Juan Negrín en 1937: liderazgo republicano en plena Guerra Civil

Observatorio Negrín-Galdós

Juan Negrín en 1937, durante su mandato al frente del Gobierno de la República. En mayo de 1937, en medio de la Guerra Civil Española, Juan Negrín López asumió la Presidencia del Consejo de Ministros de la Segunda República. Su llegada al poder se produjo en un contexto extremadamente convulso, marcado por crisis políticas internas y por la presión militar de las fuerzas sublevadas de Francisco Franco. A continuación, examinaremos el contexto político-militar de su ascenso, las primeras decisiones y orientación ideológica de su gobierno, su papel en la resistencia republicana ante las ofensivas franquistas, las relaciones internacionales de su gabinete (especialmente con la URSS y en el marco de la No Intervención) y una valoración de su figura histórica desde la perspectiva del año 1937, en plena contienda.

Contexto político y militar en mayo de 1937

Negrín accedió a la jefatura de gobierno el 17 de mayo de 1937, tras la abrupta caída de su predecesor, Francisco Largo Caballero. El gobierno de Largo Caballero, líder socialista, se había visto sacudido por divisiones internas en el bando republicano. Por un lado, anarquistas de la CNT y militantes del marxismo antistalinista del POUM defendían la continuación de la revolución social junto al esfuerzo bélico; por otro lado, el Partido Comunista (PCE) y sus aliados abogaban por restaurar el control del Estado republicano, posponer la revolución y dar prioridad absoluta a ganar la guerra. Estas tensiones estallaron violentamente en los Sucesos de Barcelona de mayo de 1937, cuando enfrentamientos armados entre anarquistas y comunistas dejaron varios días de caos en la retaguardia catalana. La situación fue finalmente controlada por fuerzas de orden público enviadas desde Valencia, pero la crisis de confianza en el gobierno se había desatado.

En este clima, dos ministros comunistas del gabinete Largo Caballero (junto con la facción socialista leal a Indalecio Prieto) lanzaron un ultimátum el 13 de mayo de 1937: exigieron la destitución de Largo Caballero como ministro de Guerra y la ilegalización del POUM, además de la expulsión de las organizaciones sindicales (UGT y CNT) del gobierno. Largo Caballero se negó a aceptar esas condiciones; al no lograr suficientes apoyos, presentó su dimisión el 17 de mayo. El presidente Manuel Azaña, también crítico con la influencia de las centrales anarcosindicalistas en el Gobierno, encargó entonces la formación de un nuevo gabinete a Juan Negrín, un socialista del sector prietista, visto como figura de consenso con los comunistas y cercano a la Unión Soviética. Negrín conformó un ejecutivo de concentración del Frente Popular, pero excluyó a la CNT –que había tenido ministros en el gobierno anterior–, lo cual evidenció un giro hacia la centralización del poder. La prensa anarquista reaccionó con hostilidad: el diario de la CNT Solidaridad Obrera llegó a calificar al nuevo gabinete Negrín como un “gobierno contrarrevolucionario” en su editorial del 18 de mayo.

Militarmente, el momento era crítico para la República. A comienzos de 1937 el ejército franquista había lanzado duras ofensivas: en febrero cayó Málaga en el sur, y aunque en marzo las fuerzas republicanas obtuvieron una victoria defensiva frente a tropas italianas en Guadalajara, el frente norte se encontraba amenazado. Poco antes de la llegada de Negrín al poder, Franco había iniciado la campaña del Norte: en primavera-verano de 1937 sus ejércitos avanzaban sobre el País Vasco, Cantabria y Asturias. De hecho, en junio de 1937 se consumó la caída de Bilbao, poniendo fin a la efímera autonomía vasca y provocando el primer gran éxodo de refugiados de la guerra (miles de vascos huyeron por tierra y mar, ya sea al extranjero o hacia Cataluña para seguir defendiendo la República). Negrín, al asumir el cargo en mayo, heredó por tanto una República políticamente fragmentada y acorralada en lo militar, que requería reorganización interna y máxima resistencia en los campos de batalla.

