Antonio Chazarra Montiel filólogo y profesor de Hª de la Filosofía
- Algunos objetivos solo pueden alcanzarse siguiendo una trayectoria circular
Durante el año 2020, cuando conmemorábamos el Centenario de la muerte de Benito Pérez Galdós en mesas redondas, en los coloquios que siguen a las conferencias o en los actos destinados a traer a la memoria su serena y egregia personalidad, antes o después, surgía la inevitable pregunta “¿hay un Galdós político?”
Confieso que le di muchas vueltas. No había una forma unívoca de enfocar un tema que da tanto de sí. Por eso, preferí dejar que pasaran unos meses… año y pico, para con todas las precauciones ensayar una respuesta.
Obviamente, a bote pronto, puede afirmarse que sí. Entonces lo que habría que desarrollar es ¿por qué? y ¿de qué modo? Avancemos otro trecho, Benito Pérez Galdós fue diputado a Cortes en distintos momentos, encabezó la Conjunción Republicano-Socialista… pero todo esto es insuficiente o, al menos, no me deja del todo satisfecho. Hay más, mucho más. Fue un patriota, un precursor del Regeneracionismo, un intelectual comprometido con los valores de la Ilustración, un creador hastiado del inmovilismo, del caciquismo, de la ignorancia y barbarie de las clases ociosas, del poder y del obscurantismo de la iglesia católica y, entre otras cosas, del profundo cainismo que parece estar en nuestro ADN.
¿Dónde está, pues, el Galdós político? Fundamentalmente, en sus obras, comenzando por esas cuarenta y seis joyas que constituyen sus Episodios Nacionales, más también, en sus novelas, en su teatro, en sus artículos y ensayos y, de una manera especial, en sus actitudes vitales, en su coherencia y en su valentía para enfrentarse a los problemas no resueltos, muchos de los cuales venían arrastrándose desde siglos atrás. Fue un testigo atento y un cronista de la sociedad en que le tocó vivir y del momento o momentos históricos que, para un espíritu inquieto y penetrante como el cuyo, analizándolos con rigor, podían explicar las razones profundas por las que hemos llegado hasta el punto en que nos hallamos… siendo tan difícil realizar avances en medio de un ambiente viciado y hostil.
Don Benito advierte con sagacidad que el país permanecerá anclado en la ignorancia y manipulado por unos dirigentes incompetentes, mientras no exista libertad de pensamiento y de conciencia, llamémoslas con el nombre que más nos agrade, como libertad de imprenta, libertades cívicas o las libertades que disfrutan los ciudadanos en un régimen democrático.
Podrían citarse varios ejemplos. En primer lugar, Galdós observa que el régimen de la Restauración se resquebraja ‘devorado’ por la carcoma de la corrupción, el autoritarismo y la falta de horizonte. Los años de la Restauración los percibe dolorosamente, observa cómo se desmorona y, hasta se rompe a pedazos un país.
España es y ha sido siempre multicultural, diversa, aunque eso sí, unificada a machamartillo y presentada como uniforme. El nuestro es un país aislado, dominado por viejos fantasmas como el de la corrupción, atrasado e incapaz de percibir la vitalidad de las corrientes europeas. Es más, mientras se deshace a pedazos los sectores más inmovilistas siguen anclados y poseídos por falsas y caducas glorias imperiales.
En Galdós se dan circunstancias, que, sin ser exclusivas, son poco frecuentes. Se va radicalizando conforme envejece y se va convenciendo de que lo que ve a su alrededor no tiene remedio. Creyó en Prim, confió en que Amadeo de Saboya protagonizaría el empuje y la revitalización que el país necesitaba. Fue siempre liberal, alineado en el mejor liberalismo político descendiente de las Cortes de Cádiz… y se hizo republicano, desengañado al contemplar cómo no se avanzaba nada en educación, en economía, en justicia social, en tolerancia ni en aspiraciones colectivas de transformación nacional. Por eso, sin cambiar en el fondo sus ideas, pasa a encabezar la Conjunción Republicano-Socialista.
No pudo permanecer al margen por más tiempo. Por si faltara poco, la corrupción de los militares en Marruecos, con hondas y profundas responsabilidades que afectaban directamente a la Corona, la represión sangrienta de la Semana Trágica, el fusilamiento de Ferrer i Guardia cuyo proceso fue un auténtico dislate, el salto atrás que significó el gobierno de Maura y el ver a tantos jóvenes como ‘carne de cañón’ dirigirse hacia la muerte o la mutilación para satisfacer turbios negocios o intentar reverdecer gestas imperiales, le lleva a adoptar un compromiso republicano e incluso a ‘profetizar’ que la Segunda República, tal vez fracase pero que a la Tercera vendrá la vencida.
Don Benito es un ideólogo. Tiene las ideas claras y sus obras pretenden plantear a sus lectores un futuro democrático lejos del sombrío presente. Por eso, hace pedagogía social y transmite, unas veces de forma velada, otras más nítida y combativa, anhelos de cambio y el convencimiento de que el peor error es no mirar hacia el futuro.
Le sobra inteligencia para no volver a incurrir en planteamientos simplistas que había llevado a cabo en sus denominadas ‘novelas de tesis’. Ahora, va más lejos, busca complicidad con el lector e intenta que los hombres y mujeres que simpatizan con las nuevas ideas sean conscientes de que comienza un nuevo tiempo, en el que quizás será posible, llevarlas a cabo.
Juzga acertadamente que los criterios y valores morales y políticos propios de la modernización, acabarán imponiéndose más temprano que tarde, aunque sigan siendo poderosas las inercias del pasado y las trabas de la España retardataria. En un ensayo de la extensión del presente, no es posible detenerse en todos los aspectos que creo merecen atención. Sin embargo, de cuando en cuando, daré algunas pinceladas. Reléase el episodio ‘La España trágica’ y reflexiónese en las dudas, vacilaciones, decididas apuestas y compromisos, de un personaje tan interesante y lleno de matices como Santiago Ibero.
