
Observatorio Negrín-Galdós
De la ciencia a la política
Juan Negrín López inició la década de 1930 como un prestigioso médico fisiólogo y profesor universitario, un caso atípico entre los políticos de su época. Nacido en 1892 en Las Palmas de Gran Canaria, destacó desde joven por su brillantez académica: estudió Medicina en Alemania con solo 15 años, obtuvo el doctorado a los 20 y llegó a dirigir un laboratorio de Fisiología en Madrid. Además de su labor científica, hablaba varios idiomas y gestionaba una clínica privada en la capital. Sin embargo, pese a esa exitosa carrera investigadora, Negrín sintió el llamado de la vida pública. En 1929 se afilió al Partido Socialista Obrero Español (PSOE), de la mano de Indalecio Prieto, incorporándose tardíamente a la política activa. Su compromiso ideológico era moderado y pragmático: creía en un socialismo reformista, la necesidad de modernizar España y establecer una educación laica para el progreso del país. En los años siguientes resultó elegido diputado en las Cortes republicanas por Las Palmas (en 1931, 1933 y de nuevo en 1936), compatibilizando inicialmente la política con su vocación científica. En el Parlamento se especializó en temas económicos y presupuestarios, llegando a presidir la Comisión de Hacienda. Esa mezcla poco común de científico y político preparó el terreno para el papel crucial que desempeñaría en el convulso año 1936.
El estallido de la Guerra Civil
En febrero de 1936, Negrín había sido reelegido diputado con el Frente Popular, pero el verdadero desafío llegó pocos meses después. El 18 de julio de 1936 un sector del ejército se sublevó contra la República, desencadenando la Guerra Civil Española. Desde el primer instante, Juan Negrín demostró un compromiso férreo con la defensa del gobierno legítimo. Pese a no ser aún ministro, se involucró en la organización de la resistencia en Madrid, la capital sitiada. Visitaba hospitales, centros de mando y barrios populares para colaborar en el mantenimiento del orden y la moral. No dudó en usar su propio automóvil para transportar víveres y suministros a las zonas de combate, recorriendo las líneas defensivas madrileñas mientras la ciudad se preparaba para resistir. También impulsó la reorganización del Cuerpo de Carabineros –un instituto armado encargado tradicionalmente de la vigilancia fronteriza– transformándolo en una fuerza de choque que participó en operaciones militares importantes. Esta unidad, reforzada y motivada por Negrín, ganó notoriedad y fue apodada popularmente “los hijos de Negrín” por su lealtad y efectividad en el frente. La guerra, inesperada y brutal, puso a prueba al médico devenido político, quien rápidamente pasó de los laboratorios y aulas a convivir con la pólvora y las urgencias del campo de batalla.
Tras el alzamiento militar, las nuevas autoridades republicanas –con Negrín entre sus filas– recorrieron frentes y cuarteles para mantener alta la moral de los combatientes. Negrín en particular se hizo presente en la primera línea, pasando revista a las milicias y soldados que defendían Madrid. Su presencia transmitía serenidad y determinación: el doctor convertido en dirigente tomaba nota de las necesidades de la tropa, dialogaba con los oficiales y ofrecía palabras de aliento a los voluntarios. Estas visitas al frente, poco comunes entre los políticos tradicionales, forjaron la imagen de Negrín como un hombre de acción comprometido con la causa republicana. Mientras las bombas caían sobre la capital y el futuro de España pendía de un hilo, él compartía riesgos con los soldados rasos. Este liderazgo cercano durante los primeros meses del conflicto cimentó su reputación y preparó el camino para asumir responsabilidades aún mayores conforme la guerra se prolongaba.
Ministro de Hacienda en tiempos de guerra
A medida que el gobierno republicano buscaba encauzar el esfuerzo bélico, quedó claro que eran necesarios líderes enérgicos y con capacidad técnica. En septiembre de 1936, el veterano socialista Francisco Largo Caballero formó un nuevo gobierno de unidad –incluyendo por primera vez a comunistas e incluso anarquistas– para enfrentar la emergencia nacional. Dentro de ese gabinete amplio, Juan Negrín fue nombrado ministro de Hacienda el 4 de septiembre de 1936. Su designación no solo representaba la confianza en su preparación económica, sino también el equilibrio político: Negrín pertenecía al ala prietista del PSOE (cercana a Indalecio Prieto), aportando un perfil moderado y unitario en un Consejo de Ministros heterogéneo. Desde esa posición, el antiguo científico asumió una tarea monumental: sanear y organizar las finanzas de la República en plena guerra, asegurando los recursos para sostener la resistencia.
