
Rosa Amor del Olmo
1. Orígenes de los samaritanos y su identidad
El pueblo samaritano surgió tras la caída del Reino de Israel (el reino del norte) en el año 722 a. C., cuando el imperio asirio conquistó Samaria y deportó a gran parte de su población. En el territorio quedaron israelitas rezagados, mientras los asirios repoblaron la región con colonos extranjeros procedentes de otras provincias de su imperio, como Cuta, Avva y Hamath.
La mezcla de israelitas con esos pueblos dio origen a una comunidad mestiza y sincrética: los nuevos habitantes adoptaron la adoración del Dios de Israel, pero conservaron elementos paganos. Con el tiempo, los judíos del sur (Judea) consideraron a los samaritanos como impuros y heterodoxos, llamándolos despectivamente cutheos o prosélitos de los leones, aludiendo a relatos antiguos que los describían como conversos forzados por el temor a las calamidades.
Los samaritanos, sin embargo, se consideraban descendientes legítimos de las tribus de Efraín y Manasés, hijos de José, y sostenían que habían conservado con pureza la Ley de Moisés (Torá). Cuando los judíos retornaron del exilio babilónico (siglo V a. C.) para reconstruir el Templo de Jerusalén, los samaritanos ofrecieron su ayuda, pero líderes como Esdras y Nehemías rechazaron la cooperación alegando motivos de pureza étnica y religiosa.
Ese rechazo, sentido como una humillación, marcó el inicio de un resentimiento profundo que se agravó con los siglos.

2. Diferencias religiosas y el templo rival del monte Gerizim
Con el tiempo, los samaritanos desarrollaron una identidad religiosa propia. Aceptaban únicamente el Pentateuco (los cinco libros de Moisés) como Escritura inspirada, rechazando los libros proféticos y sapienciales que los judíos incorporaron más tarde a su canon. Se autodenominaban “guardianes de la Ley”, en referencia exclusiva a la Torá.
Además, establecieron su centro de culto en el monte Gerizim, cerca de la antigua Siquem, convencidos de que era el verdadero lugar elegido por Dios para la adoración. Allí construyeron un templo rival del de Jerusalén, que para ellos representaba la fidelidad original a Moisés. Los judíos, por su parte, sostenían que solo el Templo de Jerusalén era legítimo, y consideraban el culto samaritano en Gerizim como una herejía.
En el año 128 a. C., el líder judío Juan Hircano I destruyó el templo de Gerizim y arrasó la ciudad de Samaria. Este acto dejó una huella imborrable en la memoria samaritana y consolidó el abismo religioso entre ambos pueblos.
3. Causas principales de la animosidad
a) Diferencias étnicas
Los judíos despreciaban a los samaritanos por su supuesto mestizaje con pueblos gentiles, considerándolos impuros y no pertenecientes al “pueblo escogido”.
b) Escrituras distintas
Los samaritanos se ceñían a la Torá y rechazaban los demás libros del canon judío. Los judíos veían esta postura como una herejía, mientras los samaritanos acusaban a los judíos de haber corrompido la Ley con añadidos posteriores.
c) Templos rivales
Los samaritanos veneraban el monte Gerizim como el verdadero lugar santo, mientras los judíos defendían Jerusalén. La destrucción del templo samaritano fue el punto culminante de la rivalidad.
d) Rechazos y agravios históricos
La exclusión de los samaritanos en la reconstrucción del Templo de Jerusalén fue un episodio decisivo. En represalia, los samaritanos intentaron obstaculizar las obras y elevaron denuncias ante las autoridades persas (Esdras 4:4–6). Siglos después, los judíos destruyeron su santuario. El resentimiento se perpetuó a través de maldiciones, disputas y propaganda religiosa de ambos bandos.
e) Provocaciones mutuas
Con el tiempo, ambos pueblos se ofendieron recíprocamente. Se acusó a los samaritanos de alterar los calendarios religiosos o de profanar el Templo de Jerusalén, y los judíos, por su parte, mantuvieron normas que prohibían el trato social o religioso con ellos.
f) Rivalidades políticas
Durante el período helenístico y romano, los samaritanos colaboraron con las potencias dominantes —como los reyes herodianos y el Imperio romano— mientras los judíos mantenían una actitud más nacionalista y rebelde. Esto aumentó la distancia y la desconfianza.
4. Relaciones en tiempos de Jesús
En el siglo I, la hostilidad seguía vigente. Los judíos evitaban pasar por Samaria, y el término “samaritano” se usaba incluso como insulto.
El Evangelio de Juan muestra esta tensión cuando la mujer samaritana del pozo de Jacob se sorprende de que Jesús, siendo judío, le pida agua, porque “judíos y samaritanos no se tratan entre sí”. Sin embargo, Jesús rompió las barreras culturales: dialogó con ella, le habló de la “agua viva” y le reveló su identidad como Mesías.
También, en la Parábola del Buen Samaritano, Jesús presentó como modelo de compasión a un samaritano, desafiando los prejuicios de su tiempo y enseñando que el amor al prójimo está por encima de las divisiones religiosas o étnicas.
5. Legado posterior y situación actual
Tras la destrucción del Segundo Templo (70 d. C.), la comunidad samaritana disminuyó notablemente, aunque sobrevivió en la región de Nablus (antigua Siquem) y en el monte Gerizim, donde continúa practicando su antigua liturgia.
Durante siglos, los prejuicios mutuos persistieron, pero la hostilidad abierta desapareció. Hoy, los samaritanos son una pequeña comunidad que mantiene sus ritos mosaicos y convive pacíficamente con sus vecinos judíos y palestinos.
La larga historia de enfrentamientos entre judíos y samaritanos ilustra las consecuencias del sectarismo religioso y el poder de los prejuicios históricos. Al mismo tiempo, los gestos de reconciliación —como los de Jesús en Samaria— siguen siendo recordatorios universales del valor del respeto y la compasión.