No pierde ocasión para poner en valor todo aquello que comunica, que nos saca colectivamente del aislamiento y que nos pone en contacto con Europa. Por eso, no es extraño su encendido canto al ferrocarril como un fuerte impulso que coadyuvará a traer consigo la modernidad.
Comentábamos que Galdós en muchos aspectos, puede ser considerado un pre-regeneracionista. Pensemos, sin ir más lejos, en la importancia que concede a la tolerancia y, sobre todo, a la educación, formación y compromiso con los avances científicos. Esa y no otra es, la sociedad del futuro que nos conducirá a la democracia.
Se hace republicano y -empleo palabras textuales suyas- porque hay que apartarse y dejar atrás “la España del triste rebaño monárquico”. Muchos eran los aspectos que había que reformar, casi todos vinculados con la libertad de conciencia y unas leyes emanadas de la voluntad popular. El Galdós político es aquel hondamente preocupado por lo que denomina “la cuestión social” había que salir cuanto antes de tanto parasitismo, de tanto atraso servil, de tanto clericalismo, de tanta ignorancia y de tanta corrupción.
Es asimismo interesante constatar quienes fueron sus amigos, en quienes confiaba y depositaba sus anhelos de cambio. Podrían citarse muchos. Voy a limitarme, sin embargo, a cinco que le ayudaron a buscar y hallar respuestas y a encaminar sus creaciones por otros derroteros. Gumersindo de Azcarate, cuyos
conocimientos y vasta cultura admiraba; Vicente Blasco Ibáñez, Leopoldo Alas “Clarín”, Francisco Navarro Ledesma y Hermenegildo Giner de los Ríos. Casi todos, por cierto, de ideas plurales. Tuvo ocasión de tratarlos y debatir con ellos en el Ateneo de Madrid, lugar entonces frecuentado por humanistas, científicos y políticos de reconocido prestigio. Es oportuno destacar su vinculación con la familia Giner de los Ríos y con la ILE, como es el caso de Hermenegildo Giner de los Ríos, hermano de Francisco. Todos ellos en diversas ocasiones ponen de manifiesto el que don Benito pese a ser callado y gustar más de escuchar que de hablar, opinaba con cordura y conocimiento de causa, sobre aspectos no sólo literarios y culturales sino políticos y sociales.
Galdós era no sólo extremadamente inteligente sino políticamente sagaz e intuitivo. Fue de los primeros en descubrir que la ‘revolución desde arriba’ de Maura, era en realidad un ‘auténtico fraude’ que encubría con una frase grandilocuente el más rancio tradicionalismo y trataba de ocultar, con una denominación pomposa, lo mucho que una clase dirigente corrupta tenía que ocultar… entre otras cosas, ‘tener las manos manchadas de sangre’
- A través de las costras y rendijas del tiempo
Galdós se vio obligado a vivir un largo tiempo de letargo. El país parecía ensimismado, incapaz de reaccionar… caminando lentamente hacia la destrucción. Ni siquiera cabía el consuelo de que como las serpientes dejara atrás la vieja piel. Sin embargo, en esas circunstancias Galdós el intelectual, Galdós el novelista, Galdós el patriota se pregunta una y otra vez ¿qué futuro nos espera? y, ese interrogante le quema por dentro, lo desasosiega y no logra dejarlo en paz. El presente es tedioso, más el futuro da vértigo porque no es fácil encontrar salidas a tan complicado laberinto.
Los vencejos, al caer la tarde, revolotean en el cielo de Madrid… en las afueras los cipreses vigilan, con una paciencia infinita, el sueño de los muertos. En esos momentos de melancolía hay que encontrar una brizna de claridad entre las tinieblas que nos envuelven. El Galdós combativo y republicano es, en buena medida, el fruto maduro de años de meditación.
El pueblo de Madrid quería a don Benito, lo veía pasear por las calles solo o acompañado por algún amigo, aplaudía sus obras de teatro ‘subversivas’ como Electra o Casandra y admiraba la luminosidad del monumento de Victorio Macho en los Jardines de El Retiro, esculpido en piedra blanca de Lérida.
El propio Galdós ya enfermo y casi ciego, tuvo que pasar sus manos por el rostro de piedra para apreciar sus rasgos. Es interesante destacar que fue erigido mediante suscripción pública. Decir esto es tanto como señalar que Galdós se había convertido en un símbolo ¿de qué? de la España que no tuvo oportunidad de levantarse sobre cimientos firmes y que fracasó una y otra vez. Mas también, de un futuro donde se realizarán los sueños postergados del pasado.
Quizás, por eso, es tan actual don Benito. En parte, porque supo adelantarse a su tiempo, pero también, porque no acabamos de desprendernos de la losa del pasado que aplasta, que asfixia… Sí, Galdós fue un símbolo para la España que aspiraba a otra cosa. Cuando el pueblo de Madrid quiere a alguien hace visible, palpable, ostensible su cariño. Su entierro fue una manifestación de respeto, de admiración y de identificación con lo que significaba. Ocurre pocas veces, pero de cuando en cuando, sucede. El sepelio de Pablo Iglesias tuvo grandeza, como la tuvo el de Tierno Galván o el traslado al cementerio civil de los restos del que fue Primer Ministro de la Segunda República, Largo Caballero.
Con el paso del tiempo Galdós se va haciendo más reflexivo, también, más incisivo y sus interpretaciones sobre la Historia de España del XIX, son cada vez más audaces, atrevidas, traspasan en más de una ocasión las líneas rojas establecidas.
