
Madrid, diciembre 25 de 1886
De algún tiempo acá, todo lo que sea estrechar las relaciones de España con América despierta aquí un interés que pronto se convierte en entusiasmo.
La Sociedad llamada Unión Ibero-Americana, formada con el objeto de fomentar la fraternidad entre españoles y americanos, cuenta entre sus socios a personas distinguidísimas, ha realizado trabajos de mucha importancia, y ha logrado que se constituyan en diferentes capitales de las Repúblicas del Nuevo Mundo
≪Sociedades correspondientes ≫. Para celebrar el establecimiento de la de Méjico, tuvo lugar en el día de ayer una sesión, que más que sesión fue hermosísima fiesta, a la cual concurrieron todos los representantes de las naciones hispanoamericanas, muchas damas elegantes y un público tan numeroso como escogido. Como los honores de la reunión eran para Méjico, ocupaba lugar preferente en la mesa presidencial el ministro plenipotenciario de aquella nación, general Riva Palacio, que no hace mucho presento sus cartas credenciales a la Reina Regente. Este ilustre diplomático es poeta distinguidísimo, y ayer demostró ser también orador notable. Tanto el discurso del representante mejicano como el del señor Cánovas del Castillo y el del señor Moret, que presidia, fueron elocuentísimas apologías de la fraternidad hispanoamericana, y excitaciones vehementes a la concordia de todos aquellos pueblos que se derivan de un mismo tronco. Profundas observaciones
históricas hay en el discurso del insigne pensador y político señor Cánovas del Castillo. Concluyo diciendo: “Aquí, en esta tierra española, donde los hispanoamericanos han logrado ser independientes y extranjeros, desde el punto de vista político, jamás ha logrado ninguno de ellos, si es que lo ha pretendido, que nosotros, en el trato común, le tratemos como extranjero”.
Muy hermoso fue el discurso del representante de Méjico: La historia de las repúblicas americanas, dijo, comienza en la cuna del primer niño que nació de la unión del español con la india. Es un error histórico comprenderlo de otra manera. El suelo presentaba como un hermoso tálamo para la unión de estas dos razas. En el hermoso Continente americano, que divide dos Océanos, fueron a fundirse ambas razas; allí nació la americana, que participa del espíritu de estos dos cuerpos, y que tan unida se halla a España por el idioma y la religión.
El señor Moret, por último, expreso las ideas de fraternidad con aquella facundia prodigiosa, aquella galanura y riqueza de matices que le son propias: “Cuando los niños, dijo entre otras muchas cosas, llaman a su madre con el mismo acento con que los nuestros llaman a la suya; cuando si ellos ruegan a Dios es con oraciones españolas, y cuando para marcar el sitio donde mueren sus héroes lo marcan con la lengua de Cervantes, estas tres grandes cosas: lengua, familia y religión, son un lazo que no podrá romperse a través de las vicisitudes de la historia, y que nos llevara a la federaron, y digo federación, porque cuando se trata de unión se piensa que es algo así como forzar las voluntades”.
Hace apenas tres años sonó esta idea en Londres, y hoy es un hecho la federación de los Estados que hablan la lengua inglesa. Hoy suena esta palabra aquí, entre nosotros, y lo que queremos es unir, enlazar fraternalmente estos Estados americanos con nosotros. No puedo dar sino una idea muy ligera de estos hermosos discursos, porque no tengo espacio para otra cosa. La fiesta, en resumen, ha sido agradabilísima, y es conveniente que se repita, en la seguridad de que esta clase de manifestaciones de concordia, estas esperanzas de un porvenir de amistad inalterable,
de relaciones fecundas, han de tener feliz acogida así en España como en América.