Primeras decisiones y orientación política de Negrín

Desde el primer momento, Juan Negrín imprimió a su gobierno un carácter fuertemente orientado a la unidad y disciplina en el esfuerzo de guerra, por encima de las diferencias ideológicas. El nuevo gabinete quedó compuesto por una amplia coalición del Frente Popular: incluía tres ministros socialistas (Negrín, que simultáneamente retuvo la cartera de Hacienda; Indalecio Prieto como ministro de Defensa Nacional; y Julián Zugazagoitia en Gobernación), dos republicanos de izquierda, dos comunistas, un nacionalista vasco (PNV) y un nacionalista catalán (ERC). Esta composición reflejaba la intención de Negrín y Azaña de crear “un gobierno capaz de defenderse en el interior y de no perder la guerra en el exterior”, en palabras del historiador Santos Juliá. Negrín confiaba en Prieto –al frente de un Ministerio de Defensa unificado– para reforzar la coordinación militar, mientras él mismo, como presidente, buscaría mantener el apoyo internacional necesario para sostener la contienda.

La orientación política e ideológica del gobierno Negrín quedó plasmada en cinco ejes fundamentales de actuación, varios de los cuales daban continuidad a medidas ya iniciadas bajo Largo Caballero:

  1. Crear un Ejército Popular regular y potenciar la industria bélica. Se culminó la organización del Ejército Popular como fuerza unificada y se incentivó la producción de armamento. Como parte de este esfuerzo, el Gobierno decidió trasladar la sede gubernamental de Valencia a Barcelona en noviembre de 1937, para aprovechar y reforzar la capacidad industrial catalana en la producción de guerra.
  2. Recuperar la autoridad del Estado central en todo el territorio republicano. Con el argumento de que la dirección eficaz de la guerra lo exigía, Negrín reforzó el poder del gobierno frente a poderes regionales o revolucionarios autónomos. Así, disolvió el Consejo de Aragón (entidad dominada por la CNT en esa región, último bastión de poder autónomo anarquista) y, al trasladar el gobierno a Barcelona, redujo la autonomía de la Generalitat de Cataluña, relegando al gobierno catalán de Lluís Companys a un papel secundario en favor del mando central.
  3. Restablecer el orden público y la legalidad republicana. Bajo el ministro Zugazagoitia (Gobernación) y Manuel de Irujo (Justicia, del PNV), se logró frenar en gran medida la violencia incontrolada en la retaguardia: disminuyeron las ejecuciones extrajudiciales y se reprimieron las actividades de las llamadas checas (comités clandestinos). No obstante, en este ámbito Negrín toleró la dura represión contra elementos disidentes de la izquierda revolucionaria: su gobierno permitió la “desaparición” del líder del POUM, Andreu Nin, a manos de agentes soviéticos del NKVD, eliminando así a un partido crítico con la influencia comunista.
  4. Garantizar la propiedad privada de pequeña y mediana escala. A diferencia del periodo inicial de la guerra marcado por colectivizaciones revolucionarias, el gobierno de Negrín quiso dar seguridades a las clases medias y propietarios moderados. Se proclamaron garantías para la pequeña y mediana propiedad, frenando expropiaciones y reafirmando el respeto a la legalidad en materia económica. Con ello, Negrín buscaba tanto evitar la descomposición de la economía de retaguardia como atraer a sectores burgueses a la causa republicana.
  5. Romper el aislamiento internacional intentando modificar la política de “No Intervención”. Negrín dedicó esfuerzos diplomáticos a tratar de cambiar la actitud de las potencias democráticas occidentales. Proponía pasar de la estéril no-intervención de Francia y Gran Bretaña a una mediación activa en el conflicto español, de modo que estas potencias presionaran a Alemania e Italia para que detuvieran su ayuda militar a Franco y facilitaran una paz negociada en España. Sin embargo, pese a las gestiones de Negrín, estos intentos no tuvieron éxito en 1937: Londres y París se mantuvieron firmes en la no intervención, y la guerra continuó escalando.

El conjunto de estas medidas definió el perfil ideológico-pragmático de Juan Negrín. En lo social, supuso un giro moderado (priorizando el orden y la propiedad frente a la revolución); en lo político, una centralización del poder en el Estado republicano; y en lo militar, una apuesta por la resistencia total. Los sindicatos quedaron desplazados de la toma de decisiones —tanto UGT como CNT fueron “los grandes derrotados” de la nueva línea política— mientras que el Partido Comunista ganó influencia como aliado indispensable en el gobierno. Esta preponderancia comunista hizo que los detractores de Negrín le acusaran de ser un “criptocomunista”, aunque él siguió militando en el PSOE y justificó sus acciones como necesidades impuestas por la guerra.

