
Enrique Fraguas Amor
Eugène Henri Paul Gauguin, célebre pintor posimpresionista francés, vivió en 1887 una breve pero intensa aventura en el istmo de Panamá, durante el fallido intento francés de construir el Canal interoceánico. Atraído por la magia de los trópicos y en busca del “buen salvaje” lejos de la civilización occidental, Gauguin abandonó su vida burguesa en París y se lanzó a encontrar inspiración en tierras panameñas. Este episodio, aunque menos conocido que sus estancias posteriores en Tahití, marcó un giro en su vida personal y artística.
A finales del siglo XIX Panamá (entonces provincia de Colombia) se convirtió en el escenario de un ambicioso proyecto de ingeniería: la construcción de un canal interoceánico encabezado por Francia. Tras el éxito del Canal de Suez en 1869, la Compagnie Universelle du Canal de Panamá, impulsada por Ferdinand de Lesseps, inició en 1880 las obras para abrir una vía marítima entre el Atlántico y el Pacífico. Sin embargo, las condiciones en el istmo resultaron mucho más adversas de lo previsto. La densa jungla tropical, las lluvias intensas y las enfermedades como la malaria, la fiebre amarilla y la disentería diezmaron a la fuerza laboral. Para 1887, el proyecto enfrentaba serias dificultades financieras y recortes, aunque aún atraía a aventureros y trabajadores de distintas partes del mundo. En este contexto de febril modernidad industrial y colonial, llegaría Paul Gauguin buscando un nuevo comienzo.
Circunstancias personales del viaje de Gauguin

El viaje de Gauguin a Panamá se entiende mejor a la luz de su situación personal a mediados de la década de 1880. Tras haber disfrutado de una vida acomodada como agente de bolsa en París, Gauguin sufrió el colapso del mercado bursátil de 1882, lo que destruyó su seguridad financiera. Decidido a convertirse en pintor de tiempo completo, vio cómo su fama artística crecía lentamente pero sus ingresos desaparecían, al punto de pasar días sin comer. En una carta a su esposa Mette confesó: “Mi fama de artista crece cada día pero […] paso a veces hasta tres días sin comer […]. Quiero recuperar [mi energía] y me voy a Panamá para vivir como un salvaje”. Gauguin anhelaba escapar de la vida urbana que lo asfixiaba, buscando en tierras exóticas una existencia más pura y libre.
Inicialmente consideró destinos como Madagascar, pero finalmente se decidió por Panamá, en gran medida gracias a la esperanza de obtener trabajo allí a través de su cuñado Juan Uribe. Tenía ya un destino preciso en mente: Taboga, en el Golfo de Panamá, que representaba para él la promesa de una vida primitiva y autosuficiente. Con esta ilusión, Gauguin zarpó de Francia el 9 de abril de 1887 acompañado por su amigo y también pintor Charles Laval. Ambos artistas partían ahora en busca de inspiración en un mundo “auténtico” y alejado de la modernidad europea.
La experiencia en Panamá: llegada, trabajo y penurias
Llegada a Taboga: sueño y decepción. Gauguin arribó a la ciudad de Panamá el 30 de abril de 1887. Casi de inmediato se dirigió a la isla de Taboga, cumpliendo su plan de instalarse en aquel enclave tropical. Taboga —conocida como la “Isla de las Flores”— tenía una exuberante vegetación y un pequeño pueblo de pescadores, pero empezaba a transformarse en lugar de veraneo para ingenieros y empresarios del Canal. Gauguin esperaba hallar allí el paraíso virgen con el que soñaba, pero la realidad le provocó una decepción instantánea. Su contacto con la isla fue efímero y frustrante, hasta el punto de calificarlo luego como un “fracaso personal”.
