
El Mencey del viernes
La misa de romería en El Río (Arico) cantada en honor a San Bartolomé, arropada por Los Labradores de Abona, fue algo más que una celebración litúrgica: fue una declaración de identidad. Sonó el tajaraste y con él una certeza sencilla: Canarias existe porque su pueblo la canta, la celebra y la defiende. Y allí, en medio de pañuelos, trajes de faena y olor a campo, la palabra prendió con fuerza en la homilía de don José Agustín León Rodríguez, ilustrísimo párroco de Las Mercedes, invitado para la ocasión. Su mensaje —de paz, igualdad y una Iglesia cercana, inteligente y conciliadora— devolvió al centro lo que nunca debió salir de él: las personas.









Hubo un momento que heló y encendió a la vez la plaza. “Han quitado la filosofía, la religión y la historia; por tanto quieren una sociedad de borregos”, dijo. No fue un eslogan: fue la conclusión de un discurso hilado con sentido común y contexto, de los que más de un catedrático firmaría. Lo que estaba en juego se entendió sin notas al pie: sin memoria y sin pensamiento, no hay libertad. Por eso la misa —cantada, viva, de pueblo— no fue nostalgia, sino resistencia cultural.
Estaban la alcaldesa y representantes de aquí y de allá, pero sobre todo estaba la gente: mayores que han regado con sudor cada vereda y jóvenes que no están dispuestos a perder lo suyo. Porque lo “nuestro” no va contra nadie: va a favor de una comunidad que se reconoce en su fe, en su música, en su habla y en su forma de estar juntos. En El Río, ese “nosotros” sonó claro.
Tradición que no se rinde
La música tradicional canaria, en las manos y en los corazones de Los Labradores de Abona —esa parranda mayoritariamente de El Río (Arico)— tiene algo que no se aprende: verdad. Cuando entran en la misa cantada, el templo cambia de aire; el timple puntea como un latido, las cuerdas (guitarras, laúdes, bandurrias) tejen la armonía, las panderetas marcan el pulso y esas voces bien empastadas levantan el himno con la misma naturalidad con que en la plaza levantan una isa, una folía o una malagueña. No hacen “fusión”; hacen pertenencia: la liturgia se deja abrazar por la cadencia isleña y lo sagrado se vuelve cercano sin perder un ápice de hondura. Por eso ponen los vellos de punta: porque llegan afinados y, sobre todo, convencidos; porque tocan con oficio, sí, pero también con memoria y con cariño de pueblo. En ellos conviven la permanencia —el respeto a la forma, al canto a tres, al fraseo limpio, al gusto por los tonos y las respuestas— y la renovación —dinámica, detalles de arreglo, respiraciones que oxigenan lo de siempre—, de modo que cada intervención suya en la iglesia suena clásica y nueva a la vez. Quien los ha oído en romería lo sabe: en el escenario contagian alegría y pulso; en la misa sostienen silencio y emoción. Por eso Los Labradores de Abona son un grupo con gran futuro: porque no confunden raíz con museo, ni modernidad con ocurrencia; porque, siendo de El Río, tocan para toda Canarias. Renovación y permanencia: esa es su firma.
Quien reduce estas celebraciones a “costumbrismo” no estuvo en El Río. Lo que se vio fue pueblo: un territorio que entiende que la cultura no es decorado, sino tejido vivo que se cuida en común. Misa cantada, homilía con cabeza y parranda con pulso no compiten: se necesitan. La homilía ancla (recuerda por qué hacemos lo que hacemos); la parranda tiende puentes (lleva eso mismo al oído de hoy). Ese equilibrio es el futuro.
Hay quien quisiera una Canarias sin filosofía, sin historia y sin religión, desmemoriada y dócil. No será aquí. Mientras haya romerías donde se piense, parroquias que acompañen, y grupos que arriesguen con respeto, lo nuestro no se pierde: se renueva. Por eso emocionó ver a la gente ocupando su plaza y su templo, y por eso conmovió escuchar a Los Labradores de Abona —esa mayoría de El Río— hablar de abrirse para abrazar mejor.







