‘Trafalgar’, episodio nacional de Galdós: breve análisis

Rosa Amor del Olmo

Análisis literario de Trafalgar: personajes, estilo narrativo y simbolismo

Trafalgar (1873) es la primera novela de la serie Episodios nacionales de Benito Pérez Galdós, concebida como una novela histórica que fusiona ficción y realidad para narrar la España del siglo XIX. La obra está narrada en primera persona por Gabriel de Araceli, un anciano que rememora su juventud como testigo de la famosa batalla naval de 1805. Galdós investigó a fondo los hechos históricos –llegó a entrevistarse en 1872 con un veterano superviviente de Trafalgar– y redactó la novela con rapidez y rigor documental. Su objetivo era a la vez patriótico y didáctico: novelar la historia reciente de España para que el lector aprenda y reflexione sobre ella de forma amena. Así, la novela adopta un estilo realista y minucioso, pero también incorpora tonos épicos, satíricos e incluso elegíacos, evitando idealizar las gestas y mostrando “las cosas como sucedieron, con sus grandezas y miserias”. Desde la voz retrospectiva y serena de Gabriel, Galdós imprime a la narración un tono accesible y reflexivo, atenuando el dramatismo excesivo con ironía sutil y con toques de humor. Esto permite al lector deducir el enorme coste humano de la batalla sin verse abrumado por un tono fatalista o melodramático. En suma, Trafalgar combina magistralmente el entretenimiento folletinesco (aventuras, romance) con el realismo histórico y un trasfondo moral, cumpliendo la intención galdosiana de educar deleitando.

La trama ficticia se entrelaza con los hechos reales a través de una galería de personajes representativos de la sociedad española de la época. El protagonista y narrador, Gabriel Araceli, es un muchacho gaditano de catorce años, humilde y huérfano, acogido por una familia acomodada. Su mirada juvenil aporta objetividad e inocencia, pero también una perspectiva crítica por su origen sencillo. A través de sus ojos ingenuos contemplamos la guerra sin triunfalismos: Gabriel cuestiona el sentido del conflicto y el valor del patriotismo cuando este implica combatir a otros patriotas de otra nación. Tras vivir el terror de la batalla, sus reflexiones –que reflejan las ideas del propio Galdós– concluyen que “las guerras no son la solución” y que el odio ciego entre naciones carece de sentido. De hecho, Gabriel acaba rechazando la idea de la patria entendida solo en términos militares, preguntándose si no sería mejor la cooperación entre los pueblos en vez de la guerra. Esta postura pacifista y humanista, nacida de su experiencia, constituye uno de los mensajes simbólicos centrales de la novela.

Junto a Gabriel, la novela presenta varios personajes ficticios que encarnan posturas e ideales diversos, a menudo con paralelismos simbólicos a figuras de la literatura clásica. Su amo y protector, Don Alonso Gutiérrez de Cisniega, es un veterano marino retirado, ya anciano, que participó en su juventud en combates navales contra los ingleses. Don Alonso sueña con volver a embarcarse para presenciar Trafalgar y “dar una lección” a los ingleses tras la derrota sufrida en el cabo de San Vicente años atrás. Representa el patriotismo exaltado y romántico: valiente y obstinado, se niega a aceptar los límites de la edad y anhela la gloria militar. Galdós lo concibe con tintes quijotescos: al igual que Don Quijote, Don Alonso es idealista y temerario fuera de tiempo, e incluso comparte detalles biográficos con Cervantes (ambos combatieron de jóvenes y quedaron lesionados de un brazo, sin recompensa alguna).

Frente a él está su esposa, Doña Francisca, mujer autoritaria y sensata que encarna la voz de la razón y el pacifismo en el hogar. Doña Francisca aborrece la guerra y maldice los barcos y cañones, temerosa de perder a su esposo en una aventura temeraria. Su actitud realista contrasta con el fervor patriótico de Don Alonso y Marcial, anticipando un choque de visiones: Galdós refleja así las dos sensibilidades presentes en la sociedad, la belicista y la antibelicista.

El sargento Marcial, apodado “Medio-hombre” por haber perdido un ojo, un brazo y una pierna en su larga vida marinera, es amigo leal de Don Alonso y otro de los personajes entrañables. Marcial es un viejo lobo de mar, fanfarrón y pintoresco, cuyo lenguaje coloquial está lleno de comparaciones ingeniosas y exageraciones humorísticas. Con su entusiasmo beligerante y sus bravatas patrióticas, Marcial aporta un contrapunto cómico que alivia la tensión de la trama bélica. Galdós lo dibuja como un paralelo de Sancho Panza junto al idealismo quijotesco de Don Alonso: Marcial es fiel y terrenal, glorifica a España y demoniza a “los ingleses” de forma casi caricaturesca, sirviendo a la vez de crítica irónica al patriotismo simplista. Entre Don Alonso y Doña Francisca, Marcial se sitúa a medio camino: comparte con el primero la devoción militar, pero su humanidad y su humor lo acercan a la visión práctica de la segunda. A través de estos tres personajes mayores, la novela refleja los debates de conciencia de la España de 1805: el honor militar y la sed de gloria versus el horror a la guerra y el sentido común doméstico.