De cuando en cuando, me gusta releer pasajes de La vuelta al mundo en la Numancia, De Cartago a Sagunto y, sobre todo, de Cánovas, que supone toda una visión… de lo que vendrá cuando finalice esta pesadilla.
Don Benito está harto, profundamente harto, de que los hombres se lancen unos contra otros como lobos, de que el instinto primario y la violencia una y otra vez, conviertan los breves momentos de ‘tregua’ en un paréntesis. Lamenta, con rabia, que la corrupción y quienes encienden ‘la mecha’ de la discordia acaben obteniendo beneficios de sus acciones desaprensivas que sólo buscan mantener y perpetuar sus privilegios. La rectitud y la conciencia cívica pasan desapercibidas o no son apreciadas más que en algunos momentos señeros.
La prosa de Galdós se vuelve más y más incisiva y cortante. Aparecen expresiones como ‘pastar en el presupuesto’ porque supone una concepción del Estado y de lo público como pesebre de quienes aspiran a que les den de comer, aunque sea paja. Otras veces, su indignación sube de tono como cuando afirma, sin pelos en la lengua, ‘sin parar mientes en nuestra imbecilidad’ o cuando por no citar sino otro ejemplo, observa entristecido que algunos sectores del país ‘evolucionan hacia la olla del ultramontanismo’. Ser consciente de lo que pasa y de lo que nos pasa es una pesada carga. Don Benito advierte que el conocimiento es una fuente de intranquilidad para quien comprende cabalmente la importancia de los hechos, ya que no es posible permanecer indiferente ante lo que se ve venir y no se es capaz de evitar.
Una y otra y otra vez, vuelven los pensamientos que le obsesionan. El pasado extiende sus alas sobre el presente, llegando a asfixiar y a producir angustia intelectual. En esas condiciones pensar en el futuro es poco más que aferrarse a una luz mortecina en un invierno frio.
Y, sin embargo… las zonas de sombra y los muros ennegrecidos por la suciedad han de dar paso a un futuro distinto, que, pese a todas las dificultades, nos corresponde a nosotros porque forma parte del momento histórico en que nos ha tocado vivir, porque somos el pasado de ese futuro soñado.
Merodean las alimañas. Las contaminaciones tóxicas hace tiempo que se alojaron en los cerebros de quienes deberían tener la obligación de alejarlas para evitar que causen lesiones irreparables.
Lo admirable de Galdós es que en medio de esas circunstancias sabe mantenerse en pié como un junco, a quienes las presiones pueden doblar, pero nunca quebrar.
Intuye que el corazón no puede estar en calma en medio de una ‘memoria vacía’. Es un luchador, es un superviviente. No ignora que toda construcción de un futuro democrático traerá consigo omisiones y equívocos… más hay que crear las condiciones para que ese futuro llegue a ser presente. Hay que luchar a brazo partido, no sólo contra la mediocridad del presente, sino contra las amenazas del porvenir.
Desde que madura como intelectual y como creador, apuesta decididamente por la racionalidad ilustrada como un secreto mecanismo regulador del desconcierto que percibe a su alrededor. Por eso, con un espíritu senequista, que me extraña que no haya sido advertido y destacado por los críticos y biógrafos más avezados, procura no caer en el ensimismamiento, ni mucho menos, en el olvido o la mistificación de lo que hay que mantener vivo y operativo en la memoria.
Galdós es de esos creadores capaces de percibir la realidad en plenitud y de intuir y plasmar lo que a otros se oculta. Convierte en literatura y pensamiento lo que ve, lo que oye y la experiencia acude, con frecuencia en su ayuda para poner orden en medio de la confusión y de la algarabía.
Es un error –al menos así me lo parece- ver a don Benito el creador, el intelectual y el patriota, como alguien que se resigna a que las cosas no cambien. Por el contrario, una y otra vez en sus páginas denuncia con firmeza, la pasividad porque de una forma u otra acaba desembocando en el negro túnel de la incurable melancolía y de la impotencia.
Cree que la concordia civil, aunque parezca un sueño irrealizable, nos conducirá a una realidad menos inhóspita y agobiante. Hay que torcer el brazo con habilidad, eso sí, al fanatismo bárbaro y sembrar de ideas fecundas el camino para que despierten de su resignación otros.
A don Benito le gusta meditar y piensa, con razón, que algunos se acomodan tristemente a esta realidad porque no conocen otra, porque no sueñan con otra. La misión política de los intelectuales es poner en circulación ideas para que, especialmente, la juventud despierte y quiera vivir otras realidades.
Unas páginas atrás, comentábamos que Galdós evoluciona moduladamente, siempre fue liberal, siempre fue progresista, siempre tuvo en su cabeza un país distinto. Creyó en Prim, creyó en la monarquía de Amadeo de Saboya y sólo cuando comprobó que la monarquía en España no tenía remedio y que los Borbones no eran una solución, sino todo lo contrario, se hizo republicano y, lo más importante, de un republicanismo democrático que creía, como sucedía en otros países europeos, en la separación de poderes, en la soberanía popular y en el escudo contra los abusos que supone una Constitución inequívocamente democrática.
De ahí que no sea aventurado, repetir llegados a este punto, que fue un adelantado del regeneracionismo. Aceptó encabezar la Conjunción Republicano-Socialista porque una mayor justicia social, entendió que sólo era posible cuando los republicanos más avanzados acudieran a las urnas coaligados con los obreros de Pablo Iglesias, en los que veía reflejados la sobriedad, el afán de justicia y las políticas sociales que empezaban a dar sus frutos en otras naciones europeas.