Historia
La Fiesta de San Bartolomé en El Río (Arico) tiene sus raíces en el siglo XVII, cuando los habitantes del incipiente caserío construyeron una ermita bajo la advocación del apóstol San Bartolomé. En 1674 los vecinos principales acordaron dedicar la nueva ermita a San Bartolomé Apóstol y dotar al templo de lo necesario, siendo nombrado don Antonio Gaspar como primer mayordomo. Inicialmente, el humilde oratorio estaba presidido por un cuadro del santo, hasta que en 1691 se incorporó la imagen escultórica de San Bartolomé, tallada y policromada por el imaginero Domingo de Campos. Esta imagen se convirtió en el titular y patrón del pueblo.
San Bartolomé, uno de los doce apóstoles originales de Jesús, es venerado por su fidelidad y martirio. La Iglesia celebra su festividad litúrgica el 24 de agosto, día que quedó consagrado como fiesta patronal en El Río. De hecho, mientras se ampliaba la ermita en el siglo XVIII, una vecina del lugar, doña María Candelaria Pérez, estableció y financió formalmente la festividad anual de San Bartolomé cada 24 de agosto (año 1774), consolidando la tradición religiosa local. Esta dotación garantizó la celebración regular de la misa y actos en honor al santo, integrándolo profundamente en la identidad devocional de la comunidad. Con el tiempo, la ermita fue adquiriendo mayor importancia; sería ampliada y reformada en varias ocasiones y finalmente elevada a parroquia en 1944, señal de la creciente población y de la relevancia de este culto en la zona. Desde sus orígenes, pues, la fiesta tiene un marcado carácter religioso: San Bartolomé es visto como protector del pueblo, cuya intercesión se implora y agradece en torno a su día festivo.
Tradiciones festivas y evolución histórica de la fiesta
A lo largo de más de dos siglos, la fiesta patronal de El Río ha evolucionado combinando elementos religiosos con costumbres populares. En sus primeros tiempos, la celebración giraba en torno a los actos litúrgicos: una solemne misa en honor al apóstol y posiblemente una sencilla procesión alrededor de la ermita. Estas celebraciones coincidían con el final del verano, época de cosechas, por lo que no era extraño que desde el siglo XVIII–XIX se organizaran también ferias o ofrendas agrícolas vinculadas a la fiesta, siguiendo una pauta común en Canarias. (En la cercana Tejina, por ejemplo, a mediados del siglo XIX se celebraba por San Bartolomé una feria para vender los frutos sobrantes, especialmente vino, señal de cómo las fiestas patronales servían también como espacio de intercambio y aprovechamiento de las cosechas). Es probable que en El Río, comunidad dedicada al cultivo de cereales, papas y frutas, los vecinos ofrecieran productos del campo al santo como acción de gracias y para compartir en comunidad.
Hacia finales del siglo XIX y comienzos del XX, las fiestas patronales fueron incorporando actos lúdicos y folclóricos además de los cultos religiosos. En el caso de El Río, aunque la documentación específica es escasa, es de suponer que se seguía el modelo de otros pueblos canarios: repiques de campanas y voladores (cohetes) al amanecer del día festivo, procesión solemne con la imagen de San Bartolomé por las calles engalanadas, y posteriormente verbenas y juegos populares. La memoria oral y crónicas costumbristas confirman muchos de estos detalles para el siglo XX. En la primera mitad del siglo XX, durante las fiestas de San Bartolomé en El Río era tradicional que el pueblo entero se involucrase. Un vecino célebre, don Rodolfo González (conocido cariñosamente por su entrega a la fiesta), trepaba cada año a la copa de la gran araucaria junto a la iglesia para colocar la bandera, y era el encargado de un enérgico repique de campanas que resonaba por todo el valle anunciando que *“no es guerra, ¡es fiesta!”*. Al oír las campanas, todos salían de sus casas rumbo a la iglesia, respondiendo a esa llamada festiva casi como a un toque de rebato religioso.
