
Retrato de Gertrudis Gómez de Avellaneda (1814-1873), escritora romántica nacida en Cuba, autora de la novela Sab (1841), pionera en abordar la esclavitud y la opresión de la mujer en el siglo XIX.
Contexto histórico y literario de Sab
Gertrudis Gómez de Avellaneda escribió Sab en 1841, en pleno Romanticismo, tras haber emigrado de Cuba a España en 1836. La novela está ambientada en la Cuba colonial de las décadas de 1820-1830, cuando la economía azucarera dependía de mano de obra esclava (unos 400.000 esclavos en la isla). Cuba seguía bajo dominio español y, aunque el movimiento abolicionista internacional cobraba fuerza –Gran Bretaña ya había abolido la esclavitud en sus colonias en 1833 e instaba a España a frenar el tráfico de esclavos–, la esclavitud persistía como base del sistema socioeconómico colonial. En este contexto, Sab emerge como una obra transgresora: la primera novela antiesclavista publicada en lengua española, adelantándose incluso una década a La cabaña del tío Tom de Harriet Beecher Stowe. Avellaneda, que provenía ella misma de una familia criolla esclavista, rompió con los valores establecidos al retratar con simpatía y dignidad a un esclavo mulato –dotándolo de virtudes e instrucción “propias” de un blanco– y al mismo tiempo criticar abiertamente las injusticias de la colonia. Esta audacia temática se inscribe en el espíritu del Romanticismo hispano, movimiento que en España y Latinoamérica dio cauce a visiones rebeldes contra el orden social, exaltación del sentimiento y la búsqueda de libertad.
Literariamente, Sab se enmarca en la estética romántica, aunque con atisbos de crítica social que preludian a la novela realista. Avellaneda conjuga recursos narrativos variados: descripciones líricas de la naturaleza cubana, diálogos y monólogos emotivos, e incluso fragmentos epistolares. La novela está narrada en tercera persona, con un ritmo variable que alterna momentos vertiginosos y pasajes pausados y reflexivos. Se estructura en 17 capítulos (11 en la primera parte y 6 en la segunda), más una conclusión y un epílogo. Cada capítulo se abre con un epígrafe o lema, al modo romántico, anticipando el tono emocional del episodio. Este aparato formal romántico sirve de vehículo a un contenido innovador y polémico para su época: un alegato contra la esclavitud y, de forma paralela, una crítica a la condición subordinada de la mujer. La acción se sitúa en la región de Puerto Príncipe (actual Camagüey, Cuba), tierra natal de la autora, cuyos paisajes y costumbres son recreados con nostálgica idealización desde la distancia (Avellaneda la escribió ya instalada en España). En suma, Sab nace en un momento histórico convulso –con debates sobre la abolición y los derechos de las colonias– y dentro de un movimiento literario proclive a la emotividad y a la denuncia de las cadenas (físicas y morales) que oprimen al individuo.
Personajes principales, argumento y estructura narrativa
El núcleo argumental de Sab es la historia de un amor imposible que permite a la autora desenmascarar las jerarquías raciales, económicas y de género de su tiempo. Sab, el personaje epónimo, es un joven esclavo mulato perteneciente a la hacienda del rico hacendado Don Carlos de B… (Bellavista). Educado e inteligente, Sab ha sido criado casi como miembro de la familia, lo que le otorga una sensibilidad y cultura inusuales en su condición. Está secretamente enamorado de Carlota, la hija de su amo, una hermosa criolla blanca que desconoce los sentimientos de Sab hacia ella. Carlota, a su vez, ama a Enrique Otway, un ambicioso comerciante inglés recién llegado a Cuba. Enrique, instigado por su padre Jorge Otway, corteja a Carlota principalmente atraído por su dote y la fortuna azucarera de su familia, pues los Otway buscan reflotar su maltrecha situación económica mediante un buen matrimonio. Completan el elenco principal Teresa, la prima pobre de Carlota, una joven inteligente pero poco agraciada físicamente, y el propio Don Carlos, padre de Carlota, propietario ilustrado pero partícipe del orden esclavista.