Negrín y la resistencia republicana ante las ofensivas franquistas de 1937

Como Jefe de Gobierno y con Indalecio Prieto a cargo de Defensa, Negrín desempeñó un papel central en la estrategia militar republicana de 1937. Su principal objetivo fue frenar el avance de las fuerzas franquistas y ganar tiempo para la República. Con el norte bajo asedio enemigo tras la caída de Bilbao, Negrín, Prieto y el jefe militar Vicente Rojo planearon ofensivas en otros frentes para aliviar la presión sobre las zonas amenazadas.

La primera gran contraofensiva republicana bajo el gobierno Negrín fue la batalla de Brunete (julio de 1937). Lanzada el 6 de julio en las afueras de Madrid, la operación buscaba doble objetivo: distraer a Franco de su campaña en el norte y mitigar el cerco franquista sobre la capital. Durante tres semanas de duros combates bajo el calor veraniego, el nuevo Ejército Popular de la República puso a prueba su capacidad ofensiva. Inicialmente se tomaron localidades (Brunete, Villanueva de la Cañada) y se obligó al enemigo a reaccionar en un frente inesperado. No obstante, la respuesta franquista fue contundente: a costa de enormes bajas en ambos bandos (casi 40.000 bajas sumadas), Brunete terminó en un fracaso táctico para la República, que perdió casi todo el terreno ganado. A pesar de ello, la maniobra logró su propósito estratégico temporal: Vicente Rojo le arrebató la iniciativa estratégica a Franco, forzándole a batallar donde no había planeado y retrasando así el avance nacionalista en la cornisa cantábrica durante varias semanas.

Un mes después, en agosto de 1937, Negrín autorizó una segunda ofensiva, esta vez en Aragón, con la intención de conquistar Zaragoza y seguir distrayendo recursos franquistas del norte. En esta operación, conocida por la batalla de Belchite (24 de agosto–6 de septiembre de 1937), las fuerzas republicanas avanzaron hacia la capital aragonesa y tomaron varias poblaciones. Sin embargo, divergencias en el mando republicano afectaron el resultado: una parte de las tropas, dirigidas por el comandante Enrique Líster, decidió detenerse a tomar el pueblo de Belchite en lugar de seguir el plan de avanzar rápidamente sobre Zaragoza. La dura batalla urbana en Belchite se prolongó diez días, permitiendo a los franquistas reorganizar la defensa de Zaragoza, que finalmente no pudo ser capturada. Belchite cayó en manos republicanas, pero a un alto costo en tiempo y vidas, y la ofensiva no logró cambiar el curso general de la guerra en Aragón.

Mientras tanto, la campaña del Norte siguió su curso fatal: tras Bilbao, las tropas sublevadas tomaron Santander (Cantabria) en agosto y finalmente Gijón (Asturias) en octubre de 1937, eliminando el último bastión republicano en el norte peninsular. Pese a los esfuerzos de Negrín y su gobierno por socorrer a esa zona mediante las ofensivas en el centro y Aragón, la superioridad material del enemigo y la ayuda italo-germana inclinaron la balanza. A finales de 1937, la República había perdido todo el norte de España. Sin embargo, la obstinada resistencia organizada bajo el mandato de Negrín había conseguido ganar tiempo y mantener abiertos otros frentes. Madrid continuaba en manos republicanas (Franco no logró tomar la capital) y la zona centro-este permanecía firme, preparando defensas para el año siguiente. La consigna extraoficial de Negrín era “resistir es vencer”: la creencia de que resistiendo lo suficiente la República podría aguantar hasta provocar la intervención internacional o hasta el estallido de un conflicto europeo más amplio que detuviera al fascismo. Esta estrategia de resistencia prolongada marcó la actuación de Negrín en 1937, aun frente a reveses militares considerables.

