
José Luis Fraguas
Azorín –seudónimo de José Martínez Ruiz– fue uno de los periodistas y escritores más influyentes de la España de comienzos del siglo XX. Miembro de la Generación del 98, destacó por un estilo periodístico impresionista y reflexivo, marcado por la claridad, la brevedad y una prosa cuidada que elevaba el periodismo a la categoría de literatura. A lo largo de más de seis décadas escribió miles de artículos en periódicos tan importantes como ABC y El Imparcial, convirtiéndose en maestro de periodistas y en referente de la prensa española de su época. Su trayectoria como cronista y articulista evolucionó desde un joven rebelde anarquista hasta un columnista consagrado, siempre fiel a una voz personalísima que dejó una huella profunda en generaciones posteriores.
Breve apunte del periodismo en la época de Azorín
El tránsito del siglo XIX al XX fue un período de efervescencia periodística en España. Los diarios y revistas se multiplicaron, y la figura del articulista o cronista literario cobraba gran protagonismo en la vida cultural. En aquel tiempo, escribir en prensa era casi un deber para los intelectuales: las tertulias de café, las polémicas en artículos y los debates en papel definían la discusión pública. La prensa de la época a menudo estaba vinculada a corrientes políticas –diarios republicanos como El País o El Progreso, frente a cabeceras monárquicas como ABC. En ese ambiente, los escritores del 98 renovaron el periodismo dotándolo de calidad literaria y de un afán regeneracionista: querían hacer literatura en el periodismo y a la vez emplear la prensa como vehículo para reflexionar sobre la identidad nacional y los problemas de la España de su tiempo.
Inicios y evolución de su carrera periodística
José Martínez Ruiz nació en 1873 en Monóvar (Alicante). Desde joven colaboró en publicaciones locales y adoptó diversos seudónimos (Fray José, Juan de Lis, Ahrimán, Cándido), evidenciando ya una sensibilidad inconformista. Con 23 años se trasladó a Madrid, donde se abrió paso en la prensa republicana y comenzó a firmar como “Azorín”. En torno a 1900, junto a Baroja y Maeztu, integró el llamado “Grupo de los Tres”, germen de la Generación del 98.
Sus primeros textos eran panfletarios y combativos, cercanos al anarquismo. Sin embargo, pronto fue moderando su tono. La etapa de madurez arranca con su colaboración en El Imparcial y con su célebre serie de crónicas manchegas recogidas en La ruta de Don Quijote (1905). En ellas se aprecia ya el estilo que lo haría inconfundible: frases breves, descripciones minuciosas y evocaciones líricas. Ese mismo año publicó La Andalucía trágica, conjunto de artículos de denuncia social sobre los jornaleros andaluces, que revelan su preocupación por la miseria rural.
En 1905 comenzó también a colaborar en ABC, diario en el que escribiría durante más de sesenta años. Allí cultivó la crónica parlamentaria, renovando un género hasta entonces rígido y mecánico: en lugar de limitarse a transcribir debates, Azorín retrataba el ambiente, los gestos de los diputados, las conversaciones de pasillo. Posteriormente ejerció como corresponsal en Francia durante la Primera Guerra Mundial y más tarde se convirtió en uno de los grandes articulistas de referencia en la España del siglo XX.
Estilo periodístico
Azorín defendía que el periodista debía ser breve y claro. Su prosa se caracteriza por frases cortas, limpias, de ritmo pausado y precisión léxica. Rescataba vocablos castizos y prefería siempre la sencillez expresiva a la retórica hueca. Su estilo suele describirse como impresionista: como un pintor, trataba de captar una impresión fugaz a través de un detalle significativo. A menudo un objeto, un rincón de pueblo o una escena mínima servían como trampolín para reflexiones más hondas sobre el tiempo, la memoria o la esencia de España.
Esa combinación de observación minuciosa y meditación nostálgica convierte sus crónicas en piezas literarias de pleno derecho. Azorín elevó lo cotidiano a la categoría de símbolo, logrando que lo vulgar apareciera ennoblecido por su mirada.
Temas recurrentes
- Paisaje y España rural: fue un maestro en la descripción de Castilla, La Mancha o su Levante natal. Su sensibilidad hacia los colores, las luces y la quietud de los pueblos creó un imaginario de la España eterna.
- La vida cotidiana y el paso del tiempo: le fascinaba lo humilde –una calle al amanecer, un objeto antiguo, una costumbre popular–, que convertía en ocasión de reflexión sobre la fugacidad.
- La cultura y los clásicos: dedicó muchos artículos a Cervantes, Lope, Quevedo o Larra, contribuyendo a difundir la literatura clásica entre los lectores. También rescató figuras olvidadas como Rosalía de Castro o El Greco.
- La política y la sociedad: desde sus crónicas parlamentarias hasta sus denuncias sociales de principios de siglo, ofreció un retrato humano de la política española y sus contradicciones.
Influencia y legado
Azorín es considerado uno de los grandes maestros del periodismo literario en lengua española. Escribió miles de artículos y, sobre todo, marcó un canon estilístico basado en la claridad, la concisión y la atención a lo cotidiano. Muchos columnistas posteriores, como Julio Camba o Josep Pla, se reconocieron deudores de su manera de observar y narrar. Fue pionero del periodismo de inmersión y del reportaje literario, y demostró que la crónica podía ser también arte.
Su legado es doble: por un lado, un ejemplo de rigor y sencillez en el uso del idioma; por otro, una concepción del periodismo como testimonio íntimo de una época. Azorín, discreto pero constante, nos enseñó que la literatura y el periodismo pueden fundirse en un mismo gesto de contemplación y escritura.