La trama avanza mostrando las tensiones entre el amor y el interés. Carlota desafía inicialmente la oposición de su familia a su compromiso con Enrique –no bien visto por ser extranjero y de origen humilde–, imponiendo su deseo de casarse por amor. Enrique, sin embargo, oscila entre su atracción por Carlota y la codicia inculcada por su padre; cuando Don Carlos sufre un revés financiero que reduce la dote de Carlota, Enrique considera romper el compromiso para no “cometer la locura de casarse con la hija de un criollo arruinado”. Sab, testigo lúcido de la bajeza moral de los Otway, toma entonces una decisión sacrificada: entrega en secreto a Carlota un billete de lotería con el que ha ganado un gran premio, asegurando así que ella recupere su fortuna perdida. Gracias a este regalo anónimo de Sab, Enrique finalmente se casa con Carlota, al saber que la familia de ella vuelve a tener una cuantiosa suma. En el mismo momento de la boda, consumado su sacrificio y sin esperanzas para su amor, Sab muere de pena (algunos lectores interpretan que literalmente fallece de tristeza, quizás simbólicamente “de amor”).
La novela concluye con un epílogo revelador y crítico. Tiempo después del matrimonio, Carlota descubre la verdadera naturaleza interesada de su marido Enrique y las intrigas de la familia Otway. Arrepentida y desengañada, Carlota lee la carta póstuma que Sab había dejado a Teresa. En esa carta, Sab no solo declara su amor eterno y sacrificado, sino que lanza una profunda reflexión social: compara la situación del esclavo con la de la mujer casada, ambas víctimas encadenadas de un orden injusto. Carlota, que al inicio de la historia aparecía como inocente y feliz, termina convertida en una figura trágica, atrapada en un matrimonio sin amor y consciente demasiado tarde de las verdades que la rodeaban. Teresa, por su parte, que siempre amó en silencio a Enrique, acaba ingresando en un convento, único refugio respetable para una mujer soltera de la época. Así, la estructura narrativa de Sab –con su desenlace amargo y su epílogo reflexivo– refuerza el mensaje crítico: tras el melodrama romántico se revela una denuncia social contra las cadenas de la esclavitud y las convenciones que oprimen a los más débiles.
Denuncia del sistema esclavista colonial
Como novela abolicionista, Sab expone crudamente la realidad de la esclavitud en la sociedad cubana decimonónica y cuestiona sus fundamentos morales. Avellaneda pinta la vida en las plantaciones azucareras con realismo y compasión, mostrando la dependencia de la economía isleña del trabajo forzado de los africanos y sus descendientes. A través del personaje de Sab –un esclavo mulato de “espíritu refinado” y elevado carácter– la autora pone de manifiesto la humanidad e inteligencia de quienes eran considerados simples propiedades. Sab encarna un alegato viviente contra el prejuicio racial: su nobleza interior contrasta con la mezquindad de Enrique Otway, hombre blanco obsesionado por el dinero. Esta inversión de estereotipos fue innovadora e incómoda en su época. La novela describe escenas donde Carlota, compadecida, reparte limosnas a los esclavos del ingenio y se duele de que “comen tranquilamente el pan de la esclavitud” mientras sus hijos “nacen esclavos… y los ven vender como bestias”. Tales pasajes evidencian la crítica moral de Avellaneda hacia una sociedad que acepta como normal la compraventa de seres humanos.
Es importante señalar que, si bien Sab es un alegato contra la esclavitud, refleja también las contradicciones de su tiempo. Avellaneda idealiza a su protagonista esclavo presentándolo con cualidades consideradas “propias de un blanco” culto, como señalaba la crítica literaria posteriormente. La autora muestra compasión por los esclavos pero, al igual que otros abolicionistas tempranos, no llega a plantear en la novela una emancipación inmediata o rebelión abierta de los esclavizados. De hecho, la reivindicación de las razas oprimidas se plantea de forma emotiva más que política. No obstante, el mensaje es claro y audaz para 1841: Sab denuncia la injusticia intrínseca de la esclavitud y su degradación tanto para víctimas como para verdugos. La obra fue reconocida después como la primera novela antiesclavista publicada en español, situando a Avellaneda a la vanguardia de una literatura comprometida con los derechos humanos. No es de extrañar que las autoridades coloniales percibieran su potencial subversivo: en 1845 la censura española prohibió la entrada de ejemplares de Sab en Cuba “por contener doctrinas subversivas del sistema de la esclavitud… y contrarias a la moral y buenas costumbres”. La novela no pudo publicarse en la isla hasta 1914, décadas después de abolida la esclavitud, reflejo del temor que inspiraba su mensaje en el contexto colonial.