Galdós era un lector ávido de periódicos, revistas y ensayos políticos. No le pasaban, ni mucho menos, desapercibidos los avances que los social-demócratas iban obteniendo en Francia, en Alemania, en diversos países europeos. Es conveniente a este respecto, rescatar del olvido y volver a leer algunos de los artículos, comentarios y entrevistas aparecidos en diversos medios de comunicación de la época como, entre otros, El Debate o La revista de España.
- Comprometido con nítidas ideas modernizadoras y de hondo contenido social
En anteriores apartados hemos abordado la importancia de Galdós como hombre político y como un intelectual comprometido. Su activismo fue ‘increscendo‘, especialmente entre 1907 y 1912. Cansado, hastiado, encuentra un asidero moral y político en Pablo Iglesias y el PSOE. De ahí, sus palabras tantas veces citadas “voy a irme con Pablo Iglesias. Él y su Partido son lo único serio, disciplinado y admirable que hay en la España política”.
Podría afirmarse sin la menor exageración, que fue un patriota hasta la médula en un país donde siempre han escaseado, abundando en sentido contrario, ‘un rancio patrioterismo’ de muy cortos vuelos, faltón y lleno de ignorancia y bravuconería.
Admiró a Giner de los Ríos y a la ILE, quizás el único proyecto educativo basado en una pedagogía moderna y en un impulso regenerador. Pensaba que había que formar –hombres y mujeres- europeístas y de ideas avanzadas que echaran sobre sus hombros la ardua tarea de hacer que el país funcionara.
En el mejor Galdós puede rastrearse una búsqueda de lo que podríamos considerar la identidad española. Para él fue una gran decepción que no existiera una clase media activa, que contribuyera decisivamente, a modernizar el país y que fuera homologable a las de Francia, Gran Bretaña o Alemania.
Naturalmente, se pregunta por qué y uno de los motivos es el control sobre las conciencias de la iglesia católica y sus privilegios, así como que los cimientos del absolutismo siguen
operativos como desgraciadamente pusieron de manifiesto las Guerras Carlistas.
No es en puridad un anticlerical, mas, sí un intelectual que observa con desesperanza, el control de conciencias y el poder de la iglesia que constituían poderosos obstáculos, enormemente difícil de sortear, especialmente en la España rural.
Tampoco se ha insistido lo suficiente en el feminismo de don Benito. Para apreciarlo, una vez más, hay que recurrir a sus obras. No es fácil encontrar una mujer inquieta, audaz, capaz de romper barreras, de intentar sacudirse la explotación secular y de querer ser ella misma, pese a todo, como Tristana por señalar sólo un caso emblemático, aunque podrían añadirse muchos otros como el empuje, la fuerza y la vitalidad de Fortunata. Es de destacar que, probablemente, Galdós fue uno de los primeros en situar en el centro de su narrativa a la mujer. De hecho, tanto en sus novelas como en los Episodios pueden enumerarse algunas abnegadas, comprometidas, que defienden su independencia y luchan por sus derechos individuales y colectivos.
Desde parecida óptica, hay que analizar sus constantes diatribas contra el fanatismo, el caciquismo y la intolerancia no sólo, pero principalmente, religiosa. Fue plenamente consciente de que, en el ADN de la derecha más rancia, del conservadurismo político más reaccionario y del integrismo católico, estaba combatir hasta extirpar las libertades y derechos proclamados y defendidos durante el Sexenio Liberal.
No es posible detenerse en otros aspectos, que probablemente lo merezcan, más sí quiero señalar su firme oposición a la guerra de Marruecos que sangraba a la juventud del país y que ocultaba casos patentes de corrupción.
Poner en duda por más tiempo el carácter político y comprometido de Galdós, aparte de desenfocado es absurdo. Es este un perfil que hay que recuperar y analizar adecuada y pormenorizadamente. Sus enemigos y, tuvo muchos, incluso algunos se denominaban hipócritamente amigos, apreciaban con progresivo disgusto la imagen de España que se desprendía de sus
páginas: mediocridad, avaricia, delirio, paladina ignorancia de la ciencia y del pensamiento, excesivo peso del clericalismo, envidia, rencor, corrupción, violencia y, sobre todo, ausencia de ideales colectivos.
Quien piense que exagero que lo compruebe en tantas y tantas páginas patrióticas de don Benito. Creía con profunda firmeza y convencimiento en un futuro –que más tarde o más temprano, llegaría- en que gobiernos legítimos emanados de la voluntad popular promulgaran e hiciesen cumplir leyes justas y donde el mérito –y no el linaje o la cuna- fuera quien marcase el camino vital de cada uno.
No era infrecuente que sintiera el amargo sabor del fracaso. No obstante, lograba recuperarse siempre de los frustrados intentos por lograr el Nobel, pensando tal vez con ingenuidad, que hay semillas que germinan cuando los que las han sembrado ya no viven para recoger su fruto. He aquí, sin ir más lejos, otro motivo para respetar y admirar a don Benito.
¿Por qué las páginas de Galdós nos siguen impactando tanto? Porque en lo que describe, en las ideas que plasma, en los hombres y mujeres que entrecruzan sus vidas, todo es, o parece verdadero. Recuérdese a este respecto su discurso de ingreso en la Real Academia de la Lengua. La sociedad española es para él materia novelable de esa gran creación, de esa gran novela que es nuestro país.
Uno de sus autores predilectos fue Honoré de Balzac, que, en su Comedia Humana, ofrece una visión certera, viva y palpitante de la sociedad francesa. En la serie de novelas que la componen el verdadero protagonista no es otro que ‘la dinámica social’. Los personajes entran y salen, pasan de unas novelas a otras y son nada más y nada menos, que teselas de un mosaico. Leído con la suficiente atención Galdós hace otro tanto, aunque con un estilo diferente. Ambos persiguen las mismas finalidades. Dejar un testimonio histórico de lo que fue la Francia o la España del siglo XIX.