Las relaciones internacionales: la URSS y la política de No Intervención

En el terreno internacional, el gobierno de Juan Negrín tuvo que moverse en un difícil equilibrio. Por una parte, dependía en gran medida del apoyo de la Unión Soviética, y por otra, intentaba romper el aislamiento diplomático impuesto por las potencias democráticas occidentales mediante el Acuerdo de No Intervención. Negrín entendía que la ayuda extranjera era vital para la supervivencia de la República, dado que el bando sublevado recibía un continuo flujo de armas, aviones y tropas de la Alemania nazi y la Italia fascista. Frente a la pasividad de Reino Unido y Francia, la URSS era el único país europeo dispuesto a ayudar a la República con armamento moderno. Ya desde octubre de 1936 (antes de ser jefe de gobierno), Negrín como ministro de Hacienda había facilitado el envío de gran parte de las reservas de oro del Banco de España a Moscú, justamente para financiar la compra de armas soviéticas. Durante 1937, esa relación se afianzó: la República siguió recibiendo material bélico soviético (tanques T-26, aviones de caza como los Polikarpov I-16, armamento ligero) y asesores militares enviados por Stalin. A cambio, la influencia del Partido Comunista de España y de los agentes soviéticos en el interior aumentó notablemente, con la anuencia de Negrín –quien consideraba que dicha alianza era un precio necesario para sostener la guerra–. Hechos polémicos como la colaboración de miembros del NKVD en la represión del POUM ilustran esta dependencia de la ayuda soviética, que conllevó también la importación de los métodos duros de Stalin en la retaguardia republicana. No obstante, los historiadores señalan que Negrín no fue un títere de Moscú, sino un socialista que actuó como estadista pragmático: empleó la ayuda soviética para salvar a la República, al tiempo que moderaba algunas iniciativas radicales internas (por ejemplo, restauró cierta libertad religiosa y contemplaba abrir negociaciones de paz).

En paralelo, Negrín trató activamente de romper el cerco diplomático de la No Intervención. Este pacto, impulsado desde 1936 por Gran Bretaña con apoyo francés, prohibía la exportación de armas a España y estableció un comité internacional de supervisión. En la práctica, dicho acuerdo solo perjudicó a la República, pues las potencias fascistas lo violaban abiertamente. Consciente de ello, el gobierno de Negrín buscó primero denunciar esa inequidad ante el mundo. En septiembre de 1937, Negrín viajó a Ginebra para dirigirse a la Sociedad de Naciones (antecesora de la ONU): allí pronunció un discurso en el que pidió el fin de la injerencia extranjera en España y reclamó el derecho de la República a adquirir defensa legítima. Si bien sus palabras tuvieron eco moral, no lograron cambiar la postura británica y francesa. Ante el fracaso de conseguir armamento de las democracias, Negrín incluso exploró la vía de una paz negociada supervisada internacionalmente. Su idea, propuesta a Londres y París, era que si cesaban las ayudas italo-germanas a Franco, la República estaría dispuesta a un arreglo que evitase más derramamiento de sangre. Pero ninguna presión efectiva llegó a ejercerse sobre Hitler o Mussolini.

A finales de 1937, la única nación abiertamente solidaria con la República seguía siendo México, que bajo el presidente Lázaro Cárdenas proporcionó apoyo diplomático, refugio a exiliados y modestas cantidades de armas. Sin embargo, México carecía de peso para alterar la situación global. Por otro lado, la Estados Unidos mantenía un embargo extraoficial de armas hacia España y las grandes empresas petroleras estadounidenses incluso suministraban combustible a los franquistas. En resumen, Negrín se encontró atado a la ayuda soviética como tabla de salvación, mientras clamaba en vano por el auxilio de las potencias democráticas. A pesar de sus esfuerzos, la política de No Intervención continuó vigente y la República permaneció prácticamente aislada en el escenario internacional de 1937. Esta realidad afianzó en Negrín la convicción de resistir a toda costa hasta que las circunstancias externas cambiasen –una postura que, aunque admirada por unos, fue criticada por otros dentro de su propio campo–.

