
RAO
La novela La de Bringas (1884) de Benito Pérez Galdós es un incisivo retrato de la vida burguesa madrileña del siglo XIX, encarnado en la figura de Rosalía de Bringas. Este personaje emblemático personifica una crítica mordaz a la sociedad de las apariencias, poblada de ambiciones vanas, lujos superficiales y ansias de posición social. Galdós, con su maestría en el realismo psicológico, construye en Rosalía un personaje poliédrico con múltiples facetas, comparable a un diamante tallado con esmero. A través de Rosalía –“fémina rebelde y ambiciosa”– el novelista ofrece una visión global de la mesocracia del “quiero y no puedo”, esa clase media atrapada entre sus aspiraciones y sus limitaciones materiales, cuyos esfuerzos por simular un estatus superior quedan al descubierto.Rosalía vive una contradicción fundamental entre sus deseos de lujo y la modestia de su situación real. Casada con don Francisco de Bringas, un funcionario meticuloso pero de ingresos limitados, Rosalía “no puede ser una dama elegante y distinguida porque su posición es modesta”, más aún bajo la vigilancia tacaña de su marido. La protagonista no asume su condición social: sueña con vestidos lujosos, joyas y reconocimiento, pero su economía doméstica no soporta tales extravagancias. Galdós subraya el conflicto entre lo que Rosalía desea y lo que realmente puede tener, mostrando cómo la frustración por no conseguir todo lo que ambiciona la arrastra a la vanidad y a una inversión de valores, con tal de situarse “a cualquier precio, en lo más alto de la escala social”.
Para costear sus caprichos, Rosalía incurre en deudas y engaños. Reduce gastos esenciales, oculta compras y acumula facturas impagadas, todo para sostener la fachada de dama acomodada. En la propia novela se alude a cómo muchas mujeres de la clase media sacrifican hasta la comida –o incluso la decencia– por mantener las apariencias: “Muchas no comen para poder vestirse; pero algunas se las arreglan de otro modo…”. Rosalía se convierte así en exponente de esa burguesía cursi, la que pretende imitar la vida aristocrática sin tener los medios genuinos. Este fenómeno de la cursilería –muy propio del siglo XIX– surge “cuando una burguesía en ascenso económico no dispone… de una auténtica y sólida tradición cultural”, quedándose en la mera imitación superficial del lujo. Galdós satiriza con acidez esta situación a través de Rosalía: sus esfuerzos desesperados por aparentar refinamiento terminan resultando patéticos y reveladores de la vacuidad de su entorno.
De la apariencia al abismo moral
A medida que avanzan los acontecimientos, la obsesión de Rosalía por el estatus la lleva a cruzar límites morales cada vez más peligrosos. Su marido Bringas padece una avaricia casi maniática –reduce los gastos del hogar al mínimo– y esa estrechez acaba precipitando la “destrucción” moral de Rosalía. Agobiada por la presión económica y social, ella desarrolla una doble vida: mientras ante el mundo finge ser una señora pudiente, puertas adentro maquina cómo obtener dinero fácil sin que su esposo lo note. La ironía trágica es que don Francisco llega a sufrir una ceguera temporal por una enfermedad, y Galdós hace coincidir simbólicamente esa “pérdida pasajera de la vista” de Bringas con el adulterio de su esposa. Es decir, él permanece literalmente ciego mientras Rosalía transgrede las normas con tal de conseguir fondos para sus lujos, una metáfora poderosa de la ceguera voluntaria de la sociedad ante los engaños alimentados por las apariencias.
Desesperada por financiar sus gastos secretos, Rosalía compromete sus valores más íntimos. Comienza a frecuentar a don Manuel Pez, un hombre influyente, buscando en él apoyo financiero y social. En ese proceso “abandona sus principios morales, llegando a prostituirse” con tal de obtener el dinero que necesita. Galdós expone sin ambages cómo la protagonista “se aferra” a Pez y se autojustifica en su caída, convencida de que mantener la farsa de respetabilidad lo amerita todo. Sin embargo, esta apuesta por la duplicidad no tarda en fracasar: Manuel Pez, finalmente, no le provee el rescate económico esperado. Rosalía, acorralada por las deudas, debe entonces recurrir a la persona a quien menos estima: Refugio, una mujer humilde a la que Rosalía siempre había mirado por encima del hombro. En un giro humillante, es Refugio quien termina salvándola prestándole el dinero para saldar sus cuentas atrasadas, no sin antes hacerla sentir la vergüenza de su conducta. Resulta significativo que Rosalía deba ser rescatada por aquella a quien consideraba inferior: Galdós contrasta a la burguesa empeñada en aparentar con la mujer modesta que “no intenta engañar a nadie”, subrayando la hipocresía de Rosalía y de su clase social. El usurero Torquemada –personaje símbolo de la avaricia en las novelas de Galdós– aparece como el acreedor último de Rosalía, encarnando a ese “verdadero aprovechado de esta sociedad tan mezquina y farisea” que saca rédito de las falsedades ajenas.
Un personaje complejo: psicología y contradicciones
Aunque Rosalía de Bringas puede parecer condenable por sus actos, Galdós la presenta con una profundidad psicológica que trasciende la caricatura moral. Rosalía no es un ser unidimensional avaricioso sin más, sino una víctima de sus propias debilidades y de su entorno social. Internamente, libra una batalla constante entre lo que sabe que es moralmente correcto y lo que siente necesario para lograr la aceptación social que anhela. Cada decisión imprudente –contraer otra deuda, mentir a su esposo, coquetear con Pez– viene acompañada de una racionalización interna: Rosalía justifica sus acciones convencida de que son sacrificios temporales por un bien mayor (el mantener su estatus). En este autoengaño revelador, Galdós nos deja ver la lucha psicológica del personaje, atrapado entre la realidad y la ilusión.