Don Benito crea un universo galdosiano donde los distintos personajes parece como si habitaran la ciudad o el barrio en que vivimos y pudiéramos tropezarnos con ellos en cualquier esquina. Por eso, sin ir más lejos, no es extraño que por las calles de Madrid nos crucemos con la torva figura del prestamista Torquemada o con los Requejo, avarientos y miserables, que recuerdan al Quevedo de El Buscón y, tantos y tantos otros.
La presencia de Cervantes es constante y permanente,
¿dónde está? en la ironía, en la tolerancia y en una visión renacentista y hasta erasmista del hombre. Pocas veces lo cita, pero el lector avisado, el discreto lector percibe su presencia aquí y allá. Otro tributo que permanentemente rinde al alcalaíno es que huye con exquisito cuidado de ‘los escollos de los pedantes’, negándose con buen gusto a oficiar como sumo sacerdote de los plumíferos y eruditos de toda laya y condición.
Le sobraban razones para considerar que el conocimiento y la cultura son un poderoso instrumento para dar pasos firmes hacia una sociedad democrática. Ese es otro de los motivos importantes para que dé el paso de ‘las musas al teatro’. Acepta encabezar la candidatura de la Conjunción Republicano-Socialista y pese a los reiterados ‘pucherazos’, la lista obtiene y, sobre todo en las capitales, un magnífico resultado. Galdós es el más votado,
42.407 votos. La Restauración está a punto de romperse en pedazos y desmoronarse. Su fachada es anticuada y decrépita, pero, aún lo es más, su sórdida y trasnochada trastienda con rancio olor a rebotica.
Las fuerzas retardatarias son conscientes del peligro que supone para sus privilegios la extensión de la alfabetización, la educación primaria, la lectura y unos intentos precarios pero eficaces de una cultura básica. Sin ir más lejos, en cada Casa del Pueblo hay una modesta biblioteca y los fines de semana clases para adultos. Por eso, las clases dominantes combaten sañudamente, esos intentos. En la ignorancia y en la sumisión estaba la garantía de conservar el poder indefinidamente.
Por todas estas razones no es difícil para el lector atento encontrar párrafos y aún páginas donde Galdós plantee sus aspiraciones políticas y modernizadoras y los pronunciamientos que, de cuando en cuando, las acompañan.
Advierte que estando todo o casi todo mal y muy abandonado, el flanco moral es el más desguarnecido. De ahí, que modestamente me atreva a sugerir, que se realice desde este ángulo una relectura de alguna de sus novelas y Episodios Nacionales.
La realidad presenta una faz tétrica. Es una auténtica pesadilla repleta de fachadas blasonadas y de casas solariegas en ruinas. El pueblo pasa hambre, no tiene trabajo, los prestamistas hacen su agosto todo el año y por doquier encontramos un lastimero quiero y no puedo, cesantes que arrastran su tristeza y desaliento por calles y cafés y una pobreza y menesterosidad que debería causar rubor… a quienes por toda respuesta procuran ignorarla.
Galdós percibe la sociedad como una rueda lenta que apenas se mueve, en un espacio cerrado y circular. Hay demasiados ceños despóticos, jactancia incívica… y pocos, muy pocos impulsos patrióticos.
- Las ficciones galdosianas describen la realidad con rigor y clarividencia
Galdós como todo escritor que se entrega con pasión a la ímproba tarea de describir la sociedad de su tiempo… y de soñar con un futuro mejor, cree en el poder demiúrgico de la palabra. La literatura puede iluminar, puede abrir los ojos y puede servirnos para exigirnos más a nosotros mismos.
Don Benito siempre se mostró sensible a los infortunios ajenos. Muchas veces aceptar lo convencional es hacerse cómplice de situaciones lacerantes. Describir lo que pasa, lo que es injusto y lo que condena a la pobreza y a la marginación a cientos de miles
de personas hay quien lo interpreta como forjar una literatura con un claro valor sociológico e histórico.
Creo que la lengua forma parte, sustancial del contrato social. Ha de estar siempre presta a escudriñar su contenido. Ya el viejo Aristóteles había dejado sentado que sirve para mostrar y hacer visible lo conveniente y lo dañino, lo justo y lo injusto. En definitiva, para expresarse con veracidad o para taimadamente aceptar y dar por buena la mentira.
Galdós con esa capacidad que tiene para penetrar en lo real, ir más allá de lo superficial y llegar hasta lo profundo, sabe que el que engaña siempre encuentra quien se deje engañar. Esto ha venido funcionando durante siglos… ya va siendo hora de ponerle fin.
En esta aproximación a don Benito desde distintas perspectivas y puntos de vista, no puede faltar su cervantismo convicto y confeso. Es curioso que comparta con el autor de El Quijote si no una misma visión del mundo si muchas coincidencias sobre la condición humana. Se han citado pocas veces unas palabras, para mí claves, de Los trabajos de Persiles y Segismunda que en muchos aspectos es su testamento literario.
Galdós coge al vuelo la intención y el alcance de la reflexión cervantina. En ese ‘la verdad bien puede enfermar, pero no morir’ hay toda una lección de sabiduría y de confianza en el futuro. Quienes, como don Benito, se identifican con esta aguda observación se comprometen con la verdad de una forma esperanzada porque, aunque herida no desaparecerá nunca del horizonte.
