Un estreno en el Fontalba«Amparo» de Joaquín Dicenta con presencia de Juan Negrín 1935

Transcripción en texto continuo (con ortografía y signos modernizados) Diario de Madrid (Madrid. 1934). 15/2/1935

Observatorio Galdós Negrín


Un estreno en el Fontalba
«Amparo»
de Joaquín Dicenta

Historia anecdótica de fin de siglo – Así califican los autores de Amparo a su comedia, estrenada anoche en el Teatro Fontalba con inmejorable éxito.

Lo anecdótico o biográfico —literariamente en auge— no suele llevarse con frecuencia al teatro, y menos cuando se trata, como esta vez, de figuras conocidas y destacadas del Madrid literario de fin de siglo, cuyos amigos aún viven y cuyas vidas y ambiente son perfectamente teatralizables. Así lo han comprendido Joaquín Dicenta hijo —autor de una obra biográfica que alcanzó gran éxito hace algunos años: Son mis amores… reales— y José María Granada, quienes se han arriesgado a resucitar aquel Madrid castizo y bohemio, tan lleno de peligros al conjuro del nombre y de los milagros del escritor padre del primero y autor del famoso Juan José.

Joaquín Dicenta fue un literato vario y múltiple, que pudo forjar, junto a esa célebre obra, la romántica y en verso El suicidio de Werther; escribió Honra y vida y la novela El baile de Panaderos, El crimen de ayer y gran número de crónicas y cuentos que le reputaron como ágil escritor, ameno, sensible y anticlerical, muy siglo XIX en sus postreras convulsiones. Pero lo mejor de Dicenta es su figura: su personalidad de literato y periodista que se destaca en su feudo de cafés baratos y tabernas, de salas de redacción y cafés cantantes, de tugurios y bailes castizos, de tertulias famosas y de saloncillos teatrales. Y eso es lo que han retratado su hijo y el colaborador de su hijo en Amparo, comedia en tres actos, divididos cada uno en dos episodios.

Escenas de la vida bohemia

El escritor rodeado de sus amigos —Manuel Paso, Alfonso Tovar, Alejandro Sawa…—; perillas, barbas, sombreros de copa, pantalones estrechos, cafés, divanes rojos, veladores, coplas flamencas. La comedia cuenta lo que sucede a Joaquín Dicenta entre los años 1893 y 1895, es decir, el tiempo de la explosión de Juan José. Puede decirse que la comedia describe la manera y el medio de producirse aquel drama que obtuvo resonancia mundial —traducido al portugués, italiano, alemán, inglés, danés, holandés y francés—.

Y Amparo es la musa de ese tiempo: la protectora del escritor en sus horas amargas, su aliada y su amante buena. Calaveras, toreros, cantadores, poetas sin dinero, sablistas, casas galantes, mujeres bravías y jaques constituyen el ambiente en que se conocen Dicenta y Amparo. Un acto termina con el poema en que el autor duda de que ese amor pueda crecer y desarrollarse, cuando dice:

«Ni yo puedo volver a ser creyente
ni tú puedes volver a ser honrada.»

Otro cuadro señala el momento en que el escritor, de levita, en una taberna, se entera de la muerte del general Margallo. Un obrero le cuenta, emocionado, la muerte de un hijo suyo, soldado, y se compara la suerte del que muere cumpliendo un deber profesional con la del que perece a la fuerza y de modo absolutamente inútil. Y es entonces cuando Dicenta pide tinta y papel y escribe su artículo “La carta del soldado”.

Después, vida literaria y cortesana de Madrid: reyertas, matones, chulas… Se estrena La verbena de la Paloma; se habla de una obra de la Loreto… Café de la calle del Pez, taberna de la Concha, Fornos abigarrado y tradicional.

Nos encontramos más tarde en una modesta casa de huéspedes. Allí tiene lugar el cuadro más emocionante de la obra: cuando el escritor llega desalentado y ella, Amparo, le anima; cuando ella va a empeñar unas ropas para que él pueda terminar Juan José, pues no tiene papel ni tinta —los escritores de entonces nunca tenían papel ni tinta—; cuando ella duerme mientras él escribe y, al final de la jornada, ha de alumbrarle con cerillas… Todo ello rigurosamente histórico.

