
Observatorio Negrín-Galdós
Retahílas (1974) no es solo una novela de recuerdos: es una maquinaria dramática de reparación. En una única noche y dentro de una casa a oscuras, dos voces—Eulalia y Germán—ensayan una ética de la conversación que convierte la palabra en hilo: hilo que une fragmentos de vida, hilo que sutura la soledad y reordena la memoria. Con esta pieza, Carmen Martín Gaite inaugura su etapa de madurez: desplaza el realismo de la incomunicación hacia una narrativa de la interlocución, donde hablar y escucharse es ya un modo de vivir.
La escena y su sentido
El escenario es mínimo y fértil: un pazo gallego, la noche, una cortina que separa el salón del cuarto donde agoniza la abuela. Ese umbral de tela organiza toda la lectura: vida/muerte, pasado/presente, dentro/fuera, decir/callar. La casa—con sus cuartos, muebles, objetos—funciona como archivo afectivo; cada rincón despierta una memoria y pone en marcha el relato. El tiempo exterior queda suspendido: la noche actúa como cámara de resonancia para una vigilia de palabras que, al amanecer, habrá cambiado la relación de ambos con su propia historia.
Arquitectura: una conversación que se escribe a sí misma
La novela se arma con un Preludio y un Epílogo en tercera persona y, entre ambos, largos parlamentos alternos: Eulalia y Germán toman la palabra por turnos. No intercambian réplicas breves; hilvanan retahílas—de ahí el título—que cada cual recoge del último hilo dejado por el otro. Esta arquitectura consigue tres efectos:
- Oralidad verdadera. La prosa imita el fluir del habla: digresiones, repeticiones afectivas, muletillas. El lector se vuelve tercer interlocutor.
- Respiración musical. La alternancia de voces marca un ritmo—entradas largas, motivos que reaparecen, variaciones—que recuerda una partitura íntima.
- Autorreparación narrativa. Cada tramo reorganiza lo anterior: lo contado se corrige, se matiza, se completa. La forma es ya una terapéutica.
Dos voces, dos vectores

- Eulalia representa la relectura crítica de la biografía femenina en la España tardofranquista. Vuelve a la casa no para quedar presa del pasado, sino para reapropiarse de él: lo que fue mandato social (amor, matrimonio, familia, “lo decente”) se revisa con lucidez. No habla desde la queja, sino desde una autonomía en construcción.
- Germán encarna la juventud desorientada y sensible. Su desasosiego no es mero capricho: revela un desgaste de los moldes heredados. Con Eulalia encuentra no una figura materna, sino una igual interlocutora; esa simetría es clave en la desactivación de estereotipos de género y de edad.
Motivos: hilo, cortina, casa, voz
- El hilo. La metáfora vertebral. “Perder el hilo”, “recoger el hilo”, “dar carrete”: la novela piensa la vida como textil—se trama, se deshace, se vuelve a tejer.
- La cortina. No solo separa estancias; es símbolo de límite. A un lado, la agonía; al otro, la palabra que resiste.
- La casa. Heterotopía íntima: un espacio real cargado de densidad simbólica. Desván, corredor, salón: topografía de la memoria.
- La voz. Gaite no escribe diálogos de réplica ágil; compone monólogos dialogados donde la escucha pesa tanto como el decir. La voz no se impone: se ofrece.
La novela dramatiza lo que la propia autora formula ensayísticamente: la necesidad de un interlocutor. No se trata de un “yo” que se confiesa ante un muro, sino de un “yo” que se corrige en presencia de un “tú” significativo. De ahí que Retahílas sea menos una novela de confesión que una novela de co-autoría afectiva: Eulalia escribe (de palabra) a Germán y Germán reescribe a Eulalia al escucharla.
Dimensión histórica sin sermón
Nada de proclamas. La historia entra por capilaridad: la abuela moribunda condensa un orden que se extingue; la casa, la gramática de lo decible en una sociedad de silencios; la noche, el tiempo de excepción donde es posible hablar sin máscaras. La transición que anuncia Retahílas es doble: política (fin de una época) y poética (paso del realismo de la clausura a la conversación liberadora).
Comparaciones que iluminan
- Frente al gran monólogo velatorio de Cinco horas con Mario, aquí hay verdadero intercambio: ya no un yo que se descarga ante un muerto, sino dos presentes que se transforman al escucharse.
- Anticipa procedimientos que Gaite explotará después: la conversación nocturna con un visitante en El cuarto de atrás o el diálogo epistolar de Nubosidad variable. La línea es clara: la autora convierte formas de hablar (charla, carta, memoria compartida) en formas de novela.
Estilo: naturalidad trabajada
La aparente sencillez exige una gran destreza. La oralidad nunca cae en la mimesis plana: hay una economía de gestos (imágenes discretas, símbolos tenues), un oído fino para el registro coloquial y una dosificación de lo poético. La novela enseña que la intimidad no necesita estridencias: respira.
¿Qué añade Retahílas al conjunto gaiteano?
- Un giro ético: de la denuncia de la incomunicación (jóvenes provincianas vigiladas por la mirada social) a la práctica de la reparación por la palabra.
- Un modelo femenino activo: no la víctima resignada, sino la sujeta de su relato, que revisa el pasado para decidir su porvenir.
- Una forma perdurable: convierte la conversación en forma mayor de novela, senda que recorrerán sus títulos posteriores.
Cierre
Retahílas demuestra que se puede ensanchar el mundo sin salir de una sala en penumbra. Basta un tú que escucha de verdad. En el telar nocturno de esa conversación, Gaite nos entrega una imagen perdurable: la palabra como acción, como hospitalidad, como manera de estar en el mundo. Al amanecer, la muerte ha cumplido su rito tras la cortina; del lado de acá, la vida late más legible.
Bibliografía básica
- Carmen Martín Gaite, Retahílas. Seix Barral, 1974 (reeds. varias).
- — El cuarto de atrás. Destino, 1978.
- — Nubosidad variable. Anagrama, 1992.
- Miguel Delibes, Cinco horas con Mario. Destino, 1966.
- (Sobre la autora) Ensayos y entrevistas de Carmen Martín Gaite en torno a la interlocución y la memoria.