Eduardo Montagut
Dentro de la línea de investigación que llevamos abierta desde hace tiempo y que tiene que ver con la relación entre el movimiento obrero de signo socialista y la mujer nos acercamos a una columna publicada en El Socialista en el mes de noviembre de 1928 en su sección “Notas feministas”, sobre las lecturas para la mujer.
Sabemos que en los años veinte el socialismo europeo realizó un verdadero esfuerzo por incorporar a la mujer a su causa, incluyendo un programa feminista, e intentando superar los recelos anteriores, derivados de la premisa de que lo fundamental era la lucha o emancipación de los trabajadores, y la cuestión de las mujeres no era específica en función del género. Sería Bebel, como bien sabemos, quien planteó que no todo era tan sencillo y que la mujer, además de ser explotada como trabajadora lo era también como mujer. No fue fácil incorporar este cambio en el seno de los sindicatos y partidos socialistas, pero, como decimos, en los años veinte las cosas evolucionaron y hasta en el propio seno del socialismo español, un tanto atrasado en esta cuestión.
Los socialistas quisieron incorporar a la mujer a la lucha social y económica, y, poco a poco, a la política, defendiendo, no sin debate interno y posturas contrarias, el establecimiento pleno del sufragio femenino, un asunto complejo en países de fuerte presencia católica, al considerar una parte del socialismo, como del republicanismo progresista, que la mujer era prisionera del clero. En este sentido, el debate existió, muy especialmente en Bélgica y en España, por poner dos ejemplos destacados.
La columna sobre la lectura para las mujeres gravita entre el deseo de que la mujer se instruya y un evidente paternalismo, sin olvidar una sugerente interpretación sobre la importancia de la lectura.
El trabajo aludía a que la mujer, “por desgracia”, intentaba instruirse a través de las novelas folletinescas, aunque también se reconocía que había mujeres instruidas “verdaderamente”. El texto quería referirse a las mujeres que se ocupaban de “sus labores domésticas y también a la trabajadora en ocupaciones más o menos manuales”. Al carecer de “gusto y de criterio” para la selección de sus lecturas leían lo primero que les llegaba a sus manos, es decir, novelas cortas y publicaciones “vulgares”, es decir, lo que se podía adquirir con facilidad y no exigía “espacio de cerebro”.
El problema era que las lecturas que sugerían ideas e inducían a pensar causaban “dolor de cabeza”. La lectura de un libro requeriría un esfuerzo un mayor esfuerzo de comprensión que la de folletines. La columna periodística se demoraba en demostrar la importancia de la lectura instructiva porque sugería ideas y despertaba sentimientos profundos, terminando por proporcionar “sensaciones de bienestar y dulzura”.
El artículo explicaba que la mujer ante este medio educativo que era el libro no podía permanecer indiferente y debería sentir amor por el mismo, y muy pronto si era constante lograría comprender. Las madres debían inculcar a sus hijos el amor y respeto por los libros, y con ello contribuirían a la emancipación social, que debía surgir de la cultura del pueblo.
Hemos trabajado con el número 6164 de El Socialista, del día 11 de noviembre de 1928.