Narcís Oller (1846-1930) el novelista que introdujo el naturalismo en Cataluña

Antonio Chazarra

… “Como l’ocell que deixa el niu,

aixi l’home que se’n va del seu indret”

Salvador Espriu

La modernidad no ha entrado en algunos. De hecho llevan mucho tiempo oponiendo una feroz resistencia. La España plural e inclusiva guarda como un tesoro sus lenguas, castellano, gallego, catalán y vasco. El nacionalismo españolista sigue siendo sordo, mudo y ciego a esa realidad.

El conservadurismo suele adoptar un ropaje envejecido y mohoso. Hace unos días, durante la Conferencia de Presidentes, Isabel Díaz Ayuso  abandonó la sala cuando los representantes de Euskadi o Catalunya intervinieron en sus respectivos idiomas, expresando, a su vez, un comentario despectivo hacia los “pinganillos”.  La derecha rancia sigue desprendiendo un “tufillo” mesetario y un desprecio hacia las lenguas que los Estatutos de Autonomía, denominan cooficiales.  

Hoy, quiero hablarles de Narcís Oller, un autor catalán que debido a la intransigencia, desinterés e incultura reinantes es, prácticamente desconocido, fuera de Cataluña. Está sumergido como tantos otros en una densa niebla de incomprensión.

Fue un hombre culto, cosmopolita, lleno de coraje que estaba al tanto de los movimientos culturales europeos. Con su novela “La papallona” (La mariposa),  que obtuvo un éxito notable, introdujo el naturalismo en Cataluña. Es de destacar que  cuando la obra se tradujo al francés, contó con un prologo de Émile Zola.

Hemos vivido de espaldas a lo que se publicaba en lengua catalana. Esto ha tenido, sin duda, un efecto empobrecedor y ha contribuido a crear falsos muros que impiden o dificultan el entendimiento. Estaba dotado de una perspicacia psicológica notable. Supo salir adelante venciendo la amargura y el desencanto que le producía la marginación de que fue objeto. Los mandarines de la cultura pueden hacer  y, de hecho hacen mucho daño.

Narcís Oller vivió, casi toda su vida en Barcelona. Una de las características de su obra es el dominio de la topografía de Barcelona y de las otras ciudades en las que residió,  resaltando sus gentes, sus calles, sus costumbres o la riqueza de sus paisajes. Desempeñó empleos administrativos y judiciales y fue un escritor observador, irónico y en el que puede apreciarse sin dificultad el “seny” catalán.

Algunos críticos e historiadores lo presentan como el máximo representante de la novela catalana. Era un espíritu sensible, receptivo hacia las nuevas ideas europeístas.

Hace tiempo que no se reeditan sus obras fuera de Cataluña. Este breve ensayo, tan sólo tiene la pretensión de darlo a conocer, si bien livianamente. Fue además, como comentaremos más adelante, un excelente traductor de algunos escritores notables de su época.

Su  obra más conocida es “L’Escanyapobres”  que se ha vertido al castellano como “El Usurero” y la “La febre d’or” (La fiebre del oro), que ha sido llevada al cine por Gonzalo Herralde  en 1993, protagonizada por Fernando Guillén. Fue un hombre introvertido, mas de fuerte carácter. Practicaba una obstinación contra la adversidad y no se dejaba vencer por el desaliento.

Vivimos un periodo lleno de vulgaridades, corrupciones y desprecio por la cultura. Precisamente por eso, hay que abrir el estrecho y tóxico horizonte para contemplar nuevas realidades del presente y del pasado. Narcís Oller tiene una prosa limpia y bien trabajada que se eleva por encima de lo confuso, ambiguo y de un costumbrismo ramplón.

Los recuerdos pueden y deben rescatarse mas sin caer en fáciles trampas. Los escritores en lengua catalana se veían impelidos a esquivar, tanto a Escila como a Caribdis.

Miguel de Cervantes en su “Viaje al Parnaso”, nos comenta que la vanagloria acompañada de sus dos sirvientas: la adulación y la mentira, suele tener un recorrido alicorto.

Narcís Oller supo dar pasos firmes con pies de plomo, mostrando así su inteligencia. En ese zambullirse en su tierra y  sus gentes,  radica en buena parte su carácter.  Sabe mostrar con habilidad el “reloj interno” que avisa y muestra el, para otros imperceptible, paso del tiempo.  

