una corte insulsa, fanatizada, irresponsable y corrupta.

¿A quién elige Galdós como protagonista? A José García Fajardo, personaje un tanto pusilánime, bastante ajeno a preocupaciones políticas, que procura no implicarse en nada y que viene a ser un fiel reflejo de esa burguesía inútil, holgazana que transita de un lado para otro sin dejar poso ni huella. A través de Fajardo, Galdós puede realizar un desdoblamiento de cierto calado: Narrar hechos históricos y problemas políticos, a través de un personaje huidizo y que no se implica en los hechos. La figura de José García Fajardo es, en buena medida, patética. Como patéticos son los ideales de una cierta burguesía que simpatiza con las ideas de progreso pero que no es capaz de romper con tantas inercias que la encadenan y que le impiden jugar el papel histórico que ha desempeñado en otros países hacia los que Galdós mira como referente y modelo: Francia, Gran Bretaña e incluso Italia.

Esto ocasiona una escisión nítida y da lugar a unos planteamientos agónicos de los que don Benito sabe sacar partido por obra y gracia de su inteligencia. En esta serie ya no son frecuentes los torrentes vertiginosos y los bríos desatados. La visión no es, en modo alguno, tranquilizadora. Ahora, Galdós juzga los hechos sin implicarse en la narración, pero mostrando una clara desaprobación. El binomio tradición/progreso está presente con fuerza pero, don Benito no se decanta y expone los sucesos y los puntos de vista para que sea el lector quien extraiga las consecuencias pertinentes.

Hemos vivido demasiado tiempo esclavos de las tradiciones más bárbaras… ya es hora de que ensayemos las líneas que pueden conducirnos hacia el progreso y hacia la homologación con los países de nuestro entorno. Basta ya de agitaciones sin sentido, basta ya de adormilamiento. Es el momento de adquirir conciencia de la historia, de dejar de ser temerosos y pusilánimes y de, con paso firme, enderezar nuestro rumbo errático.

QUINTA Y ULTIMA  SERIE

Ya hemos comentado que esta serie tan solo consta de seis episodios y un boceto del séptimo. ¿Por qué no la concluye Galdós? La tarea era ingente. Su estado de salud precario. Su ceguera le impide escribir y ha de recurrir a dictar, lo que obviamente no es lo mismo…

Ahora bien, sus episodios se interrumpen de forma abrupta… como abrupta es la historia convulsa de nuestro país. En esta serie, con más claridad que en otras, Galdós transmite un mensaje político de alcance. El pesimismo debe ser derrotado. España puede tener futuro si encuentra fuerzas para apostar por la libertad y practicar una convivencia basada en el respeto mutuo, en la observancia de las leyes y en la tolerancia.

Me parece de indudable interés el episodio Cánovas.  Entre otras razones, permite una comparación del periodo de la restauración con el momento actual que puede dar bastante que pensar. ¿Por qué es tan actual Galdós?  Quizás porque acierta a profundizar con estilete afilado en nuestras heridas y proyectos de convivencia no resueltos. Pero, también, viene a decirnos que podemos meditar y obtener sabias consecuencias si analizamos nuestro pasado… y nos negamos a que el peso muerto de la inercia nos haga repetir una y otra vez los errores.

La burocracia, el caciquismo, los problemas culturales pendientes de abordar y lo que don Benito llama, con indudable acierto “tuberculosis étnica”, nos siguen atenazando e impidiendo que se enciendan los “focos de lumbre mental”. 

Probablemente, no sea casual, que otros episodios de esta serie como Amadeo  o  La Primera República, reflejen a la perfección intentos que pudieron fructificar pero que, por efecto del ultramontanismo, de la improvisación y de los errores acabaron en intentos frustrados que abrieron la puerta a dar inequívocos pasos atrás. Cada fracaso doloroso nos devuelve a la “casilla de salida” y vuelta a empezar…

Galdós elige, como protagonista de esta Quinta y última serie a Tito Liviano, dando una vuelta más de tuerca hacia lo irónico. Obviamente, Tito Liviano viene a ser una parodia del cronista e historiador romano Tito Livio. Hay más, Tito Liviano es casi un enano, un personaje curioso que tiene el convencimiento y muchas dudas de si la historia que narra merece la pena o no que sea historiada, lo que abre todo un abanico de interpretaciones. Es un personaje lleno de miedos, titubeante, que atisba lo que está ocurriendo, pero advierte que las fuerzas que mueven nuestra historia son imposibles de controlar.

Tal vez, convenga señalar que, con esta serie, en cierto modo, Galdós inaugura un nuevo modelo de novela histórica. La novela histórica es un género que está muy vigente. Incluso hoy, el distanciamiento, la ironía y ese mirar a las cosas no solo desde el haz sino desde el envés, de don Benito, hacen de todos los episodios, pero especialmente de esta serie un referente experimental nada desdeñable.

Me hubiera gustado ser más explícito en algunos aspectos y ahondar más en todo lo que puede extraerse de esta Quinta y última serie, más la prudencia me hace poner aquí fin a estas reflexiones, no sin antes indicar para los lectores interesados que se conserva un boceto del séptimo episodio, que hubiera llevado por título Sagasta, cuyo análisis puede resultar muy útil para quienes intenten establecer el “modus operandi” de Galdós. Sagasta  no es propiamente un episodio, es nada más y nada menos, que el esqueleto… que nos permite ver, pero, también, imaginar qué derroteros hubiera seguido.

Una última reflexión de urgencia. Galdós no se dirige sólo a las generaciones futuras, sino que busca establecer lazos de complicidad con cada lector o lectora. Ojalá que haya personas que tras leer estas páginas… se decidan  a dialogar con don Benito sobre la historia de España y sus problemas no resueltos.