Por último, el saloncillo de la Comedia: el éxito, los aplausos, el autor que triunfa, el apoteosis…

La comedia podría llamarse Dicenta lo mismo que se llama Amparo. Ambos son los héroes de la pieza, en la que, a través de la construcción y el ambiente de Dicenta (hijo), brillan los rasgos graciosos de José María Granada. Amparo está hábilmente trazada; si tiene yerros, son fácilmente disculpables. El público aplaudió calurosamente y el telón se levantó numerosas veces en honor de los autores.

Los actores

Felicísima María Fernanda Ladrón de Guevara en su papel de Amparo. Sobrio y prudente Rivelles en el delicado papel de Dicenta. Acertados, más o menos, los señores Alarcón, Soto, Cobeña y Vilches en sus encarnaciones. Un reparto largo y difícil, pues Amparo es obra de muchos personajes y de mucho movimiento escénico. La compañía del Fontalba supo llegar a buen fin con habilidad y destreza, reconocidas por el público, que agradeció la labor de los actores.

Entreactos

Durante los entreactos los pasillos del Fontalba se llenaron de espectadores contemporáneos de Joaquín Dicenta, de Tovar, de Sawa y de los tipos clásicos de aquel tiempo, que comentaban y discutían apasionadamente el parecido, gestos, actitudes y verbo de esos personajes. Intermedios animados, sin duda, ha tenido Amparo, y en ellos se ha evocado con más extensión y detalle que en la obra el Madrid pintoresco de los días últimos del siglo XIX.

(Se citan here diversas opiniones y anécdotas de espectadores —críticos, escritores y amigos del autor— que comparan lo visto en escena con sus recuerdos personales, discuten rasgos de vestuario o exactitud histórica y rememoran la bohemia madrileña de la época).

Antonio de Obregón.

Continuación de la transcripción
(añadimos el tramo de diálogos y comentarios entre el público que quedó fuera en el mensaje anterior; mantengo el estilo directo y modernizo solo acentos y puntuación mínimamente para que se lea fluido)


—Dicenta era más bajo; a Rivelles le sobra estatura.
—Dicenta no llevaba esos bigotes descuidados, sino otros más atusados y con guías. Además, le faltan aquellos tufos sobre las sienes…
—Sawa era pedante, pero no tan muñeco de cuerda.
—Comprendo que es difícil evocar con exactitud todos esos tipos, pero los que los conocimos y tratamos debemos exigir más.
—Dicenta hijo pertenece a una generación posterior y no ha podido resucitar ese pasado sino a través de cartas, periódicos y recuerdos de cuando era pequeño. El chico ha hecho todo lo que ha podido, pero le ha faltado documentación viva…
—Ella está muy bien, muy gitana.

—¿Habrá venido al teatro “Pepe el Largo”?
—¿Pero vive aún?
—Naturalmente: todos los días está en la calle de Sevilla, como entonces. Tiene ahora setenta años; cinco más que yo…
—Por cierto, la condesa…
—Silencio, pueden oírnos.
—Oiga usted, Antonio Paso, ¿qué le ha parecido Manuel Paso?

—Para hacer esta comedia, Dicenta (hijo) debió contar conmigo… Yo fui muy amigo de su padre y podría haberle contado cosas curiosas. Si me hubiera consultado, le habría evitado algunas inexactitudes de bulto, pero no me conoce… Traté mucho a Joaquinito. Recuerdo que una tarde de septiembre de 1894, paseando con él por la calle de Alcalá…

Melchor Fernández Almagro, sabedor de todo cuanto debe saber un crítico, murmura:
—En este cuadro Sawa, cuando habla del beso que Daudet le dio en la frente durante su estancia en París, se equivoca. Es decir, se ha equivocado Dicenta (hijo). Creo recordar que fue Verlaine quien se lo dio… La cosa no tiene importancia; puede ser una confusión.

Enrique Díez‑Canedo, con su sonrisa de todos los estrenos, exclama:
—¡Qué variedad de opiniones! ¡Cuánto revuelo ha originado Dicenta! Si esto pasa con personajes tan cercanos a nosotros, se comprende muy bien que los historiadores no se pongan de acuerdo al tratar de la Reina Católica o de Cromwell…

Araquistáin y Negrín rinden tributo al autor de Juan José asistiendo al estreno (suponiendo que Juan José tenga algo que ver con el socialismo —que ya sabemos que no— y que Dicenta sea un escritor proletario, como algunos dicen: aquel zolesco, noctámbulo y bohemio periodista).

—Antonio de Obregón.

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