Trabajo como obrero en el Canal. Desencantado de Taboga pero sin abandonar su meta de vivir en los trópicos, Gauguin decidió dirigirse de nuevo al continente para conseguir fondos que le permitieran seguir viaje hacia otro destino más prometedor. Dejó temporalmente los pinceles y se empleó como obrero en las obras del Canal de Panamá, literalmente a “picar piedra” para la Compagnie Universelle du Canal. Según contó a Mette, logró un puesto con un salario de 150 piastras al mes, con la idea de ahorrar dinero y luego marcharse a Martinica. Su rutina era agotadora: “Tengo que cavar desde las cinco y media de la mañana hasta las seis de la tarde bajo el sol de los trópicos y con lluvia todos los días; y por la noche me devoran los mosquitos”, relató.
Durante su estancia en Panamá también tuvo roces con la disciplina local: en un incidente fue arrestado y multado por orinar en la vía pública. Mientras tanto, su compañero Charles Laval sobrellevó mejor la situación: optó por pintar retratos por encargo de algunos oficiales del Canal para ganarse la vida. Gauguin, en cambio, se negó a pintar por dinero retratos de estilo académico, prefiriendo soportar la fatiga física antes que comprometer su visión artística.
Enfermedad y partida a Martinica. La experiencia panameña de Gauguin fue tan intensa como breve. Apenas dos semanas después de haber empezado a trabajar en el Canal, la compañía francesa ordenó suspender gran parte de las obras y realizar despidos masivos. Como recién llegado, estuvo entre los primeros en ser despedidos, quedándose sin sustento casi de inmediato. Sin poder reunir el dinero que esperaba y con su salud seriamente resentida, no tuvo más remedio que abandonar Panamá mucho antes de lo planeado. Tras cinco semanas en el istmo, Gauguin y Laval tomaron un barco rumbo a Martinica a finales de junio de 1887. Se marchó llevando consigo no el idílico recuerdo de un paraíso tropical, sino los estragos físicos de la aventura: había contraído difteria y malaria durante su estancia.
Influencia en su visión artística y obra posterior
Aunque la estancia de Gauguin en Panamá fue corta y desafortunada, ejerció una influencia significativa en su rumbo creativo. En primer lugar, reforzó su convicción de que el artista debía alejarse de la civilización occidental para reencontrar las fuentes primitivas del arte. Panamá fue su primer contacto directo con el mundo tropical y con la idea del “arte primitivo” que andaba buscando. Si bien no halló en el istmo el edén que imaginaba, la experiencia le sirvió de catalizador: le hizo ver con claridad que su ansiado “paraíso de color, naturaleza y exotismo” no estaba allí, empujándolo a buscarlo más lejos. Esa búsqueda continuó inmediatamente en Martinica, donde pintó paisajes tropicales llenos de colores vibrantes, vegetación exuberante y escenas de la vida isleña. Obras como Paisaje de Martinica (1887) muestran ya un punto de inflexión estilístico, con formas simplificadas y colores planos, anticipando el simbolismo que desarrollaría en la Polinesia.
La huella de Panamá se percibe más en la evolución temática y filosófica de Gauguin que en obras concretas realizadas allí. El desengaño agudizó su rechazo a la modernidad materialista y su anhelo de autenticidad primitiva. Esa actitud impregnó sus viajes posteriores, culminando en Tahití y las Marquesas, donde creó sus cuadros más famosos.
La estancia de Paul Gauguin en el Canal de Panamá fue un capítulo breve, turbulento y decisivo en su vida. En apenas unas semanas de 1887 pasó de la ilusión utópica a la dura realidad: trabajó como obrero en un megaproyecto colonial, enfermó en la jungla y vio truncado su sueño tropical inicial. No obstante, de ese fracaso extrajo lecciones que orientaron su trayectoria. Panamá le proporcionó la experiencia vital que cimentó su rechazo a la sociedad burguesa y su búsqueda del paraíso perdido en otras latitudes. Fue, en definitiva, el punto de partida de una odisea artística que lo llevaría a Martinica, luego a la Polinesia y a convertirse en uno de los artistas más influyentes del posimpresionismo.
Referencias
- Cartas de Paul Gauguin a Mette, abril-junio de 1887.
- Artículos de prensa sobre la vida y viaje de Gauguin en Panamá.
- Investigaciones recientes y testimonios recogidos en torno a la construcción del Canal Francés y la estancia del pintor.