A Galdós hay que cogerle el tranquillo. Conviene siempre distinguir entre apariencia y realidad, como sucede con los escritores auténticos. La realidad es mucho más compleja, profunda y llena de recovecos y sugerencias que la mera apariencia. Al político comprometido que fue Galdós, aunque modulase sus contenidos y contuviese su agresividad, hay que buscarlo puro, entero y verdadero en algunas páginas que son, al mismo tiempo, de las más combativas de nuestra literatura. Por ejemplo, en varios de los Episodios de la IV Serie. Allí hay
documentación exigente, un conocimiento nada desdeñable de la Historia y sus finalidades y, por si faltara algo, allí pone su vivencia personal y su experiencia convertidas en literatura.
La obra galdosiana, me atrevo a afirmar que no existiría, si no latiera en ella un deseo irreprimible de cambiar la naturaleza de la sociedad en que vive. Hay momentos que se le quedaron grabados como los fusilamientos de los sargentos en las tapias de Las Ventas y que contribuyeron, sin duda, a conformar lo que podríamos denominar su conciencia política.
De hecho, Los Episodios Nacionales -que por cierto van subiendo de grado, de intensidad y de intención política y reformista- de serie en serie, son una auténtica Historia novelada del siglo XIX. ¿Por qué una Historia novelada? Porque la Historia oficial es, a todas luces insuficiente, superficial, falsa, engreída y nacionalista. Por eso, a través de la ficción pretende que se asimile la verdad y poner al lector avisado en la senda de un concepto de la Historia que nos permita colectivamente salir del laberinto siniestro, autoritario y bendecido por la iglesia en el que el país se halla inmerso.
Galdós cree que con sencillez y rigor se puede mostrar lo complejo. Por eso, sus episodios tienen ‘retranca’ pero, al mismo tiempo, un alcance ideológico –que no todos son capaces de ver- mas, pone en el buen camino a quienes saben extraer de la lectura más de lo que una aproximación precipitada y superficial hace suponer.
Sus ficciones son una invitación a descifrar y a que nos atrevamos a quitarnos la venda de los ojos. También, por esta razón es un escritor políticamente comprometido. Hay páginas en las que parece desprenderse la idea de que somos fantasmas en el recuerdo de otros. Don Benito supo dar al género de la novela histórica un nuevo contenido más realista, más beligerante y destinado a concienciar y a asumir que somos eslabones de una cadena, en un discurrir que se inició antes de nosotros y que tendrá continuación en nuestros descendientes.
Otros han seguido la estela de ese género. Quiero referirme expresamente a Almudena Grandes, que algunos consideran que no merece tener una calle en Madrid, pero que otros pensamos que se ha ganado a pulso un hueco en nuestros corazones.
El legado de don Benito, de ahí su actualidad es, a un tiempo reformista y profundamente humanista. No busca dar lecciones, no es un predicador. Ofrece, eso sí, razones para actuar y rebelarse. Quizás sea ese uno de los motivos de que haya tenido siempre un nutrido grupo de seguidores incondicionales y –de seguidoras- en un momento histórico en que la mujer no se había incorporado, de una forma generalizada, a la lectura.
No es fácil, pero con sus obras nos está franqueando el paso a un concepto humanista de la cultura. Benito Pérez Galdós ayuda a formar lectores críticos. En los tiempos que corren esto es impagable. Ese es otro motivo, por el que los demócratas debemos seguir considerándolo un autor de referencia… las generaciones venideras, también, tomarán nota de su visión humanista y de su concepción dialéctica de la Historia
Sabe dosificar, con maestría, Historia e intrahistoria ¿para qué? para que el lector que asimile bien sus textos comprenda que el protagonista de la Historia –aunque nos hayan dicho lo contrario- es siempre colectivo. Los que habitualmente son considerados protagonistas, pertenecen sólo al telón de fondo. Es el pueblo un conjunto de hombres y mujeres anónimos quien es reprimido, quien sufre y quien padece mas también, quien determina el curso de los acontecimientos. Una hermosa reflexión en estos tiempos en que los bulos, las fake news y la superficialidad parecen asfixiar y ocultar la verdad de lo que pasa y de lo que nos pasa. La realidad está ahí para vivirla, para descifrarla críticamente y para intentar cambiar lo que no nos guste. Lo que no hagamos nosotros no se hará. Nada vendrá de arriba, tendremos que ganárnoslo con nuestro esfuerzo los de abajo.
¿Qué hace Galdós? Intentar captar, aprehender la verdad humana. Hace suya la memoria de quienes nos precedieron. Son nuestra memoria no vivida. Hemos de sacar consecuencias de estos
consejos que Galdós va desgranando sin hacerlos explícitos, más dándonos los elementos para que nosotros mismos compongamos el puzle, pieza a pieza.
La realidad es polimórfica. Estamos rodeados de conformismo, simplismo y corrupción mas también, está ahí y hay que saber verlo, una moral pública y un concepto político de vida en común regenerada. Es cierto que hay mucha podredumbre, pero también, intentos democráticos que merece la pena alentar, aunque solo sea para seguir creyendo en el género humano.
Seguimos recorriendo este acercamiento al don Benito político a través de aproximaciones sucesivas. Hemos de tener en cuenta, asimismo, de una forma destacada, que en los planteamientos galdosianos está, muchas veces implícito, un espacio para el debate. Ni que decir tiene que debatir es importante. En las páginas de sus obras rara vez aparece explicita la solución. Hemos de ser los lectores quienes extraigamos las conclusiones oportunas de lo leído e intentemos llevarlas a la práctica.
Durante mucho tiempo, la sociedad española ha estado sometida a fuerzas e impulsos retardatarios que han estrangulado sistemáticamente lo que pudo haber sido y no fue. Galdós es no solo el mejor escritor del siglo XIX, sino un intelectual bien formado y con planteamientos políticos bien definidos. Es radicalmente político.