Negrín demostró pronto su determinación en el cargo. Con las arcas del Estado bajo enorme presión –recaudación fiscal mermada, gastos militares disparados–, tomó decisiones audaces para garantizar el aprovisionamiento de armas, municiones y víveres al ejército leal. La más famosa de esas medidas fue la evacuación de las reservas de oro del Banco de España. En esos momentos críticos de 1936, Madrid estaba amenazada por el avance de las tropas sublevadas y existía el riesgo real de que el enorme tesoro nacional cayera en manos del enemigo o de grupos incontrolados. Negrín, con el respaldo del gobierno, orquestó en secreto el traslado de la mayor parte de ese oro primero a la segura base naval de Cartagena, y poco después su envío fuera del país. Entre octubre y noviembre de 1936, alrededor de 500 toneladas de oro –una de las reservas más importantes del mundo en aquella época– fueron embarcadas con discreción hacia la Unión Soviética, aliada dispuesta a suministrar armamento a cambio del metal. Otra parte significativa del oro español se vendió a Francia para obtener fondos inmediatos. Esta operación financiera sin precedentes, realizada contrarreloj, permitió a la República disponer de recursos para comprar el material bélico indispensable que las potencias democráticas occidentales se negaban a suministrar debido al pacto de “No Intervención”. La propaganda franquista más tarde denominó peyorativamente a esta transferencia “el oro de Moscú”, presentándola como un expolio; pero en 1936 para Negrín y el gobierno legítimo fue sencillamente la tabla de salvación económica necesaria para prolongar la lucha.
Bajo la dirección de Negrín, el Ministerio de Hacienda también impuso orden dentro del caos financiero de los primeros meses de guerra. Se centralizaron las peticiones de fondos de los distintos frentes y regiones, tratando de evitar duplicidades y despilfarros. Negrín negoció créditos y compras de suministros vitales en el exterior, aprovechando sus contactos internacionales y su facilidad con los idiomas. Asimismo, supervisó medidas para controlar la inflación y asegurar el pago de los sueldos a funcionarios y combatientes, evitando el colapso de los servicios públicos en retaguardia. Todo ello se realizó en circunstancias dificilísimas: con la mitad del país en manos rebeldes, la industria armamentística nacional muy limitada y la capital a punto de ser cercada. El temple de Negrín para manejar la cartera de Hacienda en plena tormenta bélica le ganó reconocimiento incluso entre sus adversarios políticos: era un gestor incansable que trabajaba jornadas maratonianas y afrontaba problemas logísticos colosales con la frialdad de un cirujano y la tenacidad de un estadista. Gracias a su labor, la República pudo resistir durante 1936 aquel embate inicial que muchos pensaban que la derrumbaría en semanas.
Un liderazgo emergente
Al terminar 1936, Juan Negrín se había convertido en una figura indispensable para la causa republicana. En el corto lapso de ese año había pasado de ser un diputado destacado pero secundario a ocupar el centro de las decisiones gubernamentales en plena guerra civil. Su perfil como médico-científico metódico, combinado con su energía política, había demostrado ser ideal para tiempos de crisis: Negrín aportó tanto cabeza fría técnica como coraje personal. Aunque no buscaba protagonismo, las circunstancias lo empujaron a la primera línea de liderazgo. El presidente Manuel Azaña y el primer ministro Largo Caballero valoraban su gestión financiera y su capacidad para mantener la unidad entre las distintas facciones leales a la República. De hecho, Negrín comenzó a sonar como uno de los hombres fuertes del régimen en caso de que se requirieran relevos en la jefatura del gobierno.

Fecha: ca. 1937.
Fuente: Archivo General de la Administración / Ministerio de Cultura y Deporte de España.
Licencia: Dominio público.
Vía: Wikimedia Commons.
La evolución de Negrín en 1936 preludió su destino histórico. Los éxitos y decisiones difíciles de ese año sentaron las bases para que, unos meses después, en mayo de 1937, fuese elegido para sustituir al propio Largo Caballero como jefe de Gobierno de la República. Pero incluso sin adelantarnos a ese momento, 1936 ya define su figura: Juan Negrín encarnó la resistencia republicana en su hora más oscura. Médico convertido en ministro, intelectual convertido en estratega práctico, logró conjugar rigor científico con acción política decidida. Su tono siempre fue sereno y didáctico, cualidad de profesor, incluso al hablar por radio a un pueblo asediado; pero sus actos fueron firmes y arriesgados cuando hizo falta salvar a la República de la asfixia económica y militar. En aquel turbulento 1936, Negrín emergió como un pilar fundamental del gobierno: un líder inesperado, forjado en la emergencia, que canalizó su conocimiento y valentía al servicio de la España republicana. Con un estilo claro y pragmático, y una voluntad infatigable, Juan Negrín marcó el rumbo de la resistencia republicana, convirtiéndose en una figura clave de la historia contemporánea de España.