La subtrama romántica se articula alrededor de Rosita, la hija adolescente de Don Alonso y Doña Francisca, y los dos jóvenes que la cortejan. Rosita es amiga de la infancia de Gabriel –juegan juntos desde niños– y el chico pronto se enamora de ella, idealizándola profundamente. Sin embargo, Rosita pertenece a una clase social superior a la de Gabriel (es “la señorita” y él un criado) y ese amor inocente está condenado por la diferencia de estatus. La joven termina comprometida con Rafael Malespina, un apuesto oficial de artillería, acorde a su posición. Malespina representa el deber patriótico cumplido con resignación: es leal a España y acata ir a la guerra, pero “sin vocación”, consciente de la superioridad naval inglesa y presintiendo el desenlace adverso. Su temor antes de la batalla no denota cobardía sino realismo, una visión lúcida que muchos compartían pero que no podía desviarlo de cumplir órdenes.

La relación entre Rosita y Rafael incorpora un elemento de folletín melodramático dentro de la novela: hay amor, celos y sacrificio. Galdós trata aquí el tema del matrimonio por amor frente al matrimonio convenido, añadiendo un matiz moral progresista: Rosita termina casándose con el hombre que ella ama, en vez de con quien otros le impongan. Esta defensa de la libertad de elección conyugal evoca la crítica de Leandro Fernández de Moratín en El sí de las niñas (1806), una obra contemporánea a los hechos de Trafalgar que Galdós homenajea sutilmente.

Completan el elenco secundario personajes como Don José María Malespina, padre de Rafael, un charlatán fanfarrón cuyas increíbles mentiras sirven de alivio cómico junto a las bravatas de Marcial; y Doña Flora, prima de Don Alonso en Cádiz, una viuda coqueta obsesionada con aparentar juventud y belleza incluso en plena guerra. Doña Flora, con su frivolidad romántica, es un reflejo de Don Alonso: ambos viven aferrados a ideales (la galantería y el patriotismo, respectivamente) que pueden verse como sublimes o ridículos según la interpretación del lector. En conjunto, estos personajes encarnan un fresco social de la España de comienzos del siglo XIX, desde nobles y militares hasta criados y pícaros, y permiten a Galdós explorar los valores, costumbres y tensiones de aquella sociedad en vísperas de una crisis histórica.

La batalla de Trafalgar (1805): realidad y recreación narrativa

El combate naval de Trafalgar tuvo lugar el 21 de octubre de 1805 frente al cabo del mismo nombre, en la costa atlántica de Cádiz. Se inscribe en el contexto de las Guerras Napoleónicas, cuando Napoleón Bonaparte aspiraba a invadir Inglaterra y necesitaba primero neutralizar a la poderosa Royal Navy británica. Para ello, Napoleón obligó a España –entonces aliada de Francia– a unir su flota a la francesa e intentar controlar el Canal de la Mancha. Así, una escuadra combinada de 33 navíos (18 franceses y 15 españoles) al mando del vicealmirante francés Pierre Charles Villeneuve zarpó del puerto de Cádiz. Frente a ellos les aguardaba la flota británica de 27 navíos de línea, inferior en número pero muy experimentada, liderada por el célebre vicealmirante Horatio Nelson.

Nelson, audaz estratega, sorprendió al enemigo rompiendo las normas tácticas tradicionales: en lugar de entablar un combate paralelo, atacó con sus barcos formados en dos columnas perpendiculares, atravesando la línea aliada. Este movimiento dividió la flota hispano-francesa y permitió a los ingleses concentrar su fuego sobre la mitad posterior de la línea aliada. La batalla se libró con extrema dureza desde el mediodía hasta el atardecer. Los cañonazos a bocajarro destrozaron arboladuras y cascos; el abordaje y la lucha cuerpo a cuerpo decidieron el destino de muchos buques. Aunque los aliados combatieron valerosamente, el resultado fue un desastre para España y Francia: Trafalgar terminó con 22 barcos aliados perdidos (entre hundidos, capturados o inutilizados), mientras que los británicos no perdieron un solo navío de línea.

Murieron miles de marinos y muchos más resultaron heridos. Entre los caídos ilustres estuvo el propio Almirante Nelson, quien recibió un disparo mortal al frente de su buque Victory. Del lado aliado, varios jefes españoles se cubrieron de gloria pese a la derrota: Churruca, Galiano, Gravina. La derrota de Trafalgar arruinó los planes de Napoleón y marcó el comienzo del dominio británico de los mares durante el siglo XIX. Para España, supuso la práctica aniquilación de su Armada y un golpe moral profundo.

En su novela, Galdós reproduce con extraordinaria fidelidad los hechos esenciales: la fecha, el lugar, las maniobras, el resultado y las consecuencias. Sin embargo, introduce personajes ficticios y tramas personales para dotar al relato de una dimensión emocional, humana y literaria que ninguna crónica podría ofrecer. Es en esa intersección entre verdad y ficción donde Trafalgar cobra vida como arte y como historia.

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