En comparación con otras novelas antiesclavistas del siglo XIX, Sab ocupa un lugar pionero. En la misma Cuba, circulaban manuscritos como Francisco (1839) de Anselmo Suárez y Romero –historia de amor trágico entre esclavos, considerada el primer alegato antiesclavista hispanoamericano–, pero estas obras no se publicaron abiertamente en su momento. Años más tarde, Cirilo Villaverde publicaría Cecilia Valdés (parte I en 1839, versión definitiva en 1882), otra novela cubana que denuncia la sociedad esclavista a través de la tragedia personal de una joven mulata. Fuera del ámbito hispano, la célebre novela abolicionista de H. B. Stowe (Uncle Tom’s Cabin, 1852) conmovería al mundo con su representación de la esclavitud en Estados Unidos. Avellaneda se adelantó a todas ellas en darle forma novelística a la protesta contra la esclavitud, aunque su enfoque mezcla la sensibilidad romántica con la indignación moral. Sab comparte con estas obras decimonónicas el uso de un relato sentimental para despertar la empatía del lector hacia el oprimido, estrategia común en la literatura reformista de la época. La diferencia es que Avellaneda entrelaza esa denuncia con otra causa igualmente avanzada para su tiempo: la emancipación de la mujer.
Feminismo temprano y crítica a la opresión de la mujer
Además de su contenido antiesclavista, Sab se destaca por su perspectiva proto-feminista, inusual en 1841. Avellaneda utiliza el destino de sus personajes femeninos y explícitas reflexiones narrativas para cuestionar la situación de la mujer en la sociedad patriarcal. La novela sugiere un paralelismo radical entre la esclavitud y el matrimonio decimonónico. En el epílogo, Sab declara en su carta póstuma: “¡Oh, las mujeres! ¡pobres y ciegas víctimas! Como los esclavos ellas arrastran pacientemente su cadena y bajan la cabeza bajo el yugo de las leyes humanas… El esclavo, al menos, puede cambiar de amo… pero la mujer, cuando levanta sus manos… para pedir libertad, oye al monstruo… que le grita: ‘en la tumba’”. Esta impactante comparación –una mujer casada solo encuentra la libertad en la tumba, a diferencia del esclavo que aún puede aspirar a comprar su manumisión– constituye uno de los alegatos feministas más tempranos de la literatura en español. Avellaneda está afirmando que el matrimonio, tal como se concebía en su época, convierte a la mujer en una esclava de por vida de su marido, sin autonomía legal ni económica propia.
A lo largo de la novela, se evidencian las limitaciones de las mujeres de la clase acomodada. Carlota representa el destino “ideal” según los cánones sociales: casarse con un hombre de buena posición, única vía para realizarse. Sin embargo, la autora desenmascara esa idealización mostrando que el matrimonio de Carlota es en realidad una transacción económica: Enrique y su padre solo valoran en ella el dinero que aporta. Avellaneda denuncia así “la institución del matrimonio basada en una relación económica en la que la mujer tiene que traer al hombre dinero para ser digna de interés”. Por su parte, Teresa encarna la otra opción de la mujer decimonónica que no entra en el mercado matrimonial: es una “pariente pobre” a la que ningún hombre pretende, y cuyo destino será el convento. Teresa, inteligentísima y sensible, es consciente de su falta de perspectivas por ser mujer sin dote ni belleza; su ingreso al convento es presentado como una forma de exilio forzado por las convenciones sociales. Así, entre Carlota y Teresa, la novela muestra los dos únicos caminos socialmente aceptables para una mujer: esposa o monja, en ambos casos bajo obediencia y sin proyecto propio.
La crítica de Avellaneda se extiende a cómo la sociedad patriarcal infantiliza a la mujer y le niega educación amplia. En Sab, el padre de Enrique afirma cínicamente que una esposa sólo necesita ser “útil a su marido en el plano económico, como el esclavo lo es para su amo”. De modo análogo, Enrique cuestiona que a Sab se le haya dado educación: “¿para qué necesita talento y educación un hombre destinado a ser esclavo?”. Estas líneas establecen un paralelismo claro: tanto la mujer casadera como el esclavo son confinados a roles predeterminados, y cualquier talento o virtud personal es declarado inútil para ellos por el orden social. Avellaneda, con estas comparaciones, expone la raíz común de ambas opresiones: un orden patriarcal que reduce a seres humanos a objetos de intercambio (la mujer como “adquisición” del marido, el esclavo como propiedad del amo). Tal como resume una crítica contemporánea: Sab “constituye una protesta contra la esclavitud del negro y de la mujer; una subversión del orden patriarcal”. No es casual que esta novela haya sido calificada por estudios modernos como “la única novela feminista-abolicionista publicada por una mujer en la España del siglo XIX o en su colonia esclavista, Cuba”.