Tras los actos litúrgicos de la mañana, la atención se trasladaba a la plaza del pueblo (en El Río existen dos plazas, una junto a la iglesia y otra unos metros más abajo). En la plaza baja se instalaba la tarima o escenario para las orquestas y grupos musicales, y por las noches esa plaza se abarrotaba de parejas de todas las edades para bailar al son de la música en la verbena popular. Estas verbenas, animadas con valses, pasodobles, isas y demás ritmos, eran el corazón festivo laico, prolongándose hasta la madrugada bajo la supervisión discreta del “guardia chico” (policía local) y de la pareja de la Guardia Civil, presencia típica en las fiestas de antaño. Alrededor de la plaza y las calles cercanas se colocaban los ventorrillos, puestos de comida y bebida donde se podían degustar productos tradicionales: desde tollos (tiras de cazón seco guisado, muy apreciadas en Canarias) y huevos duros, hasta vino de la comarca o el popular refresco “Cliper” o Seven-Up en los años 60. Estos puestos eran atendidos por vecinos emprendedores y formaban parte esencial del ambiente. Los jóvenes del pueblo, para poder costear sus antojos en los ventorrillos o invitar a las muchachas a una copa o un dulce, se las ingeniaban trabajando en lo que fuese; por ejemplo, muchachos como Pano y sus amigos se dedicaban en días previos a recolectar cochinilla de las tuneras (insecto utilizado como tinte natural) y la vendían a comerciantes locales para ganarse unas pesetas con las que disfrutar en la fiesta. Estas anécdotas ilustran el valor que tenía la celebración anual: era el momento culminante del ocio comunitario, donde se permitían pequeños lujos y donde se estrechaban lazos sociales (muchas parejas de novios iniciaron su relación sacando a bailar a la plaza en las fiestas patronales).
Con el paso de las décadas, la fiesta de San Bartolomé fue incorporando nuevas actividades, reflejando los cambios sociales. A mediados y finales del siglo XX se sumaron eventos como competiciones deportivas, galas de elección de reinas o míster (concursos de belleza locales) y actividades infantiles, todo ello organizado por la Comisión de Fiestas del pueblo en colaboración con el ayuntamiento. Pese a la modernización, muchas costumbres tradicionales se han preservado. Un elemento destacado de la identidad festiva de El Río es la figura de “Pepito”: un muñeco o pelele que simboliza el carácter pícaro de la fiesta. Esta tradición, llegada al pueblo en algún momento del siglo XX, consiste en confeccionar un muñeco humanoide al que cariñosamente llaman Pepito, para quemarlo al finalizar las celebraciones. Antaño solía leerse el “testamento de Pepito”, con coplas humorísticas relatando las “andanzas” del personaje durante la semana de fiesta, tras lo cual se procedía a la quema de Pepito entre lamentos fingidos de sus “viudas”, en una clara analogía burlesca con el Entierro de la Sardina del carnaval. Con los años, Pepito se ha consolidado como parte integral de la fiesta patronal; es una tradición pícara y alegre que cierra el ciclo festivo en tono de humor.
Simbología y aspectos antropológicos
La fiesta de San Bartolomé en El Río, como tantas fiestas patronales canarias, trasciende lo meramente lúdico-religioso para convertirse en un fenómeno sociocultural de gran significado. En el plano religioso, la figura de San Bartolomé Apóstol aporta un símbolo de fe y protección: se le representa iconográficamente con un cuchillo en la mano (herramienta de su martirio) y el Evangelio en la otra, emblemas de su sacrificio por la fe. Aunque en El Río no hay leyendas específicas sobre milagros del santo, en la mentalidad tradicional se le atribuía la custodia de la comunidad. De hecho, en otras localidades isleñas su onomástica venía cargada de simbolismo contra el mal: en Buenavista del Norte (Tenerife), donde San Bartolomé fue antiguo patrón, pervive la suelta de la “Diablita” cada 23 de agosto, cuando se escenifica que el demonio anda suelto porque el santo ha soltado la cadena que lo retenía, infundiendo antaño mucho temor entre la gente hasta que, al día siguiente (día del santo), la Virgen lograba encadenar de nuevo al maligno. Este curioso ritual (hoy prácticamente testimonial) refleja la creencia simbólica de San Bartolomé como contenedor del mal y protector del pueblo. Aunque en El Río no se celebra tal rito, sí encontramos en la quema de Pepito un rito simbólico de purificación: al prender fuego al muñeco al final de la fiesta, el pueblo expulsa metafóricamente las tensiones o “males” acumulados durante el año y cierra el periodo festivo con un acto catártico y satírico. El llanto exagerado de las “viudas de Pepito” añade la capa teatral propia de estas tradiciones, permitiendo canalizar la comicidad y la crítica social bajo la permisividad festiva.