Quizás, por eso, hoy como ayer, sigue despertando adhesiones y rechazos. En el 2020, cuando conmemorábamos su Centenario, todavía tuvimos ocasión de leer, aunque con cierta incredulidad, manipulaciones, tergiversaciones y clamorosas ocultaciones de su legado que, naturalmente, tienen mucho pero mucho que ver con lo político, con lo ideológico.
Otro camino que sigue poco explorado es que supo mirar hacia el pasado con sabiduría para descifrar y revisar el presente, muchos plumíferos al servicio de intereses espurios, todavía no le perdonan las interpretaciones que hace de determinadas figuras del siglo XIX. Aun hoy, les sigue escociendo y se niegan a que se revise
críticamente, ese pasado que ellos y lo que representan, no han superado.
Don Benito nos sigue siendo imprescindible para que no olvidemos el sentido de la realidad, dejándonos arrastrar por todas las ‘pestilentes post’ que, en definitiva, no son sino una negación de la Historia, especialmente en lo que tiene de dialéctico y de realización colectiva.
- El liderazgo social, hay que ganárselo
Con el paso de los años Galdós dejó de ser visto por muchos como un escritor exclusivamente y, comenzó a ser admirado como un hombre justo y cabal, como un humanista y como un reformador. Sus opiniones eran tenidas en cuenta… y algunos empezaban a considerarlo un líder social, alguien que marca el camino a seguir porque tiene autoridad moral para ello. Estas afirmaciones y conclusiones no son gratuitas. Pueden estar equivocadas, pero obedecen a muchos años leyendo sus páginas y siguiendo el recorrido fascinante de su mundo literario. Tuvo que orillar muchas censuras, la más ingrata quizás fuese la de una opinión pública, alentada contra él por las fuerzas más reaccionarias e inmovilistas, aunque tampoco pueda dejarse de lado la censura eclesiástica, así como que algunas de sus novelas y textos hayan figurado en el oprobioso Índice.
La opinión pública adversa procura aislar y silenciar a quien se atreve a poner en ‘solfa’ sus principios, tradiciones y creencias. Se vale de distintos recursos, sin pararse en la estigmatización, desaprobación, así como en procurar reducir al aislamiento a quien se señala como objetivo de sus invectivas.
La santurronería puesta en pie de guerra es perversa y retorcida. Pone en juego un indisimulado rencor y no descansa hasta que no ha destruido socialmente a su presa. Con Galdós lo intentó
repetidamente… más solo logró parcialmente sus propósitos. No obstante, las palabras que descalifican son un instrumento muy eficaz del poder, capaz de hundir reputaciones.
Una cuestión que debí haber formulado hace tiempo, no es otra que ¿fue don Benito contradictorio? Siguió una línea relativamente coherente en su andadura, más sin duda, abarcando su obra un periodo de tiempo tan amplio, es imposible no caer en contradicciones que, en modo alguno, empañan sus líneas maestras.
Desde sus primeras novelas y desde la primera serie de los Episodios, se muestra abiertamente en contra de un hipócrita supremacismo moral que le repugna. Por el contrario, valora la duda, cree en el valor de los argumentos y se muestra indignado ante quienes apostrofan en nombre de la verdad entendida como arma arrojadiza.
Podía decirse que desprecia lo zafio, lo vulgar y que se siente muy cómodo en el juego de palabras, en la ironía y compartiendo con el lector determinados sobreentendidos en los que se cimenta una, cada vez mayor, complicidad. De ahí, que me haya molestado siempre el apelativo de ‘garbancero’. ¡Qué poco lo han entendido quienes así opinan! Muy al contrario, tiene muy en cuenta el ‘vera ars velat artem’ (el verdadero arte oculta el artificio). Aspira, desde luego, a ser entendido y valorado por muchos y muchas. Es más complicado de lo que parece, escribir con la sencillez con la que él lo hace, procurando además que parezca natural… también ahí, la alargada sombra de Cervantes se hace una vez más presente con su ironía y espíritu burlón.
Claro que esto ni lo entendieron, ni lo entenderán nunca, quienes cifran la exquisitez de la literatura, en que no sea entendida ni descifrada por el vulgo. Esa misión casi divina, está reservada a las mentes más sublimes y exquisitas. El sumun parece no ser otro que tener pocos lectores, pero considerar que representan lo más envidiable y culto.
Ya hemos indicado que probablemente el propósito central
de don Benito es ‘motivar al lector’, procurando que disfrute
leyendo, pero ayudándole a que despierte de su letargo y haga lo que esté en su mano para que las cosas cambien.
Don Benito urde historias unas veces sublimes, otras ridículas, en ocasiones llenas de generosidad y grandeza, en otras de mezquindad y alienación… con el propósito confeso de ayudarnos a sobrevivir, a soportar la carga que llevamos sobre los hombros y, -dejando a un lado prejuicios y sordideces- aspirar a una vida colectiva decente y a un país donde haya más educación, más tolerancia y menos explotación y manipulación de conciencias.
Fiel a estas intenciones vuelve los ojos al ayer para analizarlo críticamente. Para él, una serie de miserables sin escrúpulos, han descuadrado la Historia de España. Lleno de vigor y de fuerza se decide a construir, a hacer pedagogía social sobre un programa regenerador destinado, nada más y nada menos, que a contribuir a que la Historia de España cuadre.
Su ‘modus operandi’ es el de comprender y hacer comprender los errores del pasado, que arrastramos en el presente, para ser colectivamente dignos de edificar un futuro distinto y democrático. Hay que salir del aturdimiento, las intoxicaciones y los dogmas, que nos han sido inculcados a sangre y fuego, con la intención de someternos y manejarnos mejor.
Quienes duden del carácter político y fuerte contenido social de tantos planteamientos galdosianos, que analicen, aunque sea someramente, las referencias y no son pocas, a las libertades públicas. Así como sus ajustadas impresiones y advertencias de a dónde conducen el maridaje de autoritarismo y fanatismo.