Resulta notable que Avellaneda, con solo 27 años al publicar Sab, se adelantó en décadas a debates sobre la emancipación femenina. Si bien ella misma suavizó posteriormente el radicalismo de su novela –añadiendo en ediciones posteriores un prólogo donde atribuía sus ideas a la “exaltación generosa” de la juventud, e incluso excluyendo Sab de sus Obras Completas a finales de su vida–, el texto habla por sí mismo. En Sab subyace la convicción de que la mujer debería ser “dueña de sí misma” en una sociedad con espacio para ella más allá de ser esposa y madre. Esta idea, en pleno siglo XIX, era sumamente avanzada. La propia Avellaneda vivió de forma inusual para su época –rechazó un matrimonio convenido a los 14 años, sostuvo romances y una carrera literaria independiente–, encarnando en vida cierta rebeldía e inconformismo que también impregna sus obras. Sab, en definitiva, no solo denuncia la tiranía esclavista, sino también la “tiranía simbolizada por el matrimonio” sobre la mujer. Por ello, Avellaneda es considerada hoy una precursora del feminismo hispánico, y su filosofía de tratar a la mujer como ser libre e independiente se vislumbra ya en esta novela pionera.
Sab en el Romanticismo y comparación con otras novelas decimonónicas
La novela Sab se inscribe de lleno en la estética y valores del Romanticismo, a la vez que dialoga con otras obras de su siglo que combinan pasiones individuales con crítica social. Como buena obra romántica, Sab exalta la naturaleza y los sentimientos profundos: abundan en la narración las descripciones del paisaje tropical cubano, selvas y llanos que sirven de telón de fondo emocional (la pintura del paisaje es de hecho muy celebrada en la novela). La sensibilidad romántica aflora también en los caracteres idealizados: Sab es un héroe noble y generoso, dotado de virtudes extraordinarias; Carlota, una joven pura y virtuosa; ambos en contraste con villanos más caricaturescos como Enrique y su codicioso padre. Esta tendencia a representar personajes arquetípicos (el héroe virtuoso o el villano avaro) y a enfatizar el sentimiento por encima del análisis racional es propia del Romanticismo. Asimismo, el amor imposible entre Sab y Carlota, impedido por convenciones sociales insalvables, es un tema eminentemente romántico. La obra explora el conflicto entre la pasión individual y los obstáculos impuestos por la sociedad, un tema caro a novelas románticas tanto en Europa como en América (por ejemplo, María de Jorge Isaacs, en Hispanoamérica, narraría décadas después otro amor truncado por las circunstancias sociales).
Sin embargo, Sab también se aparta de la novela romántica sentimental típica al introducir una fuerte conciencia social. A diferencia de muchos romances decimonónicos centrados únicamente en vicisitudes amorosas, Avellaneda utiliza el romance para rechazar ideas establecidas de la época respecto a la esclavitud, la religión, el dinero y el papel de la mujer. En este sentido, Sab se puede comparar con las llamadas novelas sociales o novelas de tesis que florecerían en la segunda mitad del siglo XIX, en las que la trama sirve para ilustrar y criticar problemas sociales (por ejemplo, las novelas antiesclavistas estadounidenses como Uncle Tom’s Cabin o las novelas naturalistas que denunciaron la situación de la mujer, como La hija del juez en Latinoamérica, etc.). Avellaneda fue precursora al integrar mensaje social con forma novelesca romántica. De hecho, la simbiosis entre abolicionismo y feminismo que logra Sab es única en su contexto: como señala la crítica Catherine Davies, Sab es “la única novela feminista-abolicionista” de una autora hispana en el siglo XIX. Otras escritoras contemporáneas, como George Sand o George Eliot (con quienes a veces se la compara) abordaron temas de independencia femenina o justicia social, pero ninguna combinó exactamente ambos frentes como lo hizo Avellaneda en Sab.
Cabe mencionar que Sab tuvo un precursor literario en idioma francés: Victor Hugo, exponente del Romanticismo francés, publicó en 1826 Bug-Jargal, una novela juvenil ambientada en la rebelión de esclavos de Haití, que también narraba la amistad entre un esclavo negro heroico y un oficial blanco. Aunque es posible que Avellaneda conociera esta obra (hay alusiones a lo “legendario” e indígena en Sab que recuerdan a las lecturas románticas populares), la cubana dio un giro propio a la temática al introducir la perspectiva de género. En España, Sab fue una rareza temática en su momento, pues la novela peninsular romántica (Larra, Trueba, incluso Bécquer) no abordaba temas tan polémicos; solo más adelante, con autores realistas como Galdós o Pardo Bazán, se vería un empuje similar para criticar la sociedad. En Hispanoamérica, Sab abrió camino a las novelas criollas que retratarían las injusticias del régimen colonial y las tensiones de raza y clase (por ejemplo, Cecilia Valdés mencionada antes, o Aves sin nido en Perú un poco después, que denunció la opresión indígena). De este modo, Sab está en diálogo tanto con el Romanticismo literario –por su estilo emotivo y su énfasis en la libertad del individuo– como con la incipiente novela social del siglo XIX, que usa la ficción como espejo crítico de la realidad.