Valoración de la figura de Negrín desde la perspectiva de 1937

En el propio año 1937, la figura de Juan Negrín ya suscitaba encendidos debates y posturas encontradas entre sus contemporáneos. Para los partidarios de Negrín, principalmente socialistas moderados, republicanos de izquierda y comunistas, él representaba el liderazgo firme y leal que la causa republicana necesitaba en su hora más desesperada. Admiraban su determinación inquebrantable de no rendirse y su capacidad de imponer orden en medio del caos: Negrín fue visto como “el político más leal a la causa republicana por la fe en el triunfo final”. Su célebre máxima “resistir es vencer” encarnaba la esperanza de que perseverando en la lucha —y con una mejor organización del Estado— la República podría volcar la situación, especialmente si la guerra de España acababa entrelazada con un conflicto europeo general (algo que él intuía posible). Este sector valoraba también sus dotes de estadista, señalando que había logrado reconstruir la economía de guerra y el aparato del Estado tras el colapso inicial de 1936.

Sin embargo, otros grupos dentro del bando republicano miraban a Negrín con recelo o franca oposición. Los anarquistas y revolucionarios lo consideraban un traidor a la revolución: denunciaban que su gobierno, en alianza con los comunistas, había aplastado las conquistas obreras y perseguido cruelmente a antiguos aliados como el POUM. Figuras anarquistas como Diego Abad de Santillán acusaban a Negrín de encabezar una “contrarrevolución” y lo responsabilizaban de “crímenes cometidos por el PCE”, llegando a clamar que merecía ser fusilado por ello. Incluso dentro del PSOE, Negrín era una figura divisiva: el ex-presidente Largo Caballero y sus seguidores “caballeristas” lo tildaban de autoritario y le reprochaban no rendir cuentas de su gestión, insinuando prácticas dictatoriales en el uso de fondos y recursos públicos. Este sector le acusaba además de prolongar inútilmente la guerra cuando ya creían perdida, sacrificando vidas por una esperanza vana y “sirviendo a los planes de la Unión Soviética” más que a los intereses de España. Tales críticas se mantenían en voz baja en 1937 —pues la prioridad común seguía siendo la resistencia a Franco—, pero prefiguraban las divisiones que estallarían más adelante.

En el campo enemigo, la propaganda franquista demonizaba sin matices a Negrín, presentándolo como el arquetipo de “rojo” vendepatrias al servicio de Moscú. Tras la caída del norte, Franco llegó a ridiculizar la idea de que el “doctor Negrín” pudiera cambiar el destino de la guerra. No obstante, incluso los franquistas reconocían implícitamente que bajo el mandato de Negrín la República estaba mejor coordinada militarmente que antes. Su figura se convirtió en símbolo de la resistencia republicana: para bien o para mal, en 1937 Negrín personificaba la determinación de continuar la lucha contra el fascismo a toda costa.

En balance, juzgando desde la perspectiva de aquel año 1937, Juan Negrín aparecía como un líder controvertido pero decisivo. Había logrado cohesionar al Gobierno tras la crisis de mayo, frenando la fragmentación interna, y demostró capacidad para organizar la defensa republicana en circunstancias adversas. Bajo su dirección se dieron pasos hacia un Estado más centralizado y eficaz en la guerra, aunque al precio de marginar a sectores revolucionarios y depender crecientemente de la órbita soviética. Para unos, Negrín era el hombre necesario que mantenía viva la llama de la República cuando todo parecía perdido; para otros, encarnaba una deriva autoritaria y errada. En cualquier caso, a fines de 1937 su figura ya había dejado una profunda impronta en la Segunda República: la de un gobernante que personificó la resistencia a ultranza frente al avance franquista, en un intento desesperado por cambiar el curso de la historia de España.

Fuentes: La información precedente se apoya en estudios históricos contemporáneos y documentación de la época, incluyendo testimonios y análisis de historiadores como Santos Juliá, Enrique Moradiellos o Gabriel Jackson, entre otros. Se han citado fragmentos de obras y artículos que ilustran las decisiones de Negrín y las circunstancias de 1937, así como extractos de prensa y memorias de protagonistas (por ejemplo, el editorial de Solidaridad Obrera de mayo de 1937, las crónicas de batallas de Brunete y Belchite, y valoraciones historiográficas sobre Negrín). Estos materiales ofrecen un retrato riguroso de Juan Negrín en 1937, en su doble faceta de jefe de un gobierno asediado y figura polémica dentro de la propia zona republicana. Las citas en el texto remiten a dichos estudios y fuentes primarias, garantizando la fidelidad histórica de este artículo.

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