IV.   … Han seguido la estela y el modelo galdosiano

Tenía que ocurrir necesariamente. El “modus operandi” galdosiano influyó en otros y lo que es más importante, sigue influyendo todavía. El planteamiento riguroso, la documentación seria y el fusionar la historia y la ficción han tenido y, sigue teniendo continuadores. Podría decirse que la huella de los Episodios Nacionales ha sido profunda y apreciable en la literatura y, también, en la cultura española. Quizás sea ahora cuando el interés ha decrecido un tanto y hay generaciones que a penas los han leído y que han meditado poco sobre su contenido.

Cuando se lo propone Galdós sabe ser persuasivo y cala hondo en los lectores. Tiene dotes innatas que le permiten dosificar lo que quiere transmitir y lograr, así, los efectos deseados. No intenta novelar gestas heroicas, sino que los lectores capten la esencia trágica de la historia del siglo XIX.

Es consciente de que no hay atajos, de que, aunque el camino sea largo hay que recorrerlo completo. En ese itinerario en ocasiones no hay piedad y en ocasiones hay un exceso de algarabía. La autoridad de don Benito es grande y aún están vivos los rescoldos de la hoguera. Los Episodios Nacionales no pueden leerse como un mero entretenimiento. Están repletos de ideas filosóficas y morales de calado… y quizás por eso, resultan tan seductores. Don Benito se ha ganado con creces  no sólo que lo admiremos, sino que tengamos confianza en él. Es enigmático a veces, más sin duda está dotado de un carisma nada desdeñable. Es una voz penetrante y se hace notar más allá de coyunturas concretas. Vivimos tiempos de desinterés por nuestra historia… tal vez porque la dictadura franquista sigue pesando como una losa de plomo sobre determinados  aspectos educativos y sobre lo que podríamos llamar la educación sentimental de nuestros jóvenes. 

Esperemos que con el Primer Centenario de la Muerte de don Benito tenga lugar un giro notable e imprimamos una nueva forma de recepcionar la herencia galdosiana. Es necesario colocarlo en el lugar que le corresponde y darlo a conocer, con toda su variedad y riqueza, a quienes, todavía, no se han adentrado en su obra. Esos y no otros han de ser los objetivos del centenario.

Los Episodios Nacionales son, por un lado, una variedad de novela histórica y por otro, mucho más que una novela histórica. Son nada más y nada menos que una forma crítica y al mismo tiempo entretenida de enfrentarse a nuestra historia y a sus problemas no resueltos con determinación.

Conviene recordar que, desde una época bien temprana, ha habido intentos, más o menos fallidos, de continuar su estela y de llevar su “carpintería narrativa” a distintos momentos sociales y políticos.

No es menos cierto que sus epígonos y continuadores no han alcanzado hasta la fecha ni la grandeza, ni la pericia de don Benito. No obstante, creo que es obligado al menos considerar y citar someramente algunas de estas tentativas.

La que me parece de mayor interés es la de Alfonso Danvila. ¿Quién fue Danvila? un erudito, Académico de la Historia que se desenvolvía con soltura en un mundo alambicado y con perfiles poliédricos. Ha sido calificado por una cierta crítica como discípulo de Galdós. Me parece bastante ajustado este enfoque.

Escribió una serie de novelas que tienen lugar en el periodo de la denominada Guerra de Sucesión al trono español. Estos relatos no carecen de brío, pero son pálidos reflejos de las páginas galdosianas. En más de una ocasión caen en lo folletinesco y carecen de la fuerza vital de caracteres de Galdós. Tienen, no obstante, la innegable virtud de poner de relieve las consecuencias de las guerras civiles entre compatriotas con sus heridas mal cicatrizadas… que aún supuran.

Como historiador, su ambientación está bien documentada. Para quienes aún no lo conozcan, es un buen ejercicio el leer alguna de sus páginas. Sus personajes, eso sí, son un tanto planos y carecen de complejidad. Resulta ilustrativo leer algunos de los títulos  que forman parte de Las luchas fratricidas en España, como por ejemplo el Testamento de Carlos II, Austrias y Borbones o Aún hay Pirineos.

Demos un salto considerable en el tiempo, hasta la actualidad. Almudena Grandes está rindiendo un homenaje a Galdós con sus “Episodios” situados en la postguerra. Pone el dedo en la llaga y ofrece una visión crítica de la ferocidad de la dictadura y de la represión brutal que tuvo lugar tras la Guerra Civil. Es una empresa que aún no ha concluido. Hasta la fecha son cuatro las novelas aparecidas: Inés y la alegría, El lector de Julio Verner, Las tres bodas de Manolita y Los pacientes del doctor García.  Las tramas están bien entretejidas y su lectura resulta amena, instructiva y supone otra perspectiva y otra forma de enfrentarse a hechos y situaciones desconocidos por la mayoría de los lectores o que han sido tergiversados. En un país, tan desmemoriado como el nuestro, narra con pasión e ideología nuestra historia, desde el punto de vista de los vencidos.

Es un intento loable y esperamos con fruición nuevos episodios. Sin embargo, están lejos de la habilidad narrativa de don Benito, del carácter polifacético de sus personajes y de la complejidad y carpintería narrativa de que hace gala.

Quedan, como es lógico muchas cosas en el tintero. Sería interesante hacer, aunque no sea más que una referencia liviana, a los intentos hasta la fecha poco afortunados, de trasladar los Episodios Nacionales al cine o a la pequeña pantalla. Considérese esta una tarea pendiente. Sería de lo más ilustrativo una serie televisiva que divulgara y fuera capaz de interesar a quienes todavía no han descubierto la ingente obra galdosiana. Los Episodios Nacionales están esperando las cámaras.

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