Recepción crítica, censura y reivindicación posterior
La recepción de Sab en su época estuvo marcada por la incomprensión y la censura más que por el aplauso abierto. Publicada en Madrid en 1841, la novela dio a conocer a Avellaneda en círculos literarios españoles, pero su contenido controvertido limitó su difusión. En la crítica literaria peninsular del momento, Sab pudo haber sido leída simplemente como una novela sentimental exótica, sin que se profundizara públicamente en su potente mensaje social –recordemos que en España la esclavitud se percibía como un asunto colonial lejano, y las reivindicaciones feministas apenas existían en el discurso público–. En Cuba, como ya se indicó, la obra fue prohibida por las autoridades; los censores reconocieron inmediatamente su carácter subversivo en materia de esclavitud y moral social. Esta prohibición hizo que Sab circulara de forma muy limitada en el siglo XIX, casi clandestinamente. No fue hasta 1914, mucho después de la muerte de Avellaneda, que se permitió una edición cubana, en plena época republicana y ya sin el “fantasma” de la esclavitud presente. En su tiempo, por tanto, Sab no logró influir en los debates públicos como sí lo harían otras obras abolicionistas en sus respectivos países (v.g. La cabaña del tío Tom en Estados Unidos). Sin embargo, entre ciertos círculos ilustrados la novela dejó una impresión profunda: era evidente que Avellaneda había osado cuestionar pilares enteros de la sociedad (la esclavitud, el matrimonio) desde la ficción. Escritores e intelectuales de Cuba y España la admiraron en privado, aunque oficialmente su aporte quedara silenciado.
Con el paso de las décadas, Sab fue redescubierta y revalorizada, especialmente a finales del siglo XIX y en el siglo XX. Paradójicamente, la propia Avellaneda pareció distanciarse de su novela con los años –no la incluyó en las compilaciones de sus obras que publicó en 1869-71, tal vez por motivos personales y religiosos, o para evitar polémicas tardías–. Este “arrepentimiento” de la autora sugiere que incluso ella era consciente de lo adelantado e incómodo que resultaba Sab para la mentalidad de su siglo. No obstante, críticos posteriores, ya en el siglo XX, empezaron a aclamarl a novela como un hito. Durante mucho tiempo, la historiografía literaria la mencionó de pasada (Avellaneda fue más conocida en manuales por su poesía lírica o su drama Baltasar), pero hacia la segunda mitad del siglo XX, con el auge de los estudios literarios desde perspectivas de género y poscoloniales, Sab obtuvo pleno reconocimiento. Investigaciones académicas resaltaron la condición de Sab como texto fundacional del feminismo y el antirracismo en la literatura hispánica. Autoras feministas, como Rosario Ferré o ensayistas cubanas, reivindicaron a Avellaneda como “madre” de la tradición literaria de mujeres insurgentes. Críticos modernos han analizado la ambigüedad de su mensaje (por ejemplo, cómo concilia la autora la compasión con ciertos prejuicios de su clase), pero coinciden en señalar la valentía de Avellaneda al “cantar a la libertad y condenar toda tiranía” en una época adversa a tales ideas.
Hoy en día, Sab goza de un lugar asegurado en el canon de la literatura hispanoamericana del siglo XIX. Su legado se manifiesta en la continua edición y estudio de la novela en universidades y círculos literarios. Es leída no solo como curiosidad histórica, sino como obra literaria de mérito: se elogia su estilo emotivo, la construcción de sus personajes y la integración orgánica de crítica social en la narración. La figura de Gertrudis Gómez de Avellaneda ha sido finalmente reconocida como la de una pionera imprescindible: una romántica rebelde, abolicionista y precursora del feminismo. En años recientes, instituciones culturales de España y Cuba han homenajeado a “La Avellaneda” (por ejemplo, proponiéndola simbólicamente como candidata a la Real Academia Española, en desagravio por el rechazo que sufrió en 1853 por ser mujer). Cada vez más lectores contemporáneos descubren en Sab una novela sorprendentemente moderna en sus preocupaciones éticas. La historia del esclavo enamorado y la joven criolla trasciende el melodrama para erigirse en un alegato universal por la libertad y la dignidad humana. Así, casi dos siglos después de su publicación, Sab sigue interpelándonos sobre la igualdad, la justicia social y la liberación de quienes sufren bajo cualquier yugo.