En sus páginas hay violencia, abusos, frustraciones, enfermedades y muerte… y también, el “peso” de la herencia en el comportamiento de alguno de los personajes. Es más, pone de relieve lo que podríamos denominar el rencor de clase y los síntomas de la decadencia de la burguesía.

Admiro a Galdós, no obstante, me parece oportuno señalar una polémica que mantuvo con Narcís Oller. Don Benito le escribió “Es tontísimo que usted escriba en catalán”. La respuesta es una prueba de madurez, inteligencia y amor a su tierra. Señalaba que escribe en catalán porque vive en Cataluña y se “empapa” de las costumbres y de la forma de expresarse de sus gentes. Añade, además, que no concibe expresar lo que dicen y piensan sus personajes, en otra lengua.

Es significativo que escribiera en revistas emblemática como “La Renaixensa”, “La Ilustració Catalana” y “L’Avenç”. Ese catalanismo era sin duda una opción.  Adoptarla le significó algunas adhesiones y contemplar cómo se le cerraban, no pocas puertas.

Su faceta como traductor es amplia. Trasladó al catalán obras de Isaac Pavlovsky, Goldoni, Alejandro Dumas, Tolstói…

Narcís Oller fue un intelectual receptivo a las corrientes de su tiempo. Supo trascender el realismo para adentrarse en el naturalismo. En su última etapa cultivó el modernismo. El momento histórico que le tocó vivir está lleno de contradicciones y marca el final de una época y el comienzo de otra. Me parece interesante destacar que Frederic Nietzsche,  cuando su salud mental le fallaba, en una calle de Turín, abrazado a un caballo… parece que pronunció la frase que le adentraba en “las puertas del infierno”: “La esperanza es el peor de los males, pues prolonga el tormento del hombre”.  

Admiró, sin lugar a ningún género de dudas, a Jacinto Verdaguer y Ángel Guimerá. Este fue uno de los motivos que le empujaron a escribir en catalán junto con el consejo de Josep Yxart.

Dicen de él que le gustaba sentarse en una mesa apartada, de uno de los cafés emblemáticos de la época, a veces solo, a veces con alguno de sus amigos. Esos testimonios nos dan noticia de un tipo simpático y comunicativo, lejos de la imagen de seriedad que le acompaña. Destacan, asimismo, que su mirada era intensa y escrutadora.

Me parece destacable el valor que siempre dio a la duda. La duda es una tentación en la que los escritores comprometidos con su tiempo, acostumbran a caer, huyendo así de posiciones rígidas y fundamentalistas. Su sentido común, le llevaba a intuir que la adulación es siempre engañosa y acostumbra a introducirse subrepticiamente a través de los resquicios de la vanidad. Dosificaba con habilidad la curiosidad y el asombro. Algunos de sus personajes son ridículos e histriónicos… y suelen servir de contrapeso a una realidad decadente.

Los escritores que viven, excesivamente pendientes del juicio de la historia, acostumbran a malograrse. Tal vez, por eso, solía presentarse con un rostro impávido como si de una máscara de actor griego se tratara.

Me gusta recordar que en Barcelona, cerca de la vía Augusta, hay un busto de Narcís Oller, realizado por el escultor Eusebio Arnau. Es una prueba de reconocimiento que  no debe pasar desapercibida. 

Para aquellos que quieran ampliar su conocimiento sobre Narcís Oller, es conveniente consultar sus “Memòries Literàries”  pese a que su deseo expreso fue el de restringir su consulta. Desde 1962circula una edición de la editorial Aedos publicada con carácter póstumo.

Entre sus obras de corte naturalista destaca, asimismo, “Pilar Prim” que resulta muy útil para conocer su visión descarnada, ácida y sin concesiones de algunos segmentos de la sociedad catalana de su tiempo.

Un escritor que pretende reflejar la realidad en que vive sabe que la novela es el mejor instrumento para tejiendo historias… mostrar lo que pasa.

No debemos ignorar, por más tiempo, la literatura en lengua  catalana. La España diversa y plural es mucho más rica que la visión monocorde y castradora que desprecia las obras en gallego, catalán y vasco, que por cierto, son también españolas.

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