Antropológicamente, la fiesta patronal funciona como elemento de cohesión comunitaria e identidad local. Durante décadas (y aún hoy), muchos ariquenses emigrados o residentes fuera vuelven al pueblo para estas fechas, reforzando los lazos familiares y el sentido de pertenencia. Hasta bien entrado el siglo XX, las fiestas eran organizadas por comisiones de vecinos y contaban con la participación voluntaria de muchos: se donaban productos para la ofrenda, se ayudaba a engalanar la iglesia y las calles con ramas, banderas, arcos de follaje y flores de papel, etc. La tradición de los arcos y adornos es común (en Tejina en 1904 ya se menciona la plaza “engalanada con arcos llenos de panes en forma de corazón” para San Bartolomé). Estas ofrendas decorativas y alimentarias tienen un claro simbolismo agrícola: representan la gratitud de la comunidad por los frutos obtenidos y la petición de bendiciones para las cosechas venideras. Tras la abolición de los diezmos e instituciones eclesiásticas en el siglo XIX, muchas de aquellas obligaciones económicas hacia la Iglesia se transformaron en ofrendas rituales durante las fiestas patronales, lo que explica por qué en la fiesta de San Bartolomé se incorporaron actos como la romería de ofrendas o la exposición de productos locales. Así, se mantuvo el sentido de dar una parte de los bienes a la divinidad (ahora de forma voluntaria y festiva) a la vez que se ayudaba a los más necesitados y se celebraba la abundancia colectiva.
La transmisión generacional de las costumbres es otro aspecto antropológico fundamental. En El Río, se ha puesto especial empeño en que los niños y jóvenes conozcan y continúen las tradiciones de la fiesta. Un ejemplo es el taller de elaboración del “Pepito” que se organiza en la semana festiva, donde las nuevas generaciones participan en crear el muñeco y así se les inculca el cariño por esta “linda y pícara tradición” del pueblo. Del mismo modo, se integran a los niños en actos como la gala infantil, juegos autóctonos, romería chica, etc., para que vivan desde pequeños el significado de la fiesta. Como apuntó una concejala de cultura en Lanzarote respecto a las fiestas de San Bartolomé, aunque algunas costumbres puedan perder fuerza con el tiempo, la alta participación juvenil en eventos como la romería garantiza que “nuestro patrimonio cultural sigue muy vivo y con futuro”. En resumen, la fiesta de San Bartolomé en El Río cumple funciones que van más allá de la devoción religiosa: actúa como rito social que refuerza la solidaridad, ofrece un espacio de diversión comunitaria reglada (una “válvula de escape” de la rutina) y afirma la identidad colectiva mediante símbolos compartidos y narrativas comunes.
La fiesta en la actualidad
En la actualidad, las fiestas de San Bartolomé en El Río conservan su esencia tradicional a la vez que incorporan nuevas actividades acordes con los tiempos. Se celebran anualmente a finales de agosto, culminando siempre en torno al día 24 (día del santo). Por lo general, los festejos se extienden durante una o dos semanas con un programa variado de actos religiosos, folclóricos, gastronómicos y recreativos para todas las edades.
Entre los actos religiosos destaca la Función Solemne en honor al santo, que suele celebrarse el 24 de agosto al mediodía: una misa mayor en la parroquia de San Bartolomé, cantada por coros locales (por ejemplo, la Coral Santa María de la O del propio El Río) y acompañada de ritos especiales como la Misa Romera. En esta misa romera, los fieles acuden a veces ataviados con trajes típicos y, tras la eucaristía, se realiza la Ofrenda de productos de la tierra al santo patrono, amenizada por música folclórica. Finalizada la misa, suele tener lugar la Romería en honor a San Bartolomé: una colorida procesión popular donde carretas engalanadas, grupos folclóricos y vecinos recorren las calles del pueblo con cantos, bailes y reparto de comida y vino. Esta romería diurna devuelve a la fiesta un carácter campestre y comunitario; a lo largo del recorrido no faltan las parrandas (grupos de música tradicional) ni las degustaciones gratuitas de productos típicos ofrecidos por los romeros, generando un ambiente de hospitalidad y alegría.