La habilidad de Galdós para dotar de aristas a sus personajes se aprecia claramente en Rosalía. Críticos han destacado “la pericia de Galdós para tallar, cual experto orfebre, los ángulos y aristas de este diamante llamado Rosalía”, mostrando sus contradicciones y complejidades. La señora de Bringas se debate entre la vanidad y el remordimiento, entre su papel de esposa devota y sus anhelos de ascenso social. Su mundo interno es un caleidoscopio de emociones encontradas: orgullo, inseguridad, deseo, temor al qué dirán. De hecho, la novela entera enfatiza el conflicto entre la imaginación y la realidad en los Bringas: “el mundo real sólo se muestra como elemento perturbador del reducto ficticio en que viven”; Rosalía se refugia en un mundo ilusorio hecho de pretensiones sociales, mientras Francisco se evade en sus minucias burocráticas. En el caso de Rosalía, “su mundo es una farsa en todos los aspectos: tanto en lo religioso-moral como en lo económico”, y cuanto más crece su ambición –que se transforma en obsesión– más necesita evadirse de la vulgaridad de su vida real, construyendo una realidad alternativa donde ella es la dama que desea ser. Esta riquísima exploración psicológica evita que veamos a Rosalía simplemente como “mala” o “frívola”; por el contrario, Galdós nos hace comprender las fuerzas sociales que la empujan, a la vez que sus flaquezas humanas, logrando un personaje tan verosímil como trágico.
Rosalía de Bringas se erige en un símbolo de la superficialidad social decimonónica, permitiendo a Galdós arremeter contra la obsesión por el qué dirán y el consumismo ostentoso de su época. A través de su caída, el novelista exhibe los peligros de vivir pendiente de la opinión ajena y de medir el propio valor con el rasero de las apariencias. La novela contrapone explícitamente a Rosalía –esclava de la vanidad y la pretensión– con personajes humildes pero íntegros (como Refugio), sugiriendo que la auténtica dignidad nada tiene que ver con joyas o vestidos. Asimismo, Galdós introduce un afilado componente de crítica de género: Rosalía representa a la mujer burguesa oprimida por la expectativa social de ser siempre el “ángel del hogar” impecable, sin importar los sacrificios personales. Al perseguir Rosalía una libertad económica y social (por medios cuestionables), Galdós pone al descubierto la tensión de su época entre los roles tradicionales femeninos y los deseos de emancipación. Irónicamente, esa búsqueda de poder mediante la apariencia solo la conduce a la cursilería y al ridículo, porque la cultura superficial que adopta carece de auténtica sustancia.
La historia personal de Rosalía se entrelaza, además, con los cambios históricos que sacuden a España. La de Bringas transcurre en los meses previos a la Revolución de 1868 (La Gloriosa), evento que supuso el destronamiento de Isabel II. Galdós aprovecha esta coincidencia para establecer un paralelismo simbólico: la caída de Rosalía va de la mano con la caída de la monarquía. Toda la novela está teñida por un ambiente crepuscular; de hecho, se ha señalado que el motivo recurrente del sol poniente presagia tanto el ocaso de las esperanzas de Rosalía como el fin de una era histórica. Efectivamente, cuando la reina pierde el trono, los Bringas –que vivían acomodados en un apartamento del Palacio Real gracias a la protección del régimen– se ven obligados a abandonarlo. Ese desalojo final de Rosalía del Palacio simboliza el derrumbamiento de su mundo ilusorio, con el ridículo y la humillación que ello conlleva. Galdós así “aúna en la señora de Bringas su ruina moral… con la decadencia de la monarquía” de Isabel II, enlazando la decadencia privada y pública en un mismo trazo crítico. El resultado es un fresco social despiadado: la España tradicional se desmorona y, con ella, las fantasías de grandeza de Rosalía.
Vigencia y legado de Rosalía de Bringas
Uno de los mayores logros de Galdós con Rosalía de Bringas es la perenne actualidad de su historia y su personalidad. A más de un siglo de su creación, Rosalía sigue representando un arquetipo reconocible: el de quien queda atrapado en las trampas de la vanidad y paga un alto precio por vivir pendiente de la aprobación social. La crítica ha resaltado la sorprendente vigencia de esta figura, pues incluso en la sociedad contemporánea “sigue existiendo una tensión por conservar las apariencias” a costa de la autenticidad. Basta con observar los fenómenos modernos –desde las redes sociales que impulsan vidas “de escaparate” hasta el consumismo que empuja a gastar por status– para darse cuenta de que Rosalía es precursora de tantos casos actuales de identidad construida según la mirada ajena.
En el plano literario, Rosalía de Bringas perdura como uno de los grandes personajes galdosianos, paradigmática en su profundidad y significado social. Su vida novelística nos previene sobre los peligros de rendir culto a la imagen por encima de los valores genuinos. Galdós, con compasión pero sin indulgencia, nos muestra en Rosalía cómo la obsesión por “ser alguien” de cara al mundo puede llevar a la pérdida del propio ser. Esta protagonista, con sus luces y sombras, sigue hablándonos hoy: nos recuerda la importancia de distinguir entre lo que somos y lo que aparentamos ser, y el vacío que queda cuando la fachada se derrumba. En definitiva, Rosalía de Bringas trasciende su siglo y su contexto para erigirse en un espejo donde se reflejan las debilidades humanas universales –esas que convierten la ambición desmedida y la apariencia social en fuentes de tragedia personal.
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