Permítaseme que considere un hallazgo sus referencias a doña Moral de los Aspavientos y algunas de sus expresiones cargadas de crítica social y política como el bullicioso escuadrón de majaderos y malvados.
Merece la pena recordar, aunque sea de pasada, a quienes eligió y quienes le acompañaron en su andadura política: el doctor José María Esquerdo, Rafael Salillas, Rodrigo Soriano, Joaquín Pi i Arsuaga y unos cuantos más, moralmente intachables y de firmes convicciones republicanas.
Hay también personajes sobre los que conviene volver una y otra vez. De entre todos, quiero destacar a Tito Liviano, que es mucho más que una parodia y que ha nacido del desengaño, del hartazgo y de tanto horror sanguinario como ha padecido nuestro país.
Hay heridas que no cicatrizan con el paso del tiempo y, que, a la menor ocasión, vuelven a abrirse y a mostrar su sed de venganza, su infectada moral y sus enfermizas y guerra-civilistas intenciones.
El programa de Galdós es el de que el país asuma un patriotismo civil químicamente puro, un ideal ilustrado de convivencia y una Constitución que consagre derechos y libertades donde los hombres cumplan cívicamente las leyes.
El país carece de conciencia democrática. Es un hecho. Por eso, hay que contribuir decididamente a crearla. A ayudar a que los sectores progresistas y constitucionalistas puedan exponer en libertad sus proyectos. A ello hay que dedicarse sin tregua. Propone vivir la vida como si de un sueño reparador, de un pasado injusto se tratara.
Sus análisis son lúcidos. Sus palabras no hacen otra cosa que refrendar fehacientemente su pensamiento político. Su coherencia tiene raíces éticas y adopta, sin medias tintas, un compromiso con el país real. De ahí que, aunque agotado, perdiendo paulatinamente la vista… y, con las fuerzas justas, apoye las luchas reivindicativas en pro de la igualdad y la dignidad y, aunque a tientas señale inequívocamente la senda que conducirá – con dificultades y desengaños- a un Estado y a una sociedad democrática.
Benito Pérez Galdós es uno de esos creadores que tiene un nítido sentido de la Historia. Por eso, su actitud no es sólo intelectual es, también, esencial y beligerantemente política. Por tanto, la tarea que se autoimpone está encaminada a combatir todo rescoldo de acción teocrática y absolutista, a apostar decididamente por la laicidad y a defender, sin paliativos, una ‘moralidad pública’ Otro aspecto que quiero, al menos, enunciar, aunque sea de pasada, es su preocupación por los Derechos Humanos y su sistemática
denuncia de los atropellos que sufren. El inmovilismo más rancio y reaccionario, comienza por defender los estados de excepción para atentar después, de forma sistemática, contra los Derechos Humanos.
Don Benito se niega con todas sus fuerzas, a que los instintos vitales se vean una y otra vez, sofocados por la fuerza bruta. Con todo este material va tejiendo historias apasionantes con la pretensión para algunos utópica, más para otros, posible, de que por fin el desorden se convierta en orden y el caos, la violencia y el resentimiento sean sustituidos por la racionalidad democrática.
Epílogo
Las reflexiones anteriores son, por encima de todo, una invitación a seguir leyendo a Galdós. Es una pena, pero para muchos sigue siendo un desconocido del que se recuerdan dos o tres novelas y algún que otro Episodio Nacional de la primera serie, lo que es tanto como decir que ha sido interesadamente, mal asimilado y clamorosamente manipulado. De ahí que siga siendo primordial, divulgar pedagógicamente su literatura y su pensamiento, entre otras razones para ayudarnos a comprender de dónde venimos y a preguntarnos a dónde queremos encaminarnos colectivamente.
El suyo es, sin equívocos, un proyecto regenerador, laico y democrático. Es evidente que nos sigue haciendo mucha falta incorporar a nuestra vida colectiva el significado ético y político de esos conceptos y valores. Tampoco está de más que hagamos hincapié en sus hermosas páginas sobre la importancia de la educación y la cultura… y, lo que supone individual y colectivamente, un retroceso significativo en esos dos campos.
Ni podemos ni debemos echar en saco roto, sus diatribas contra la corrupción y sus consecuencias demoledoras.
Hoy, que tanto énfasis se hace en las ideas feministas, resulta justo y extremadamente veraz exponer abiertamente que don Benito creía en los derechos de la mujer y en que esta debía ser tratada en un plano de igualdad. Es más, critica la misoginia y defiende, aunque a veces veladamente, los efectos transformadores de la emancipación.
No es casual la fuerza y la pasión de sus personajes femeninos desde la conciencia de la explotación de Tristana, al ímpetu generoso y empático de Soledad o a las causas de las respectivas amarguras y frustraciones de Jacinta y Fortunata.
Por último, no quiero cerrar esta aproximación a una semblanza de don Benito, desde distintos ángulos y puntos de vista sin mencionar el tratamiento que da a la Historia en sus obras. Galdós tiene sentido histórico. Concibe la Historia como un proceso dialéctico y para que la conozcamos inventa o da forma a un género histórico donde dosifica y combina, perfectamente, la ficción con una documentación rigurosa que se sujeta estrictamente a la veracidad de los hechos.
Me gustaría que estas páginas sirvieran para conocer un poco mejor a Galdós y para disponer de elementos sólidos, con los que combatir y argumentar contra quienes, todavía hoy, pretenden ‘ningunearlo’ y negarle la importancia que se ganó con creces como creador de páginas inolvidables de nuestra literatura, como intelectual, como patriota y como propagador de un mensaje de nítido contenido igualitario y democrático.