Por la noche del día principal (24 de agosto), tiene lugar la Procesión Solemne con la imagen de San Bartolomé. El santo, portado en andas adornadas con flores, recorre lentamente las calles acompañado por autoridades religiosas y civiles, y por numerosos fieles que portan velas. Suele acompañar musicalmente alguna banda de cornetas y tambores invitada (en años recientes, por ejemplo, la banda de La Orotava). Al llegar la procesión de regreso al templo, se realiza un espectáculo de fuegos artificiales en honor al santo, iluminando el cielo de El Río en una demostración de devoción y celebridad que aúna lo sagrado y lo festivo. Cabe señalar que la pirotecnia en esta fiesta corre a cargo de reputadas empresas (Pirotecnia Hermanos Toste, etc.), manteniendo así una tradición muy arraigada en Canarias de “salvas” y fuegos para los santos patronos.
En el capítulo de actos populares, las noches de las fiestas están animadas por diversas verbenas y conciertos. Se instalan escenarios tanto en la plaza del pueblo como en el polideportivo local, donde actúan orquestas canarias de baile (Tropic, Maquinaria Band, etc. han participado en ediciones recientes) y también grupos modernos. De hecho, en 2024 se organizó por primera vez un Festival de Rock dentro de las fiestas de San Bartolomé, mostrando la apertura a nuevos géneros y al público joven. No faltan tampoco las galas donde se eligen las reinas, míster o romera mayor de las fiestas, eventos con música en vivo y participación de la comunidad. Durante el día, las actividades infantiles y familiares tienen gran protagonismo: se celebran el Día del Niño con castillos hinchables acuáticos y fiestas de la espuma para los más pequeños, concursos juveniles (por ejemplo, competiciones de break-dance u otros talentos), exhibiciones deportivas (torneos, cicloturistas, lucha canaria, etc. según el año) e incluso encuentros gastronómicos. Un evento reciente de gran acogida es la Cata de Vinos y Tapas, donde se ponen en valor los vinos de la Denominación de Origen Abona (comarca a la que pertenece Arico) maridados con tapas canarias, combinando así el aspecto festivo con la promoción de la cultura vitivinícola local.
La estructura organizativa de las fiestas recae en una Comisión de Fiestas del propio barrio, que cada año (o cada cierto tiempo) se renueva con vecinos voluntarios. Ellos, en coordinación con el Ayuntamiento de Arico, planifican el programa, recaudan fondos (mediante rifas, sorteos o galas) y decoran el pueblo. Al final de las fiestas, es costumbre realizar un acto de entrega de la bandera o testigo a la nueva comisión del año siguiente, reconociendo el trabajo de los organizadores salientes e impulsando la continuidad de la tradición.
Finalmente, la noche del último día festivo, se lleva a cabo el cierre con los elementos más característicos: la quema de “Pepito” y el baile de la escoba. La quema de Pepito, anunciada como “tradicional”, congrega a todos para prender fuego al muñeco en medio de fuegos y risas, poniendo un colofón catártico a las celebraciones. Acto seguido, el baile de la escoba (juego bailable donde se va eliminando parejas al sonar la música y quedar uno bailando con una escoba) añade un toque de humor final. Así, entre música, fuego y alegría, El Río se despide un año más de su patrón hasta la siguiente ocasión.
En síntesis, hoy en día la fiesta de San Bartolomé en El Río sigue siendo el evento central del calendario local. Combina misa y procesión solemne en honor al santo –recordando sus orígenes religiosos– con actividades festivas muy diversas pensadas para integrar a todos los sectores de edad. La esencia comunitaria y tradicional se mantiene (romería, ofrendas, folklore, Pepito), pero convive con innovaciones lúdicas. El resultado es una celebración viva y dinámica, donde la devoción, la cultura popular y la diversión se dan la mano para reforzar la identidad de este pueblo del sur de Tenerife.
Que buenvrelato de una fiesta de pueblo. Esa es la raíz que hay que tocar. Aquí, allí y en España entera donde hay sitio de sobra para convivir para ser distinto, para ser plural y para no perdernos en nacionalismos de baratillo que no hacen sino empobrecer la sociedad cada vez más.viva Sam Bartolomé y vivan las fiestas del RIO.